Del fidelato al raulismo: Una falsa perspectiva de cambio y mejoramiento
sin fin a la vista
Sábado, Marzo 2, 2013 | Por Rolando Morelli
PHILADELPHIA, Pennsylvania, marzo, www.cubanet.org -Raúl Castro anuncia
como cosa de broma que dentro de muy poco podría jubilarse, después de
todo él también está en edad de pasar a retiro. La noticia, como era de
esperarse, pasa casi inadvertida. En fin, que ni siquiera los más
ingenuos le dan crédito. Con toda seguridad debió tratarse de uno de
esos típicos chistes raulistas. Raúl es un pesa'o, del carajo, pero a
veces le gusta hacerse el chistoso, y ésta ha sido una de esas veces. La
declaración por supuesto llevaba otra intención, se trataba de una
alusión al anuncio del Papa de que había decidido acogerse a la
jubilación. Después de todo, a los obispos se les retira llegados a no
sé qué edad. Y el Papa es, ante todo, el obispo de Roma. Raúl también lo
es, no de Roma, por supuesto. Está visto y comprobado que todos en la
familia imperial cubana padecen de este afán de codearse con lo que
alcanza resonancia y brillo en el mundo del espectáculo mediático, los
mismos a quienes dicen detestar. ¡No hay que perder nunca la ocasión de
aparecer en la foto, aunque sea con los capitostes de la iglesia, y de
robar protagonismo a su Santidad si viene al caso! En los predios del
feudo es cosa más fácil, pero en cualquier parte se cuecen habas. De las
fotos nacen luego las leyendas, casi de inmediato. ¡Qué se lo digan al
Ché, cuya historia se resume en un retrato! Fotogénico el muchacho. Hace
varios años, el hermanísimo del actual obispo-Regente en Jefe, ahora
presuntamente retirado —aunque sigue mirando por encima del hombro del
Eterno Príncipe Heredero de la corona— declaraba contrariado a quienes
le preguntaban si no era ya la hora de celebrar verdaderas elecciones,
que ni la reina de Inglaterra ni el Papa eran elegidos por nadie, y
ninguno iba a pedirles elecciones a ellos. Véase a la vez que la falsa
argucia leguleya en el paralelo, el afán de compararse siempre con otros
señores feudales, que prevalece en la familia. No podría pues, ser causa
de asombro ahora mismo, que el segundón se aplicara la formula en
relación al Papa. "Yo también podría pasar a retiro", declara. Parece
una amenaza dirigida a sus secuaces, cuando no es más que la declaración
de su propio miedo. El hermanito bien podría desplazarlo a conveniencia,
si pareciera del caso.
Por esta senda inalterable cuya sinuosa orografía se esboza en el
párrafo precedente, podríamos seguir haciendo, per secula seculorum, el
presuntamente cubanísimo e insoportable cuento de la buena pipa:
¿Quieres que te haga el cuento de la buena pipa?, etc. Pero el asunto no
es de cuento. De lo que se trata es de una verdadera tragedia. De un
drama, si se prefiere, por aquello de los innumerables elementos de risa
que contiene. ¡Mejor, no de la tragedia clásica pura, sino de una
tragedia absurda con su acogida para el humor negro! Por conveniencia,
podríamos considerar su desarrollo dividiéndolo en dos fases que son
como cambios aparentes de escenografías, con nuevos y viejos actores,
pero siempre girando en torno de los mismos protagonistas de horca y
cuchillo: C. primero y C. segundo.
Así que pasen cincuenta años…
Más de cincuenta años de ejercer el poder por medio de la violencia,
hasta convertir ésta en una institución de apariencia legítima, amparada
en estructuras legalistas, es demasiado tiempo para cualquiera en
cualquier parte. Hasta los hijos acaban por rebelarse contra la tiranía
de sus padres si ésta se extiende más allá de lo razonable, o acaban por
sucumbir a ella cuando no consiguen deshacerse de semejante peso. Nadie
levanta cabeza bajo el cepo. El esclavo se rebela, o escapa cuando
puede, que es también una forma de rebelión. El cónyuge se aparta y pone
a salvo su vida. Los más desesperados o apocados se suicidan, que es
hacerse con la propia vida, o mejor, con la muerte, a manera de desafío
ya sin riesgos. Para una mayoría de seres humanos, no vale la pena vivir
cuando se vive esclavizados. Lo proclama el Himno Nacional cubano, que
nada les dice ya a la mayoría: "En cadenas vivir, es vivir en oprobio y
afrentas sumidos". Hasta los venidos al mundo ya con el collar en su
sitio, sienten a veces el tirón de la naturaleza que reclama sus fueros.
