Castro y Chávez: Las delirantes relaciones entre Cuba y Venezuela
[01-05-2017 21:34:36]
Carlos Alberto Montaner
Escritor, periodista y político
(www.miscelaneasdecuba.net).- Hace más de cuatro décadas, mis amigos
Sofía Ímber y Carlos Rangel me llevaron a conocer a Rómulo Betancourt.
Les había contado que para mí era una figura mítica a la que le estaba
especialmente agradecido.
Durante el mandato constitucional de Betancourt, en 1961, cuando yo era
un chiquillo de 17 años, me había asilado en la embajada de Honduras,
pero, tras ese país romper relaciones con Cuba, Venezuela nos salvó la
vida porque la encargada de negocios, Josefina Aché, nos protegió con la
bandera venezolana por órdenes, nos dijo, del Presidente de su país.
En aquella única entrevista que tuvimos, Rómulo me habló con gran
desprecio de Fidel Castro, y me contó la historia de cómo el cubano
trató de reclutarlo para su particular batalla contra Estados Unidos,
fundada, claro está, en la visión antiamericana que le había dejado el
marxismo-leninismo al entonces muy joven Comandante.
Betancourt había sido comunista en su juventud y estaba de regreso de
esos dogmas absurdos, a lo que se agregaba que tenía ciertas
informaciones muy negativas sobre Fidel Castro desde fines de los años
cuarenta por boca de sus amigos cubanos Aureliano Sánchez Arango y Raúl Roa.
Ambos le habían contado que se trataba de un gangstercillo universitario
poco recomendable, extremo que también le confirmó Rómulo Gallegos, el
gran escritor venezolano, ex presidente de su país, exiliado en Cuba y
México tras el golpe militar de 1948, quien utilizara al joven Fidel
como arquetipo del tira-tiros violento y resentido en su novela cubana,
La brizna de paja en el viento.
En efecto, el personaje Justo Rigores de esa novela es el alter ego de
Fidel Castro, mientras el profesor Rogelio Lucientes, su contrafigura
noble, era el propio Raúl Roa, quien le había presentado a Gallegos al
joven Castro, no sin antes vacunarlo sobre las características nocivas
del personaje.
Cómo y por qué años más tarde Raúl Roa se convirtió en el eficaz
Canciller de Fidel Castro pertenece al capítulo de la psicopatología
profunda de las personas, pero se trata de una cabriola ideológica de
muy difícil justificación.
Betancourt, en definitiva, y así me lo refirió, sintió cierta
satisfacción en negarle en redondo su ayuda y su complicidad ideológica
al Comandante. Los cubanos podían estar equivocados en esa época e
idolatrar a Fidel Castro, pero el presidente de los venezolanos no se
iba a dejar engañar por un sujeto radical empeñado en un camino que les
traería graves dificultades a todos los latinoamericanos.
Al fin y al cabo, era la primera vez en la historia de este hemisferio
que el gobernante de una nación hispanoamericana asumía como leitmotiv
combatir a Estados Unidos, a sus valores, a su organización política y
al sistema de economía de mercado fundado en la empresa privada.
Venezuela en la mira
Lo que no pudo intuir Betancourt fue la intensidad del odio que esa
fallida entrevista provocó en su interlocutor. Desde ese momento, y a lo
largo de buena parte de la década de los sesentas, Fidel Castro hizo lo
indecible por destruir la entonces incipiente democracia venezolana y
reclutar al país para sus aventuras de conquista imperial al servicio de
la URSS y para gloria de sí mismo como cabeza del Tercer Mundo insurgido
contra Estados Unidos y contra los principios de Occidente. Él tenía el
liderazgo y sabía cómo construir una hermética jaula comunista, pero le
faltaban los enormes recursos con que contaba Venezuela.
Desde La Habana, con el objetivo de conquistar a Venezuela, "los
cubanos" propiciaron la ruptura de la juventud de Acción Democrática,
adiestraron y armaron guerrilleros, organizaron desembarcos en los que
figuraron oficiales cubanos junto a castristas venezolanos, y se
complotaron con militares de izquierda decididos a repetir en Venezuela
el episodio de la lucha contra Batista, consistente en derrotar al
ejército y establecer en el país una dictadura unipartidista de corte
soviético.
