Cuba, de la cumbre al abismo
DANIEL F. CALDERÍN
En 1940 se firmó en La Habana la Constitución más avanzada y completa de
las naciones de habla hispana del Continente. Por los años que le
siguieron Cuba disfrutó (perdónenme la hipérbole) la democracia más
perfecta al sur del río Grande, con elecciones libres, libertad absoluta
de prensa, libertad de asociación, y respeto pleno de los derechos
humanos. Todos esos derechos civiles fueron acompañados de un progreso
económico inusitado que puso a Cuba a la cabeza de las naciones
latinoamericanas. Aunque es necesario reconocer que los gobiernos
republicanos de esa época se caracterizaron, casi sin excepción, por una
corrupción rampante, heredada de los tiempos coloniales. Pero a pesar de
esos errores, todos esos gobiernos respetaron la libertad de empresa, lo
que impulsaba ese constante progreso económico. El peso cubano llegó a
cotizarse por encima del dólar y la producción industrial llegó a
alcanzar los niveles del primer mundo.
Pero el 10 de marzo de 1952 el orden constitucional fue interrumpido. La
nación se preparaba para celebrar unas elecciones en las cuales se
disputaban el poder los dos partidos mayoritarios de la nación. Por el
Partido Auténtico fue nominado el Dr. Carlos Hevia, de intachable
conducta cívica, y por el Partido Ortodoxo, el Dr. Roberto Agramonte, un
prestigioso profesor de la Universidad de La Habana, heredero del legado
cívico de Eduardo Chibás. Sin que nadie lo esperara, porque el país
disfrutaba de una paz política admirable, Fulgencio Batista, que era un
candidato sin la más mínima posibilidad de ganar en esas elecciones,
acompañado de un grupo de oficiales militares, entraron por la posta 6
del Campamento Militar de Columbia, y dieron un golpe de Estado que echó
por tierra la estabilidad democrática alcanzada por el pueblo cubano.
Los políticos cubanos, acostumbrados al libre ejercicio de las
contiendas electorales, no supieron hacerle frente a un sistema
dictatorial y la iniciativa fue tomada por grupos de acción violenta.
Uno de esos grupos, liderado por Fidel Castro, un mediocre abogado que
fue notorio en su época de estudiante como un líder gangsteril en la
Universidad de La Habana, dirigió un ataque al Cuartel Moncada, en
Santiago de Cuba. Condenado a quince años de prisión, fue amnistiado en
solo dos años y se dirigió a México, donde organizó una expedición a
Cuba y comenzó una guerra de guerrillas en la Sierra Maestra. El pueblo
cubano, que casi totalmente repudiaba la dictadura, brindó su apoyo casi
total al esfuerzo insurreccional sin conocer las ideas totalitarias del
falso líder. El resto de la historia todos la conocemos. A su triunfo
Fidel Castro instauró una tiranía criminal y opresiva. De esta forma
Batista fue el que le abrió las puertas a Fidel y al oprobioso comunismo
bolchevique. Sin el golpe del 10 de Marzo Fidel nunca hubiera llegado ni
siquiera a ser elegido concejal de su pueblo natal, la aldea de Birán,
un pequeño poblado perdido en las montañas de la provincia del Oriente
cubano.
En los últimos años, después que el hoy difunto Fidel Castro traspasó el
poder a su hermano en la forma en que las antiguas monarquías lo hacían
en el pasado, mucho se ha hablado de cambios en el sistema y algunos
ilusos han creído que esos cambios pudiesen traer una transición en Cuba
hacia la democracia y el desmantelamiento del sistema totalitario.
Aunque comparto el anhelo de aquellos que sueñan con esa posibilidad,
nunca he tenido la más mínima esperanza de que eso pueda lograrse a
través de medidas dictadas por el dictador Raúl Castro. Y vamos más
allá, si fuera posible no creo que los cambios tan esperados por los que
aún creen en la posible modificación de esa tiranía en bancarrota,
resolverían en lo absoluto la terrible situación en que se encuentra
Cuba. Los cambios de las condiciones bajo el sistema comunista en lugar
de beneficiar al pueblo cubano, perjudicarían la causa de su libertad,
al prolongar la duración del criminal totalitarismo. Tomando una frase
de Shakespeare en Hamlet: "Esa medicina solo serviría para prolongar la
enfermedad".
El comunismo no tiene redención ni es capaz de modificarse, como dijera
en una encíclica el Papa Pío XII, es "intrínsecamente perverso". Es
preferible pues que prosiga en su perversidad hasta el momento en que se
derrumbe totalmente bajo el peso de su propia maldad y que con la ayuda
de Dios de sus cenizas surja entonces una Cuba democrática, justa,
libre, próspera y feliz, y que al fin podamos ver que las puertas de las
cárceles se abran para todos los presos políticos y también para
aquellos que sin ser presos políticos sufren prisiones injustas por las
leyes absurdas del comunismo.
Miembro del Colegio Nacional de Periodistas de Cuba en el Exilio y de la
Unión de Colaboradores de Prensa.
Source: Cuba, de la cumbre al abismo | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/opinion-sobre-cuba/article147835954.html
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