¿Una población altamente educada?
MIGUEL SALES | Málaga | 5 de Septiembre de 2016 - 07:54 CEST.
Desde 1959 el Gobierno de Cuba ha dedicado cuantiosos recursos al
sistema nacional de enseñanza. La campaña de alfabetización de 1961, la
confiscación de las escuelas privadas, la intervención de las
universidades y la creación de nuevas instituciones especializadas eran,
según la propaganda oficial, medidas encaminadas a transformar a la Isla
en una "potencia mundial en educación". Al mismo tiempo, se trataba de
crear un sistema de adoctrinamiento que permitiera moldear el
pensamiento desde la más tierna infancia en la ideología
marxista-leninista-fidelista.
En el mundo entero los sochantres del castrismo repiten desde entonces
que uno de los "logros" de la revolución cubana es el espectacular
desarrollo de la educación. Estas proclamas triunfalistas se basan más
en las consignas y estadísticas manipuladas que difunde el Gobierno de
La Habana que en datos objetivos y verificables aportados por entidades
internacionales.
Sin entrar a considerar el daño antropológico que han causado a varias
generaciones de cubanos el adoctrinamiento machacón recibido durante
años en las aulas y la necesidad de fingir una adhesión entusiasta a los
valores "revolucionarios" para proseguir los estudios, es posible
evaluar los resultados del sistema educativo castrista en términos
objetivos y mensurables.
Lo primero que salta a la vista es la escasa calidad de la enseñanza
universitaria. Cualquiera que sea la clasificación internacional
consultada (Shanghai, Oxford o CSIC), la mejor institución cubana, la
Universidad de La Habana, no figura ni siquiera entre las 1.000 primeras
del mundo. Por ejemplo, en la clasificación más reciente del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas de España (CSIC), la universidad
habanera ocupa el puesto 20 en el Caribe, por detrás de instituciones de
México, Jamaica y Puerto Rico, y el puesto 1.741 en la clasificación
mundial. Es decir, que en el planeta hay 1.740 universidades, algunas de
países muy pobres de Asia y África, que superan en calidad al mejor
centro cubano de tercer ciclo.
Cabe señalar que los métodos de clasificación de estas entidades son
cada año más refinados y tienen en cuenta las diferencias culturales, el
contexto económico y la organización interna. La valoración, en términos
de notoriedad, repercusión y actividades, se establece mediante una
amplia gama de indicadores de prestigio institucional y rendimiento
académico, tales como artículos en publicaciones especializadas,
resultados de la labor de investigación, edición de material de alto
nivel, uso de nuevas tecnologías, reconocimiento internacional, etc.
Estos valores, combinados de manera ponderada, arrojan un índice
numérico que determina el rango del centro de estudios en la jerarquía
mundial. Sería absurdo pensar que estas agencias de clasificación operan
coordinadamente bajo instrucciones de la CIA estadounidense con ánimo de
desacreditar al Gobierno cubano. Simplemente, las universidades de la
Isla no están a la altura de las necesidades pedagógicas y de
investigación del mundo contemporáneo.
Este es el resultado de más de medio siglo de inversiones faraónicas,
atención preferente al sector educativo, "innovación pedagógica" en la
línea de Makárenko y Castro I, y esfuerzos sistemáticos para crear el
"hombre nuevo", del que ya apenas se habla en la Isla. Sin olvidar que
el punto de partida del sistema educativo cubano —público y privado— en
1960 era relativamente alto para un país de desarrollo intermedio y que
la tasa de analfabetismo se aproximaba al 20%, nada escandaloso para la
época. Ese año la media mundial era del 40 % (México: 30%; Puerto Rico:
11%; Chile: 10%, Argentina: 9%). Y a pesar de que en alguna página web
castrista se afirma que durante la República "cada año aumentaba el
ejército de adultos analfabetos", lo cierto es que desde 1902 el número
de cubanos que sabía leer y escribir había pasado del 30% al 80% de la
población.
Las deficiencias de la enseñanza universitaria no hacen más que resumir
y reflejar los males que aquejan al sistema educativo y a la sociedad
cubana en su conjunto. En lo esencial, la política educativa del
castrismo se ha basado en la extensión y la masificación, a expensas de
la calidad. Había que lograr que todo el mundo pudiera leer cuatro
consignas y firmar con su nombre, para proclamar a la Isla "territorio
libre de analfabetismo" y luego librar la "batalla del sexto grado" para
otorgar a todos un certificado acreditativo y finalmente tratar de que
el mayor número posible de jóvenes ingresara en la universidad para
obtener un diploma, sin parar mientes en los resultados académicos ni la
vocación de los estudiantes.
Los efectos de esta política han dado origen a situaciones muy curiosas.