El proyecto le fracasó a Castro por la voluntad de lucha de las Fuerzas
Armadas venezolanas y por la decidida resistencia, primero de Rómulo
Betancourt y luego de Raúl Leoni. Así que le tocó a Rafael Caldera,
tercer presidente de la democracia venezolana, tras la derrota total de
la insurrección comunista, indultar a los presos políticos y ver cómo
algunos ex guerrilleros se transformaron en verdaderos demócratas, como
sucedió, entre otros, con el abogado Américo Martin.
En los setentas, ya convencidos de que la vía guerrillera no iba a
funcionar en Venezuela, tras la reanudación de relaciones entre los dos
países, Cuba inició una eficaz presencia diplomática enviando, primero,
al oficial de la DGI Norberto Hernández Curbelo, y luego a Germán
Sánchez Otero, quienes establecieron vínculos amistosos con numerosos
personajes de la estructura de poder venezolana que nunca entendieron
que aquellos cubanos amables eran los endurecidos representantes de una
persistente dictadura que sólo esperaba el momento de saltar sobre la
yugular de su valiosa presa.
No obstante, pese al grado de penetración en el país, la diplomacia
cubana no fue capaz de detectar el intento del golpe de 1992 en
Venezuela, punto de partida del teniente coronel Hugo Chávez en la vida
política de su país, de manera que Fidel Castro fue de los primeros
jefes de gobierno en solidarizarse con Carlos Andrés Pérez y criticar
ácidamente a los golpistas, como demuestra el telegrama que se aún se
conserva.
Sin embargo, en diciembre de 1994, Fidel Castro, disgustado porque
Rafael Caldera, en su segundo mandato, comenzado en febrero de ese mismo
año, se había reunido con el líder opositor Jorge Mas Canosa, invitó a
Hugo Chávez, recién indultado, a dar una conferencia en la Universidad
de La Habana, y le dio tratamiento de Jefe de Estado. (Contra el
criterio, por cierto, de José Vicente Rangel, hombre cercano a Cuba,
quien no cesaba de opinar que Chávez era, realmente, un fascista).
Y algo de eso había: en ese periodo de su vida, Hugo Chávez estaba bajo
la influencia del peronista radical Norberto Ceresole, también ideólogo
de Gadafi, pero, poco a poco, Fidel Castro fue persuadiendo a Chávez de
que la solución de los problemas de América y del mundo no estaba en el
galimatías fascista propuesto por el argentino, sino en la doctrina
marxista y el modus operandi leninista.
A partir de esa primera reunión, Fidel Castro pensó que si Hugo Chávez
llegaba al poder, con la bolsa de Venezuela él podría continuar la lucha
contra el imperialismo yanqui y por la conquista del planeta,
interrumpida tras el desmantelamiento del comunismo en Europa del Este y
la desaparición de la URSS como consecuencia de la traición de Mijail
Gorbachov a los ideales comunistas. De manera que puso al servicio del
venezolano la considerable experiencia de los operadores políticos de la
DGI cubana y del Departamento de América del Partido Comunista.
Finalmente, el 6 de diciembre de 1998, Hugo Chávez, con el auxilio del
aparato cubano, que hasta le procuró grandes sumas de dinero, ganó las
elecciones por un amplio margen, y en Cuba, secretamente, le prepararon
una serie de charlas sobre cómo gobernar y mantenerse en el poder. Los
conferenciantes estaban adscritos al Estado Mayor del Ejército cubano y
al Ministerio del Interior.
Fidel, muy entusiasmado, porque veía los cielos abiertos con el triunfo
de su amistoso discípulo, asistiría a algunas de las lecciones e,
incluso, a él se debe el consejo a Chávez de que actuara rápidamente,
desde la toma de posesión, y que calificara de "moribunda" la
Constitución de 1961, algo que el venezolano tomó al pie de la letra
cuando se juramentó para comenzar a gobernar el 2 de febrero de 1999.
En diciembre de ese mismo año sería aprobada la nueva Constitución que
le abría la puerta a la reelección inmediata, cumpliéndose con ello el
primer objetivo del"Socialismo del Siglo XXI": prorrogar sine die la
permanencia en el poder del líder de la revolución.
