Precios y desprecios
Los decisores están a salvo de las secuelas de sus edictos reales
Miércoles, octubre 26, 2016 | Pedro Manuel González Reinoso
VILLA CLARA, Cuba.- Cuando hace una semana se volvió inminente que
desaparecerían de carnicerías y mercados privados las carnes y la
mayoría de los productos del agro por las devaluaciones impuestas, pocos
recordaron las palabras del General ante la Asamblea Nacional del Poder
Popular (ANPP), en diciembre, declarando que "no se va a tolerar la
acumulación (en otras manos que no fuesen las consabidas) del capital".
Corrida la voz, comenzaron a vaciarse las estanterías. Porque
"llenarlas" implicaba la palabra mágica que retrotraía al funesto "Plan
maceta".
Bueno, no resultaba inteligente colmar de expectativas a la audiencia
circunspecta, pero agregó en su monserga el asunto de los precios
topados y demás severidades inventadas para estorbar al desarrollo del
ente emprendedor, y —por ende— crear contentura en la mayoría. Sin
embargo se cuidó de establecer la suma máxima para iniciar proceso penal
contra aguerridos infractores de la ilegalidad socialista.
La gente murmura que si Obama, en vez de comer con su familia en una
paladar cubana hubiese rentado un hostal, tal vez la guerra habría
comenzado al revés.
Prohibiendo vender carne de cerdo, y ejemplarizar con el mamífero
nacional, más allá del cupo de 16 pesos por libra, que es el precio
estatal, se indujo a criadores, intermediarios y revendedores a
dejarnos, en masa, parados, pero sin masa en el plato. Porque corrieron
todos a esconder el muerto. Y ahora lo despachan en trastienda, birlando
cercos, a riesgo de decomiso. Desde entonces se necesita, además del
billetaje, contraseña.
Las placitas lucen la sola vianda "enseña–patria": el plátano —y burro,
pero nada de fibra de borregos—. El colmo es que no haya boniato,
coprotagonista extremo en "El hambre" ubicua, según contaba Onelio Jorge
Cardoso.
A continuación, y ante la imposibilidad de controlar suministros
estables y desvíos hacia lugares "especializados", así como abusos
aduanales para importaciones que incluyen el ingreso al país vía valija
(personal, diplomática, de catering, etc.), se adelantó el fin de las
permisividades al cuentapropismo solvente, comenzando por los
restaurantes caros. Encontrar en algunos de punta algún burdeos, caviar
o camarones, evoca a la vieja Europa corrupta y contagiosa.
En breve, patrullas de inspectores (¿sobornables?) manosearán las
mercaderías que se oferten en esos sitios escandalosamente redituables.
Y también cuestionarán orígenes de soportes y medios de trabajo. Como si
sus propietarios fueran un hato de tahúres, deshonestos encausables.
Pero después, camino a esfumarse cerrando un pacto, abrirán la mano.
Comenta el populacho que cada ocasión que un ciclón nos destutana,
resulta perfecta para inculparlo y reiniciar cacerías. No en balde
Halloween volverá pronto a La Habana proveniente de Miami, aunque
intenten fustigar a sitios que promuevan la ajena e importada
festividad. El insulto a las buenas costumbres (y a las brujas)
comunistas del año anterior no se puede repetir.
Los descarados revendedores de medicamentos —faltantes en farmacias que
no alcanzan a suplir las dosis para enfermos crónicos— dispararon al
techo sus latrocinios de jolongo, arguyendo que "todo está desviado pa'
Guantánamo". Las compañeritas dispensadoras les secundan y hasta
sugieren dónde encontrarlos.
El Estado, que no puede contener al bandidaje, tampoco goza de
inspectores decentes que eviten que los productos agrícolas lleguen al
pueblo envenenados con maduradores artificiales y los cárnicos
destilando sales de nitro en cantidades industriales. No mentemos los
dineros que gastamos para morir de antemano, porque los recomendables
pescados, acusados de esconder dentro pesados metales como el mercurio y
el plomo, también resultan impagables. Dietas médicas subsidiadas que
precisan la ingestión de peces azules, han sido sustituidas por
incoloras clarias.
