Vivir en Cuba y enfermar de Zika
Una nación no puede ser más saludable que sus ciudadanos
Miércoles, diciembre 28, 2016 | Jorge Ángel Pérez
LA HABANA, Cuba.- La tierra siempre estuvo habitada por misterios que
desde hace tiempo fueron enunciados, incluso, por los herméticos de la
antigüedad. En la mayoría de los casos eran verdades que Dios revelaba
pero que luego se mantenían en secreto. Debe ser por eso que para los
cristianos, y quizá para cualquiera, el misterio es lo incomprensible,
eso que realmente existe pero tiene oscuros significados o que
sencillamente nos es desconocido.
La enfermedad es uno de esos misterios, aunque todos tengamos la certeza
de que alguna que otra vez vamos a enfermar. La vida, la enfermedad, la
muerte, e incluso la sanación, son entidades que nos asisten a todos
alguna vez; sin embargo nunca estamos preparados para enfermar, siempre
nos toma por sorpresa y hacemos de todo para alejarla. Niños, jóvenes y
ancianos, somos lo mismo ante ella. No por gusto decía Nietzsche, aquel
filósofo que enfermó de sífilis, que esa muerte que podía sorprenderlo a
cada instante lo igualaba al hombre más anciano, y hasta llegó a suponer
que la enfermedad podía reafirmarlo en la salud, la que no consiguió
después de enfermar, al menos no más allá de su filosofía.
Confieso que no me interesa la enfermedad que degrada el cuerpo, ni
siquiera me gusta esa enfermedad que, como creía el alemán, puede
restablecer en algo la salud. Yo prefiero un alma y un cuerpo saludable.
Lo terrible es que no siempre se consigue. Hilvano ahora estas ideas
porque he sido visitado por una enfermedad que se ha vuelto común en
estos días cubanos.
Hace apenas una semana, parado frente al espejo y dispuesto a afeitarme,
descubrí que tenía conjuntivitis y una enorme erupción en el torso; más
tarde comprobaría que esa misma explosión de color y de lesiones en la
piel que habían invadido mi torso y mi espalda, y que picaban tanto, se
hacían acompañar también de dolores en las articulaciones y de un poco
de fiebre que iría creciendo con las horas.
Sin dudas algo no andaba bien y me fui al hospital, al más cercano, a la
Covadonga. La doctora, con alardosa facundia médica, advertía
posibilidades, indicaba exámenes, y exigía de inmediato un ingreso. Ella
no tenía dudas. Yo estaba enfermo con el virus del Zika y debía
permanecer hospitalizado, al menos diez días, a la espera de que llegara
un especialista del IPK para recoger muestras de sangre que serían
analizadas allí, en "Medicina Tropical", y que darían un diagnóstico
definitivo.
Una espera que, sin dudas, me haría más vulnerable, que me pondría en
contacto con enfermos de dengue y otras rarezas… Fue por eso que me
negué a ingresar, aun cuando la médico chillaba descompuesta asegurando
que mi irresponsabilidad podía tener implicaciones legales; pero la
mayor de las verdades tenía que ver con mi certeza de que yo no era
culpable de la enfermedad que me asistía. Los culpables de todo no eran
otros que aquel infinito enjambre de mosquitos Aedes que invadieron mi
casa, como culpables eran también las instituciones de salud que debían
garantizar la fumigación preventiva que hace más de tres meses no se
realiza en todo mi entorno, sabiendo ellos que aumentaron en la últimas
semanas los casos de Zika, incluso en la población infantil.
Si escribo estas líneas, ahora que me siento mejor, es porque me parece
el más grande de los misterios la desfachatez con que se abandonó la
fumigación en las zonas de riesgo, que es toda la ciudad, todo el país.
Y esa indolencia puede traer fatales consecuencias. La prensa oficial
cubana se hizo eco de la enfermedad desde que apareciera en las islas
Galápagos, y la alarma se hizo mayor cuando llegó a Brasil, donde hay
una población de médicos cubanos que podrían entrar en contacto con el
virus. Cada día la televisión y la prensa escrita anunciaban las medidas
que se organizaban para evitar la entrada al país de la enfermedad, pero
no se consiguió la inmunidad. Alguna vez fue confirmado el primer
paciente venido del extranjero, y luego otro, y otro, y finalmente el
primer autóctono, y muchos más.
Ahí comenzó, como siempre sucede, la fumigación semanal que implicó,
incluso, a 8 500 efectivos del ejército, y estudiantes de medicina, de
enfermería, que visitaban las casas buscando síntomas, señales del
virus. Y luego sabríamos también de los defectos de la campaña, el
propio Ministro de Salud Pública aseguraba que debían estar los
funcionarios del Ministerio y de las direcciones a cualquier nivel,
chequeando el saneamiento. Y supimos, solo por el cotilleo nacional y no
por la prensa, que aquel preparado era muchísimas veces adulterado, y
que el petróleo era vendido y hacía ganar enormes dividendos a los
encargados de la fumigación.
Y también notamos cómo la profilaxis no contemplaba, la mayoría de las
veces, a los salideros de esa agua que se estancaba en la calle y en
todas las ciudades y pueblos y en cualquier asentamiento, ofreciéndose
como un medio idóneo para la cría fatal. El estancamiento y la aparición
de las aguas albañales es cada vez mayor en todas las ciudades, como si
se hubiera dado la orden de: "¡En cada cuadra un salidero, en cada
barrio un charquito lleno de larvas!" Y se dejó de hablar de Zika,
dengue y chikungunya, como si el mal hubiera pasado; pero crecía la
población de mosquitos transmisores, y la vehemencia del médico que
amenaza si decides no ingresar, si decides exigir, denunciar, el
descuido de las autoridades, esa que tienen que garantizar la salud
desde la eliminación de los vectores.
¿Cuál es entonces el misterio? ¿Por qué hace meses que no fumigan? Nadie
puede responder. Los médicos dicen que lo suyo es la cura y no la
prevención. Lo suyo es también la amenaza: "Si no ingresas me firmas
esté papelito advirtiendo que es tu decisión y yo salvo mi
responsabilidad", así dicen y se lavan las manos como Poncio Pilatos. Y
aumenta el secretismo. ¿Acaso no existen los componentes que lleva una
fumigación? ¿Por qué la prensa no explica lo que pasa? ¿Por qué no
cuenta sobre el incremento de casos de Zika en las últimas semanas en
esta ciudad? El hospital pediátrico del Cerro, conocido como "La
católica", ha destinado tres salas para los menores contagiados, pero
nada de eso dice la prensa, y de fumigación mucho menos.
Es por todo eso que descreo del espíritu de contingencia que adoptan en
Cuba las autoridades sanitarias, y también de aquel Nietzsche que
suponía la aparición de un hombre distinto tras la enfermedad. Él creía
que de aquel enfermo nacía un hombre fortalecido, un superhombre, pero
yo no lo creo, mejor me voy con quienes suponen que el cuerpo es una
representación de lo que subyace en el mundo, y yo diría de lo que
subyace en el país. Visto de esa manera, mi cuerpo enfermo es una
representación de un país enfermo, o lo que es lo mismo: si yo no estoy
sano, mi país no es saludable.
Source: Vivir en Cuba y enfermar de Zika | Cubanet -
https://www.cubanet.org/destacados/cuando-te-toca-enfermar-en-cuba/
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