Chávez presidente y Fidel Castro como poder tras el trono
Chávez comenzó su mandato sometiéndose al consejo constante de Fidel
Castro, a quien no tardó en ayudar copiosamente en el terreno económico.
Sin embargo, la colaboración entre ambos países dio un salto cualitativo
en abril del 2002, cuando las Fuerzas Armadas de Venezuela, en
complicidad con factores políticos y con el establishment económico, le
dieron un golpe militar y durante 72 horas estuvo fuera del poder.
Este no es el lugar para explicar lo que sucedió, pero casi
milagrosamente Chávez recuperó la presidencia, y con ella la certeza de
que muchos de sus compatriotas eran unos traidores, así que en el futuro
sólo podía contar con la lealtad del gobierno cubano, y muy
especialmente con la de Fidel Castro, quien durante esos tres días
extremó sus maniobras para lograr que Chávez, primero, conservara la
vida y, segundo, volviera a la jefatura del Estado.
Tras este episodio, cambió el vínculo entre los dos caudillos. Fidel
adquirió un total control emocional e ideológico sobre Chávez, y se
multiplicaron progresivamente las exacciones de dinero por parte de La
Habana, ocultadas bajo el rubro de los servicios de profesionales de la
medicina y de otras decenas de actividades comerciales convenientemente
infladas, como, por ejemplo, el alquiler de perforadoras de petróleo que
serían utilizadas en el lago Maracaibo.
El Comandante había encontrado una fuente casi inagotable de
financiamiento y a un discípulo al que le podía entregar la dirección de
la "lucha contra el imperialismo yanqui" –el objeto de su vida–, porque
no confiaba demasiado en las condiciones intelectuales en su hermano
Raúl Castro, aunque no ponía en duda su lealtad absoluta.
A partir de ese momento aumentó el delirio revolucionario de ambos
caudillos y comenzaron a soñar con unir a ambas naciones, y hasta
crearon unas comisiones de expertos juristas que estudiaron el modo de
llevar a cabo la fusión.
En diciembre del 2005, el Dr. Carlos Lage, vicepresidente de la Isla,
entonces gerente del desastre administrativo cubano, declaró que Cuba
tenía dos presidentes, Fidel Castro y Hugo Chávez, mientras el ingeniero
Felipe Pérez Roque, canciller cubano, dejó dicho en Caracas, en un
discurso pronunciado en el teatro Teresa Carreño, que los dos países
asumían el reto de dirigir la lucha planetaria por los trabajadores del
mundo, ya que la Unión Soviética había traicionado ese objetivo.
Es a tenor de esas palabras y de ese inmenso compromiso que se explica
el sistema de alianzas trenzado por ambos países bajo la dirección de
Castro.
Chávez llevó de la mano por media América a su "hermano" Ahmadineyad
–así le llamaba–, presidente de Irán, y trabó relaciones sólidas y
oscuras con los narcoterroristas de las FARC y con grupos similares del
Medio Oriente, con los que se congració sosteniendo posturas antisemitas
y antiisraelíes.
Para Chávez, arrastrado a la lucha antinorteamericana de Fidel Castro,
siguiendo la vieja receta soviética evidenciada en el Movimiento de los
No-Alineados, en el que cabía todo, no le importaba pactar con una
teocracia islámica, con Corea del Norte, con la dictadura bielorrusa de
Aleksander Lukashenko, o con guerrilleros colombianos que dirigían y
operaban un enorme cartel narco. Lo único que el tándem Cuba-Venezuela
les exigía a sus socios políticos era que fuesen decididamente
antiyanquis y asumieran un discurso antioccidental.
Sin embargo, las relaciones personales entre Fidel Castro y Hugo Chávez
no eran tan buenas como creía el venezolano. Para Fidel, Chávez era un
personaje vulgar y untuoso, un tipo "parejero" –se colocaba parejo al
Comandante—a quien el cubano rechazaba en el plano humano, aunque sabía
que la ayuda venezolana era vital para la subsistencia de la Isla.
