Monday, July 18, 2011 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) -Discutían en una esquina del
barrio. Ya sabemos que las discusiones inútiles constituyen, junto a la
pelota, el primer deporte nacional en Cuba. Así que, como de costumbre,
un grupo de mis vecinos habaneros discutían en una esquina.
La composición del corro era también la acostumbrada: el chota, el
fogoso, el sabiondo, el descreído, el ingenuo, el trágico, el
excéntrico, el apagafuegos y el cucharita. Este último, ya saben, no
tiene opinión propia, su papel es reír, negar o afirmar con la cabeza,
según quién hable. Pero es una figura imprescindible en nuestras
discusiones, puesto que representa a la mayoría, aun cuando no pinche ni
corte.
El tema del debate era el cuentapropismo (vaya palabreja fea), con un
pie forzado: ¿Cuál es el mejor negocio que un particular puede emprender
hoy en La Habana?
El chota rompió el hielo afirmando que el mejor negocio es conseguirse
un saco e ir todas las noches al Noticiero Nacional de Televisión para
llenarlo con viandas y frutas tan hermosas y baratas como no las
hallarás en ningún mercado.
El ingenuo, demostrando no haber entendido al chota, dijo que mejor que
su propuesta sería abrir en la ciudad una cadena de fondas, o sea,
restaurantes con precios al alcance de los más pobres, pues a pesar de
que ahora hay muchos restaurantes y cafeterías, continúan sin ser
cubiertas las expectativas de los hambrientos.
Rápido, el sabiondo le salió al paso: ¿Qué es lo que se proponía él,
comprar la libra de arroz a 6 ó 10 pesos para después venderlo en su
fonda a 5 centavos el plato? Entonces, ¿cuál era la ganancia y con qué
pagaba a los empleados? El suyo –remató- era un proyecto ingenuo,
situado a miles de años luz de nuestra realidad y que, además, desconoce
la ley de la oferta y la demanda.
El apagafuegos intervino, parece que previendo que por tal rumbo la
discusión tomara una deriva peligrosa. La del ingenuo –aseveró- era una
magnífica idea. Y no consideraba inteligente rechazarla a priori.
Deberían plantearla en la próxima asamblea, aunque sólo fuera por
aquello de que la peor gestión es la que no se hace.
Esto dio cobertura para que el chota deslizara otro de sus dardos. Dijo
que mientras esperaban la fecha de la próxima asamblea para plantear lo
de las fondas para los pobres, a él le preocupaba la subsistencia de los
gatos como especie. El ingenuo preguntó por qué, y entonces los
cucharitas rieron al unísono.
El fogoso, que también reía pero sin que le bajase la fiebre, habló de
un proyecto que desde hace meses le estaba dando vueltas en el coco: una
asociación secreta para librar a los cuentapropistas de la extorsión de
los inspectores.
Como su número crece a diario y cada día es mayor el estrago que
ocasionan, los inspectores se han ido convirtiendo en pérdida
planificada e irrecuperable para el trabajo por cuenta propia. Sin
embargo, el mal tiene remedio, según el fogoso: bastaría con contratar a
una brigada de rompe-huesos que -cobrando salarios muy por debajo del
desembolso que exigen estos extorsionistas- se dedicaran a patearlos
sistemáticamente, in situ y de incógnito, como por accidente.
Al excéntrico le gustó la iniciativa, pero quiso aportar lo suyo: los
rompe-huesos deberán moverse en motocicletas, ya que de acuerdo con las
nuevas leyes del tránsito y con las películas de la mafia, a los
motoristas no se les ve la cara, por los cascos y caretas con que deben
cubrirse. Sin contar que les resulta ágil la fuga.
La oportunidad se pintó sola para que el sabiondo puntualizara que al
exigir a los rompe-huesos viajar en motos, este valor agregado
encarecería mucho la inversión.
Fue entonces cuando el trágico espetó que iba siendo hora ya que se
dejaran de hablar boberías, sabiendo todos, como saben, dijo, que el
mejor negocio que se puede hacer hoy en Cuba es no hacer ningún negocio
por cuenta propia.
El descreído quiso enmendarle la plana al trágico con la aseveración de
que para él no todo era imposible, ya que tenía la alternativa de
fabricar una lancha con el plan de irse a organizar sus negocios en
sitios más propicios. Pero el trágico le ripostó que los tiburones nunca
han sido muy amables a la hora de negociar con nuestra gente. Y el chota
puso el punto con una sentencia: la ventaja de los tiburones, en
relación con los inspectores, es que a veces duermen.
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