Jueves 28 de diciembre de 2006
Cuba mira a China
Por Alberto Benegas Lynch (h.)
Para LA NACION
Se ha venido insistiendo, durante mucho tiempo, en que hay que fabricar
"el hombre nuevo", que deje de lado todos sus intereses personales y
abandone cualquier incentivo para entregarse alegremente a la
colectividad. Estos experimentos costaron la vida de millones de
personas y la libertad de otras tantas, condenadas en campos de
concentración o "lugares de reeducación". No pocos consideraban que este
embate a la naturaleza humana resultaba posible y otros, los más, los de
la nomenklatura, aprovechaban y aún aprovechan el esfuerzo ajeno para
enriquecerse.
En el primer caso, no se tiene en cuenta que toda acción humana se
realiza por el interés personal del sujeto actuante. El acto podrá ser
ruin o sublime, pero siempre está en interés de quien lo lleva a cabo.
Estaba en interés de la Madre Teresa la curación de los leprosos, así
como estaba en interés de Al Capone el obtener réditos de los asaltos a
la vida y a la propiedad de otros.
En esta instancia del proceso de evolución cultural, el monopolio de la
fuerza que denominamos gobierno debe proteger los derechos de los
gobernados, garantizando seguridad y una justicia independiente (que es
lo que habitualmente no hacen, inmiscuyéndose en tareas que no sólo no
le competen sino que resultan a todas luces inconvenientes).
En una sociedad abierta, en el terreno crematístico, cada uno, al
perseguir su interés personal debe beneficiar a su prójimo (sea
vendiendo computadoras o zapatos), como condición para mejorar su propia
situación. El cuadro de resultados indica si se dio en la tecla con las
preferencias de la gente o si se erró el camino, con lo que se reencauza
la administración de recursos, siempre y cuando no se toleren operadores
que hacen negocios en los despachos oficiales buscando mercados cautivos
que finalmente perjudican a todos, especialmente a los más necesitados.
Pero lo que quiero señalar aquí es que ahora, aparentemente, se cayó la
máscara. La camarilla enquistada en el poder, en Cuba, está deliberando
si conviene seguir "el modelo chino". Este esquema consiste en terminar
con la cháchara del hombre nuevo, basarse más bien en la condición
humana y liberar la energía creadora a través de los incentivos
naturales en el comercio, que permiten obtener ganancias a todas las
partes involucradas y huir de "la tragedia de los comunes". Esto es,
finalmente, percibir que lo que es de todos no es de nadie.
Pero, y este pero es de gran importancia para los que están ubicados en
el poder, la casta gobernante obtiene para sí jugosas comisiones por el
permiso y la concesión que otorgan a los comerciantes para instalarse y
ofrecer bienes y servicios. En otros términos, estos parásitos se
arrogan la facultad de seguir exprimiendo a los que producen y crean
para embolsarse sumas fabulosas en su propio beneficio.
Queda entonces ahora al desnudo la hipocresía de los sinvergüenzas que
han usurpado el poder en provecho propio. Parecido a la estructura de
poder rusa, en la que la economía está, en gran medida, en manos de
mafias, ex nomenklaturas. Todo preparado para que, cuando en uno u otro
caso se produzca un barquinazo, los tilingos de siempre aludan a "la
crisis del capitalismo".
¿Qué será de las afirmaciones del sanguinario Castro I cuando decía que
"la empresa privada es básicamente inmoral", que "los incentivos
materiales estropean el carácter del hombre nuevo", que "hay que
suprimir el dinero", que "los hombres trabajarán por hábito" y que
"desde la primera infancia hay que reprimir en el hombre todo
sentimiento egoísta en el disfrute de las cosas materiales, por ejemplo,
el sentido de la propiedad individual", según las citas de Hugh Thomas
en su obra sobre Cuba?
El artículo 11 de la Constitución de la República Popular China reza
así: "El Estado permite la existencia y el desarrollo del sector
privado...". Salvando las distancias, del mismo modo en que ocurre en
muchas sociedades contemporáneas, en las que el fisco trata al
contribuyente como un limón que hay que exprimir al máximo sin matar la
planta, para que siga dando jugo, los gobernantes chinos usufructúan
para uso personal de millonarias "comisiones" que están obligados a
entregar los empresariados-concesionarios para subsistir.
Se revierte la relación con el poder: los empleados no son los
gobernantes, sino los gobernados. Consecuentemente, se revierten también
los principios más elementales de la teoría constitucional, en la que
los gobiernos tienen facultades limitadas y enumeradas y los gobernados
derechos no enumerados, para, en cambio, entronizar un sistema en el que
los gobiernos pueden hacer lo que se les ocurra y los "mandantes" tienen
derechos cada vez más escuálidos y raquíticos.
Después viene, al galope tendido, otra zoncera mayúscula, cual es el
sostener que, si avanzara el espíritu del liberalismo en China, nos
toparíamos con "el peligro amarillo", debido a las invasiones de
productos que Occidente recibe de aquella procedencia.