Este juicio de Fidel no era nuevo. En el 2001, en Ciudad Bolívar, cuando
la periodista venezolana Isa Dobles, su amiga, le preguntó a Castro cómo
resistía a semejante patán, el Comandante, melancólicamente, le
respondió: "por Cuba, Isa, yo estoy dispuesto a cualquier sacrificio".
Sin embargo, desesperado por las constantes e insufribles llamadas de
Chávez, por aquellos años Fidel Castro tomó una decisión radical: se lo
quitó de encima el 90% de las veces.
Le comunicó a Chávez, todo lo amablemente de que era capaz, que, debido
a lo delicado del momento, tendría que pasarle sus llamadas y vínculos a
Carlos Lage y a Pérez Roque, con instrucciones de que lo atendieran con
prontitud, ingrata tarea de la que ambos acabaron quejándose amargamente.
Como es notorio, a fines de julio de 2006, Fidel Castro enfermó
gravemente con un ataque casi mortal de diverticulitis, aunque no murió,
como sabemos, hasta noviembre de 2016, una década más tarde, legitimando
el dictum español de que hay enfermos dotados con una mala salud de
hierro. Irónicamente, Hugo Chávez feneció víctima de un cáncer antes que
su mentor y amigo, supuestamente el 5 de marzo de 2013, sexagésimo
aniversario de la muerte de Stalin.
Digo supuestamente porque hay razones para pensar que murió antes,
aunque no se anunció su deceso porque previamente Cuba debía solucionar
el grave asunto de la sucesión para poder garantizarse que la ayuda
siguiera fluyendo de Caracas hacia La Habana.
El elegido para ocupar el trono fue Nicolás Maduro, y parece que fueron
Raúl Castro y Lula da Silva los que convencieron a Chávez, ya cerca de
la muerte, de que seleccionara como heredero a ese personaje torpe y
grandullón que había pasado sin penas ni glorias por la Escuela de
Cuadros del Partido Comunista de Cuba. Cualquiera le parecía mejor a los
cubanos que Diosdado Cabello, a quien le correspondía ocupar el cargo de
acuerdo con la Constitución bolivariana, pero de quien todos desconfiaban.
Raúl Castro entra en escena
Cuando Raúl Castro entra en escena a presidir a los cubanos (del 2006 al
2008 con carácter interino, pero a partir de ese año, de manera oficial
y permanente), debía dividir sus responsabilidades con Lage y con Pérez
Roque, pero Raúl, en el 2009, con la ayuda de los servicios de
inteligencia, se las arregló para liquidar a sus dos rivales.
Ambos fueron condenados al ostracismo y a la indignidad, acusados de
burlarse de Fidel Castro, pecado mayor en un régimen absolutamente
caudillista como el cubano.
Raúl Castro, cinco años más joven, era totalmente diferente a Fidel,
quien lo minus valoraba siempre y lo despreciaba a veces, pero una de
las maneras que Raúl tenía de congraciarse con su hermano era ejerciendo
la violencia con gran rigor. De ahí esa curiosa declaración de Fidel, en
el año 59, en la que advertía que, si lo mataban, su hermano y ya
entonces heredero, sería mucho peor, algo que, en cierto modo, era verdad.
Raúl, al contrario de lo que sucedía con Fidel, era un buen padre de
familia, aunque carecía de densidad intelectual, lo que lo distanciaba
de su hermano. Se sentía bien, en cambio, con los militares que lo
rodeaban. Era un tipo organizado, y le gustaba hacer chistes procaces.
Chistes de cuartel.
En Cuba, durante años, el poder se dividía entre fidelistas y raulistas,
pero no a partes iguales. Los primeros tenían el control de la autoridad
y seguían de cerca las iniciativas del Máximo Líder. Los segundos
giraban en torno a las Fuerzas Armadas protegidos por el hermano "pequeño".
No obstante, Raúl fue lentamente apoderándose de todo el aparato
represivo, primero, en los años noventa, fagocitando al Ministerio del
Interior, lleno de fidelistas, tras fusilar al general Arnaldo Ochoa y
al coronel Tony de la Guardia, y apresar, poco después, al general José
Abrantes, ex Ministro del Interior, quien muriósorpresivamente en la
cárcel en lo que fue, a todas luces, una ejecución porque sabía
demasiados secretos, especialmente los relacionados con el narcotráfico.
