No está reglamentado en ninguna parte que un vendedor ambulante tenga
que estar circulando constantemente, en cambio si se quedan
estacionarios en algun punto deben pagar multas de hasta 500 pesos.
Si los físicos no hubiesen imaginado el movimiento continuo, lo habrían
inventado ahora los inspectores que supervisan a los vendedores
ambulantes cubanos, gente, por cierto, esta última, que ahora tributa
impuestos y tiene que pagar, desde por la licencia, hasta por la risa.
Y es que para la burocracia castrista, "ambulante" es eso, "ambulante".
Nada de estar haciendo punta'esquina. Hay que circular. A perpetuidad.
De lo contrario, como describe en Cubanet el periodista independiente
Víctor Manuel Domínguez, te caen encima los inspectores y te ponen una
multa de 250 a 500 pesos. A menos, claro, que uno acceda a pasarles a
ellos una suma un poco más módica.
Deja vu. Flashback a la segunda mitad de los años 90, cuando más de 50
mil cuentapropistas tiraron la toalla y se bajaron del ring.
Me cuenta Víctor que hace unos días un tamalero se paró por el muelle de
la Lanchita de Regla y vendió más de cuarenta tamales en unos segundos.
La brisa del mar da hambre y, a cinco pesos la ayaca, era lo que se dice
un precio popular. No pasó media hora antes de que aparecieran los
inspectores: "¡Circula!, ¡Dale, piérdete! ¡Circula".
Y un tamalero lo que carga es una lata. Dice el colega que un pobre
granizadero escribió a Granma que después que le pusieron 500 pesos de
multa anda como un moderno Sísifo, obligado a empujar permanentemente,
loma arriba y loma abajo y al resistero del sol, su carro cargado de
bloques de hielo y botellas de sirope por todo el Vedado.
Y no es que esté reglamentado en alguna parte el tiempo que un vendedor
ambulante puede estar parado en un lugar. Les han preguntado a los
inspectores y dicen que eso es "cuestión de apreciación".
Como les decía al principio, para la burocracia castrista, "ambulante"
es sólo eso: "ambulante". Como desmochador de palmas, en las ya famosas
178 categorías, no es desmochador de cocos.
¡Claro, caballeros! ¡Lo que quieren los castristas es que los vendedores
ambulantes paguen también otra licencia por detenerse! ¡Elemental,
señores, elemental!
Les dejo con "Zunzunes por cuenta propia", de Víctor Manuel Domínguez,
publicado en Cubanet:
Los vendedores ambulantes no tienen derecho a elegir un espacio para
comercializar. Son obligados a circular de esquina a esquina por la
ciudad bajo el asedio de los inspectores estatales. A pesar de la
puntualidad en los pagos de la licencia y el impuesto fiscal, a diario
se les imponen multas por detenerse a vender sus productos.
Los vendedores de tamales en Cabaigúan, los de percheros en Regla, o de
maní tostado en Luyanó, no saben cuántas horas o minutos tienen
permitidos para detenerse a pregonar y vender en un lugar. Tampoco los
amoladores de tijeras en Centro Habana, ni los granizaderos en el
Vedado. Mucho menos los rellenadores de fosforeras en Perico, y como si
fuera poco, tampoco lo saben los inspectores.
De acuerdo a las quejas enviadas a los diarios nacionales y
provinciales, muchos inspectores abusan de su poder. "No existe ser
humano capaz de caminar más de ocho horas diarias de trabajo bajo el
sol, sin detenerse. Me pusieron 250 pesos de multa por contravención"
-denuncio un vendedor.
Otro dijo que se veía obligado a desandar el Vedado loma arriba y loma
abajo, con un carrito de granizado lleno de hielo y las botellas de
sirope, sin apenas parar. Cuando se detuvo alrededor de una hora en una
esquina, le impusieron una multa de 500 pesos.
Según ambos afectados, cuando les preguntaron a los inspectores que los
multó cuál era el tiempo permitido para estacionarse en un lugar, les
respondieron que no sabían. Se determina por apreciación. Es decir,
cualquier vendedor por cuenta propia está sujeto al criterio de un
cuerpo de inspectores que al no encontrar una legislación que regule su
desempeño, la inventa.
La reglamentación oficial sobre los 178 empleos autorizados a ejercer
por cuenta propia, no contempla el tiempo de permanencia en un punto
como una de las contravenciones disciplinarias a tener en cuenta en el
caso de los vendedores ambulantes. Si bien detalla en qué consiste la
función, cuánto tributar, cuáles productos o servicios se pueden
ofrecer, con calidad e higiene, no regula el tiempo que se puede detener
un vendedor a comerciar.
Los inspectores estatales son quienes violan la ley. Es a ellos a
quienes debían multar. Como si la cantidad de multas impuestas fueran
una meta a cumplir, multiplican las contravenciones. Roban con impunidad
el esfuerzo del vendedor.
Ante la falta de control sobre el trabajo de los inspectores, los
vendedores se sienten desamparados. Muchos entregan la licencia y otros
planean hacerlo. Pierden dinero por las multas y la poca venta. Andan
como zunzunes que vuelan de flor en flor, pregonan de un lado a otro su
mercancía para huir del misterioso cronómetro con que miden la hora los
inspectores estatales.
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