Dejando de lado el hediondo tufo racista de la referida afirmación, se
recurre a expresiones militares tales como la de las susodichas
"invasiones", como si el vender bienes más baratos y de mayor calidad
fuera el resultado de tropas de ocupación y de la coacción, en lugar de
comprender el enorme beneficio de los países receptores, quienes liberan
recursos humanos y materiales para otros fines, que no podían considerar
antes de las nuevas adquisiciones.
Se dice también, en esta misma línea argumental, que los salarios en
esas zonas son "de esclavos" (paradójicamente, dicho por muchos de los
adulones de regímenes totalitarios esclavistas) sin vislumbrar siquiera
las ventajas descomunales que proporcionan las inversiones extranjeras
para los salarios locales.
Ríos de tinta se han escrito en favor de ese círculo cuadrado denominado
"socialismo de mercado" que tanta alabanza recibe hoy de las autoridades
chinas.
Mi tesis doctoral en Economía versó sobre una crítica a esa tradición de
pensamiento y, además, publiqué un libro con ese título. No es mi
intención repetir las refutaciones en esta oportunidad, pero señalo que
ese "matrimonio de conveniencia" entre el socialismo y el mercado es
autodestructivo para este último elemento del binomio.
Si bien es cierto que no hay tal cosa como "purezas" y ortodoxias en el
campo científico y, para el caso –salvo en la religión– en ningún otro,
el intercalar aquellas propuestas mutuamente excluyentes resulta en
detrimento de la sociedad contractual y a favor de la hegemónica.
A la pregunta de cuál de los dos elementos tiñe al otro, debe
responderse que es el socialismo lo que impregna al mercado, puesto que,
en este contexto, necesariamente a este último proceso se lo toma de
manera sustancialmente distinta del mecanismo que se basa en la
propiedad y en marcos institucionales que garantizan derechos. En el
"socialismo de mercado" hay una pantomima o simulacro de mercado que no
permite desarrollar su rol primordial.
Resultan controvertidas las opiniones sobre cómo terminará la historia
en China, en vista de las tensiones desatadas y del cercenamiento de
libertades vitales como la de expresión; pero es de interés destacar la
tradición iniciada por Lao-tsé, seiscientos años antes de la era cristiana.
Tal como nos recuerda Edward Crane, en un ensayo sobre la importancia de
las libertades civiles en China, el fundador del taoísmo señalaba al
político que "cuando los impuestos son altos, la población padece
hambre. Cuando el gobierno se inmiscuye mucho, la población pierde su
espíritu [...] Debe confiarse en la gente, hay que dejarla en paz".
Estos sabios consejos, y otros que provienen de la misma persona y de
otras que compartían los mismos principios en aquella región del
planeta, no sólo infunden cierta dosis de esperanza, en cuanto a la
posibilidad de retomar una larga secuencia abandonada en esa parte del
mundo, sino que pone el dedo en el tema crucial de la presunción del
conocimiento de ingenieros sociales megalómanos de otros lares, que
pretenden dirigir aquello que no está a su alcance coordinar.
Es que toda la concepción socialista y estatista avanza sobre las
autonomías individuales por medio de la manía regulatoria de actividades
lícitas.
En verdad resulta tragicómica la soberbia de politicastros y candidatos
al poder cuando apuntan a políticas como la llamada redistribución del
ingresos, en abierta contradicción con la asignación de recursos que
realiza la gente en los supermercados y demás canales de expresión de
deseos y preferencias.
El explotar la aberración de que mayorías esquilmen a minorías en
abierta contradicción con los postulados de la democracia no modifica el
hecho de que las consecuentes disminuciones en las tasas de
capitalización reducen salarios e ingresos en términos reales de la
población.
Las carcajadas homéricas llegan a su máxima sonoridad, cuando estos
mandones tienen la inaudita pretensión de coordinar millones de arreglos
contractuales vía "acuerdos de precios" y demás dislates, como si
alguien pudiera contar con la información necesaria para tales
propósitos, y sin percatarse de que, precisamente, el conocimiento es,
por su naturaleza, disperso, y que, en cada contrato libre y voluntario,
se está formando un proceso que no es susceptible de manejarse
individualmente en su totalidad, puesto que excede las capacidades
consideradas.
Se dice con razón que es mejor para los cubanos que se adopte el modelo
chino en lugar de seguir en la miseria en que se encuentran, pero, como
también se ha dicho, entre tener una espada clavada hasta la mitad de la
hoja o tenerla hasta el mango, la opción final debería consistir en no
tenerla clavada de ningún modo.
Es una lástima que, por el momento, Cuba no tome como modelo a países
como Irlanda, en lugar de mirar como ejemplo a China, pero, claro,
Castro II y sus acólitos y secuaces quedarían sin empleo, junto con la
pléyade de chupasangres y seudointelectuales rastreros y beneficiarios
del poder ilimitado.
El último libro del autor es La tragedia de la drogadicción.
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