En 1980, dos decenios después de que el Gobierno castrista declarara que
toda la población había sido alfabetizada, llegaron a Cayo Hueso unos
35.000 exiliados procedentes del puerto del Mariel. Las autoridades
estadounidenses comprobaron que alrededor del 7% de los "marielitos"
eran analfabetos funcionales, es decir, no eran capaces de leer y
entender un formulario sencillo y cumplimentarlo.
Al valorar este dato hay que tener en cuenta que la gran mayoría de los
recién llegados provenían de zonas urbanas y eran adultos de entre 20 y
40 años de edad. ¿Cuál hubiera sido en ese momento la tasa real de
alfabetización entre los mayores de 50 años que vivían en las zonas
rurales de la Isla? No se sabe, entre otras razones porque el Gobierno
cubano nunca ha realizado un estudio de seguimiento para determinar la
eficacia de la famosa campaña de alfabetización de 1961 y las recaídas
probables en el analfabetismo por desuso ocurridas entre adultos mayores
residentes en el campo, que recibieron una instrucción somera durante
algunas semanas y luego no volvieron a tocar un libro en el resto de su
vida. Este es apenas un ejemplo de los muchos que inducen a tomar con
cautela el triunfalismo del régimen en materia de educación.
Las evaluaciones generales formuladas por agencias de clasificación que
utilizan criterios estadísticos para asignar un valor comparativo a los
sistemas de enseñanza —algo que puede parecer sumamente abstracto—
vienen corroboradas, en mi experiencia particular, por los datos
empíricos de casi 20 años de trabajo en la UNESCO. Como todo el mundo
sabe, la UNESCO es la organización del sistema de las Naciones Unidas
que se encarga de la educación, la ciencia y la cultura.
En el desempeño de mis funciones en la sede de esta organización, tuve
que tratar muchas veces con profesionales graduados en las universidades
cubanas. Salvo muy contadas y honrosas excepciones, esos diplomados
causaban asombro por la vastedad de su ignorancia en temas elementales,
el anacronismo de lo que habían aprendido y su falta de cultura general.
Algunos de ellos habían sido incluso profesores o catedráticos
universitarios, pero desconocían datos básicos de Historia, Geografía y
otras materias que normalmente se estudian en la escuela primaria,
redactaban mal en español, incurrían en faltas de ortografía y exhibían
obvias limitaciones para trabajar en otras lenguas.
Por su carácter generalizado, estas deficiencias no son atribuibles a la
falta de inteligencia o capacidad de los universitarios cubanos, sino
que ponen de manifiesto la existencia de lagunas en los contenidos y
métodos de formación.
La calidad de la enseñanza superior en la Isla se ha resentido además
por la falta de libertad académica, la politización integral y la
imposición de la ortodoxia marxista, una ideología anacrónica, que ya en
el siglo XIX había demostrado lo erróneo de sus vaticinios y la
debilidad de sus razonamientos. A todo lo anterior, habría que añadir el
bajo nivel educativo que arrastran los estudiantes desde la enseñanza
primaria a lo largo de todo el ciclo secundario y que los lleva a
ingresar en la universidad con las carencias antes señaladas.
A su vez, esta característica está vinculada a la escasez y la mala
formación de los docentes. A pesar de que en el último decenio la
población escolar disminuye cada año, como resultado de la emigración y
la crisis demográfica, los maestros de primaria apenas alcanzan y el
Gobierno ha tenido que echar mano de profesores jubilados para cubrir el
déficit de personal docente. Al parecer, no hay mucho interés entre los
jóvenes por cursar estudios de Pedagogía y dedicarse al magisterio.
La situación se agrava por las pocas perspectivas profesionales que el
sistema ofrece a sus diplomados. La masificación y la presunta
"gratuidad" de los estudios universitarios han terminado por crear
varias generaciones de gente frustrada, adornadas con un título
devaluado que les sirve de muy poco, porque por un lado carecen de los
conocimientos suficientes para desempeñar una función a la altura del
diploma y, por el otro, la estructura socioeconómica del país no puede
ofrecerles un empleo acorde con su titulación. Por eso pululan en las
ciudades ingenieros que conducen taxis, exarquitectos que sirven mojitos
en los restaurantes o biólogos reconvertidos en guías de turismo, así
como una multitud de proletarios y proletarias del sexo que, como dijo
Castro I en 1998, "son los más cultos del mundo".
La idea de que en el futuro Cuba podrá desarrollarse rápidamente, una
vez superada la era castrista, porque cuenta con "una población
altamente educada", es sobre todo una fórmula de consuelo retórico.
Como tantos otros aspectos de ese régimen, el sistema educativo es un
fraude gigantesco, al servicio de las necesidades propagandísticas del
Estado. Su inspirador no es Makárenko ni Lunacharski, sino el conde
Grigori Potemkin, el amante de Catalina la Grande que engalanaba las
aldeas miserables como un decorado de teatro, con flores en las ventanas
y campesinos atildados, que saludaban sonrientes al paso del cortejo
imperial.
Source: ¿Una población altamente educada? | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1472826338_25039.html
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