En cuanto al turismo, calidades y precios de Punta Cana o Cancún
rivalizan con la zarrapastrosa hotelería estatal.
Cerrando en los cayos varios hoteles (Iberostar, Warwicke, etc.) por
faltarles turistas, se encuentran las corporaciones militares, además,
en desventaja ante desleales hosteleros particulares, quienes serán los
próximos en caer fulminados. Poco contribuirá lo aportado durante años;
ni el alivio al fondo habitacional de la nación "cuando lleguen los
yanquis a granel", porque ni un comino podrán garantizarles.
Los cubanos "normales" saben cómo inventar la sobrevida en tiempos
difíciles, así repican la consigna que en los años 90 campeaba en los
campos de tiro: "Cada cubano debe saber tirar, y (robar) bien".
Laurenti Beria, exministro de policía estalinista, solía golpear con su
pistola los barrotes de los calabozos en los que guardaba a "ingratos
reclusos que se quejan de que cada medida aprobada por el partido y
enfilada a aminorar las miserias del pueblo, termina inexplicablemente
por revertirse en su contra". No se sabe cuál relojero mecanismo
operaba, de modo que los reos guardaban silencio. Y cuando salían se
enteraban de que la canasta alimentaria, en verdad, vagaba por los cielos.
La cadena de tiendas CIMEX consta de un departamento nombrado
"Destrucción" al que van a parar los productos vencidos o a punto de
estarlo. Se me ocurrió indagar qué hacían con ellos y me informaron que
"enterramientos y quemas periódicas" eran lo indicado. Nunca darlo a
hogares de hambrientos, a tiempo justo antes del sacrilegio de demoler
lo que otros pudieran aprovechar. No estamos aún en fase de hambruna
nacional, pero se avizoran visos en el firmamento.
Bajarles 10 centavos al litro de aceite, 20 al Kg de pollo, 25 a la
leche y pocos renglones alimenticios más, fue suficiente para que otros
mil productos reaparecieran —sin redoblante ni trompeta— muy subiditos
de precio. El té que costaba 60 centavos hoy vale 100. A los granos
importados le subieron 45, a las especias 30. Los alimentos para niños y
ancianos que se abaratarían de inmediato… nadie supo bien en cuáles
tiendas; quizá en los supermercados de la élite, los de Siboney, El
Laguito y Miramar.
Las vacas de Punto Cero y Jaimanitas, numeradas y prediseñadas
genéticamente por la ingeniería para dar leche homogenizada preservando
in vitro a sus apoderados, no tienen parentesco alguno con las vulgares
reses que —jaranea la gente— aguardan fuera, en la embajada hindú, por
una visa que las salve de matarifes y arranca patas. Allá podrían —sacro
animal— solazarse si acá les concedieran autorizo.
Los mediocres ventiladores de producción nacional (INPUD), que son los
únicos que refrescan las vetustas recaudadoras para atenuar la canícula,
saltaron aspas este mes de 40 a 48 CUC, como por arte de birlibirloque.
Ignorando los precios de combustibles, componentes, más costes
indirectos que descendieron estrepitosamente en todo el planeta. Nada
mella el ímpetu de enriquecerse como sea a costa del explotado. Pero
claro, nosotros somos extraterrestres.
La OPEP, que se reúne constantemente por estos días para parchear el
escache venezolano que los precios del crudo ocasionan a su regalona
economía, adelantó que cierta estabilidad próxima les mejorará el mercado.
En el caso cubano, donde reunirse con sus propios elegidos no hace falta
y exponerle alternativas o permitirles opinar sobre el tema muchísimo
menos, los decisores están a salvo de las secuelas de sus edictos reales.
También se declaró que, en breve, a la siempre victoriosa renta
socialista nada podrá atosigarla, y que la gente comerá y beberá a sus
anchas, sin restricciones (salariales, ni policiales). Aunque luego,
tras el empacho, no encuentre con qué medicarse. Ni pagando el importe
que esté en boga.
Source: Precios y desprecios | Cubanet -
https://www.cubanet.org/opiniones/precios-y-desprecios/
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