Pero el zarpazo final fue en el 2009: tras la salida de Lage y de Pérez
Roque vinieron la desbandada del llamado Grupo de Apoyo al Comandante y
de los personajes revoltosos que figuraban en lo que Fidel Castro
llamaba la "Batalla de ideas", un departamento de propaganda y agitación
dotado de cuantiosos recursos que se dilapidaban insensiblemente.
A esas alturas de su vida, Raúl Castro tenía serias dudas sobre las
iniciativas de su hermano, un personaje que nunca había rebasado la
etapa de agitación revolucionaria de sus años universitarios, pero más
inquietudes aún le producían el marxismo leninismo y ese loco proyecto
de conquista planetaria iniciado entre Fidel y Chávez.
Raúl, tras ser un rusófilo consumado, abrumado por le experiencia, en la
década de los ochenta había dejado de creer en el colectivismo marxista,
y pidió que rápidamente le tradujeran del ruso el libro Perestroika de
Gorbachov.
Posteriormente, el mundo ideológico se le vino al suelo tras la
desaparición de la URSS y la comprobación de que el sistema no servía
para otra cosa que para mantenerse en el poder a palo y tentetieso.
¿Por qué alguien que hacía años no creía en el comunismo, no respetaba
lo más mínimo a Hugo Chávez, y le parecía un disparate dedicarse a
batallar contra Estados Unidos, continuaba funcionando como si
mantuviera las mismas ideas de su hermano?
Por algo que se puede calificar como "la inercia del poder". Eso
exactamente es lo que Raúl Castro quería decir cuando afirmaba que él
"no había llegado a la presidencia para enterrar la revolución". No se
trataba de defender el curso ni los basamentos filosóficos de la
revolución, sino de no enterrarla para morirse en paz consigo mismo.
Por supuesto: estaba demasiado anciano y cansado para bajarse del tigre.
Era como esos fumadores inveterados que saben que el tabaco los está
matando, pero se sienten muy viejos para dejarlo.
Conocía que la revolución había destrozado el aparato productivo, al
extremo de que el país sólo se sostenía por recursos que venían del
exterior, principalmente de Venezuela, pero no se sentía con fuerzas e
imaginación para cortar por lo sano y revertir el proceso.
¿Qué pasará en Cuba si los venezolanos le ponen fin al chavismo, como
cada día parece más probable?
Las consecuencias económicas serán terribles. Se reducirá aún más la ya
mínima capacidad adquisitiva de los cubanos, volverán las restricciones
alimentarias y los apagones, y el país volverá a estar como estuvo en la
primera mitad de los años noventa, cuando desapareció la URSS y Cuba
perdió súbitamente el mercado artificial, pero obligado, de Europa del Este.
Sin embargo, las peores consecuencias serán las políticas. Esta crisis
económica coincidiría con el supuesto retiro de Raúl Castro en febrero
de 2018, lo que significa el fin biológico de la generación que hizo la
revolución.
Coincidiría, además, con la presidencia probablemente hostil de Donald
Trump, y con el incierto destino de los miles de cubanos que están en
Venezuela, cuyo regreso precipitado a la Isla sería un problema
semejante al que se presentaría si muchos de ellos deciden quedarse en
el país, como ya han hecho centenares de lo que en La Habana llaman
desertores.
Más todavía: esa situación, materialmente desesperada y políticamente
desmoralizante, iría pareja al descreimiento absoluto en el destino de
una revolución que sólo les ha traído inconvenientes y dolores a los
cubanos.
Aunque Raúl Castro pensaba que su función no sería enterrar un proceso
en el que ya no creía, verá cómo sucede exactamente lo contrario. Si
vive, verá el cambio. Y si le queda algo de la audacia y la decencia
juvenil, no tratará de obstaculizarlo.
En todo caso, tras él, y tras la desaparición del chavismo, no vendrá el
diluvio, sino la transición a la libertad de la mano de quienes ya no
pueden creer en la revolución porque ésta ha fracasado intensamente y
durante mucho tiempo. Demasiado tiempo.
Source: Castro y Chávez: Las delirantes relaciones entre Cuba y
Venezuela - Misceláneas de Cuba -
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