Publicado el 04-29-2009
¿Debe levantarse el embargo a Cuba?
Por Alvaro Vargas Llosa
Washington, DC — La mayoría de los estadounidenses parece rechazar el
embargo comercial contra Cuba. Según un sondeo del Washington Post/ABC,
el 57 por ciento de los norteamericanos se opone. Una encuesta de
Bendixen & Associates muestra que sólo el 42 por ciento de los
cubano-americanos lo sigue respaldando.
Esta cuestión me desgarró, intelectualmente hablando, durante años.
Hasta hace poco, estaba a favor del embargo. Como partidario del libre
comercio, sabía que era intolerable la restricción a la libertad de las
personas de comerciar con quien les plazca, pero me decía a mí mismo
que, con el fin de las sanciones, el capitalismo estadounidense
preservaría a un régimen que había asesinado, encarcelado, enviado al
exilio o amordazado a incontables personas durante décadas. Cualquier
transacción con Cuba beneficiaría al gobierno. Después de todo, sus
jefazos ya birlaban el 20 por ciento de las remesas de los
cubano-americanos y el 90 por ciento del salario que los inversores
extranjeros les pagan a los cubanos.
Pero, al cabo de los años, acepté que mi posición entrañaba una
inconsistencia intolerable. Ninguna democracia liberal debe decirle a
sus ciudadanos qué país visitar o con quién comerciar sea cual sea su
gobierno. Aún cuando los hermanos Castro obtendrían con su levantamiento
una victoria política en el muy corto plazo, siento que no puedo seguir
justificando el embargo.
Este no es, por cierto, el razonamiento que hacen por estos días los
críticos más vocingleros de las sanciones comerciales norteamericanas.
Muchos de ellos omiten mencionar siquiera lo fraudulento de un sistema
que basa su legitimidad en el odio al capitalismo y al mismo tiempo
implora que el capitalismo acuda en su ayuda. Incurren también en una
desopilante hipocresía quienes condenan el embargo y no denuncian a la
oligarquía de los Castro, que desde hace medio siglo tiraniza a los
habitantes de la isla.
Otro risible subterfugio atribuye esa catástrofe que es la economía
cubana a la decisión de Washington de suprimir las relaciones económicas
en 1962 tras una ola de expropiaciones contra intereses estadounidenses.
Los amnésicos olvidan –qué conveniente— que en 1958 las condiciones
socioeconómicas de Cuba eran similares a las de España y Portugal, y que
el nivel de vida de sus ciudadanos se situaba apenas por detrás del de
los argentinos y uruguayos en América Latina. Muchos de los críticos
también padecen de lo que el escritor francés Jean-Francois Revel
llamaba "hemiplejia moral": una tendencia a ver los defectos de un solo
lado: jamás oí a los defensores de Cuba quejarse de las sanciones contra
las dictaduras de derechas.
A veces las sanciones funcionan, a veces no. Un trabajo de Gary
Hufbauer, Jeffrey Schott, Kimberly Elliot y Barbara Oegg titulado
"Economic Sanctions Reconsidered" analiza docenas de casos desde la
Primera Guerra Mundial. En un tercio de los casos, las sanciones
funcionaron ya sea porque ayudaron a derribar al régimen (Sudáfrica) o
porque lo obligaron a efectuar concesiones importantes (Libia). El
arzobispo Desmond Tutu me dijo hace unos meses en San Francisco que
estaba convencido de que las sanciones internacionales —que, a
diferencia del embargo estadounidense contra Cuba, estuvieron
respaldadas por la mayoría de las potencias capitalistas— fue un factor
crucial en la derrota del "apartheid" en su país. En los casos en los
que el embargo funcionó, las sanciones fueron aplicadas por varios
países y los regímenes afectados se encontraban severamente
desacreditados o debilitados.
En los casos en los que las sanciones no funcionaron —Sadam Hussein
entre 1990 y 2003, y Corea del norte en la actualidad—, las dictaduras
fueron capaces de protegerse de sus efectos y concentrarlos en la
población. En algunos países, un cierto sentido de orgullo ayudó a
defender al gobierno contra las sanciones extranjeras. Por eso, las
medidas aplicadas por la Unión Soviética contra Yugoslavia en 1948,
China en 1960 y Albania en 1961 fueron casi inútiles.
En el caso de Cuba, el régimen de Castro fue capaz de generar un
sentimiento nacionalista contra el embargo estadounidense. Y, lo que es
más importante, logró contrarrestar muchos de los efectos del embargo a
través de los años debido a que los soviéticos subvencionaron a la isla
durante tres décadas. Tras el colapso del Muro de Berlín, el régimen dio
la bienvenida al capital canadiense, mexicano y europeo, y, ahora,
Venezuela hace las veces de patrón.
Pero estos argumentos contra del embargo estadounidense son en su
mayoría prácticos. El argumento contra las sanciones, para mí, es sólo
moral. No es aceptable que un gobierno suprima la elección individual en
asuntos de viaje o comercio. El único embargo económico aceptable ocurre
cuando los ciudadanos, no los gobiernos, deciden no hacer negocios con
una dictadura, sea la de Myanmar, Zimbabue o Cuba.
Alvaro Vargas Llosa es director del Centro Para la Prosperidad Global en
el Independent Institute y editor de "Lessons from the Poor". Su
dirección electrónica es AVLlosa@independent.org.
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