Cincuenta años es más de la mitad de una vida. La tiranía cubana ya los
sobrepasa con creces. El único cambio aparente en el curso de la misma
ha sido el traspaso formal de mando del primero al segundo de la
dinastía Castro. Pero del fidelismo (entendido aquí como una primera
fase) acogido al lema "la Revolución soy yo", al raulismo asentidor "no
podemos dejar que se pierdan los logros de la Revolución", más que una
transición lo que ha tenido lugar es una transacción para apuntalar el
poder personal de los oligarcas. Nada ni remotamente parecido a un
cambio ha tenido lugar. Muchas esperanzas fueron concitadas en los
momentos mismos en que se preparaba el "traspaso" de poderes, y hasta
comentaristas avezados y generalmente bien informados del exterior,
parecieron confundirse: Raúl representaría el cambio mal que le pesara.
Se trataba de un pragmático. Era un administrador hábil, según
demostraba su desempeño al frente del ejército. Las premisas manejadas
no eran disparatadas, lo fueron las conclusiones extraídas. Raúl es, en
efecto, un pragmático, y un hábil administrador de recursos, por eso sus
medidas y decisiones, además de estar supeditadas y en concordancia con
las de su hermano, estaban encaminadas sobre todo a conservar el poder a
cualquier costo. Cambiar de mayorales de vez en cuando sirve para dar la
impresión de que "ahora sí van a cambiar las cosas". Es la técnica
empleada desde el comienzo mismo de la llamada Revolución por los
hermanitos Castro y sus acólitos, como parte del proceso de transformar
una nación llamada Cuba en un feudo personal. Donde abundan los
mayorales, y los aspirantes a mayorales con ínfulas, es fácil disponer
de ellos. La masa de siervos sólo puede aspirar a que las cosas mejoren.
La esperanza, ya se sabe, es lo último que se pierde, según insiste en
consolarnos el refrán.
Al principio, hasta el mismo Ché Guevara admitía que era difícil
construir el socialismo porque el obrero cubano había vivido una época
de prosperidad material superior a la de cualquier otro latinoamericano
(Che dixit) y le costaba renunciar a esa posesión y abrazar la idea
misma de Socialismo, que significaba la renuncia misma. ¡Había pues que
convencerlo, aunque sería por las malas! Por admisiones de esta índole,
francamente ingenuas que él creía sinceras y sin dudas lo eran también,
los hermanitos tuvieron que deshacerse del argentino. Antes se habían
deshecho por vías diferentes y por métodos similares de Camilo
Cienfuegos y Huber Matos. Del primero porque era demasiado popular y
podía ser impredecible, y del segundo porque no entraba en componendas y
tuvo el mal escrúpulo de jugar limpio, llamando a las cosas por su
nombre. De los intrigantes comunistas del viejo Partido Socialista
Popular con los hermanos Escalante a la cabeza se desembarazaron
expedita y pragmáticamente los otros hermanos, mediante un proceso
amañado, como todos los que han sido bajo la égida de los Castro,
llamado de la Microfracción. Blas Roca y Lázaro Peña, dos de los
principales sobrevivientes de este naufragio se acogieron a sagrado en
el seno de la Revolución que les perdonó no haber dicho ni esta boca es
mía. En ese obsequioso ninguneo murieron ambos, y están a la izquierda
del Padre, o a la derecha, hoy es ya imposible establecer estas
precisiones. Otros figurones del viejo partido no tuvieron la misma
suerte, aunque tampoco fueran deportados a Siberia como el inefable y
otrora todopoderoso Anibal Escalante, ni ejecutados como el trágico
Marcos Rodríguez, sacrificado cronológicamente antes, por presuntos
delitos de traición contra otros revolucionarios y tildado de "raro",
"extremadamente raro con sus sandalias y sus modos equívocos". ¡Ah! ¡Los
homosexuales! Está claro que para lo único que sirven en este tinglado
es para aplaudir a quien más y mejor, como el otro Guevara, el cinéfilo,
amigo de la universidad, del emperador en cueros. O los inefables Miguel
Barnet y Pablo Armando Fernández. Si sabían bien esto Lezama Lima,
Virgilio Piñera, Reinaldo Arenas y José Mario, entre innumerables otros,
que por negarse a prodigar aplausos pagaron con su piel. O el poeta
Heberto Padilla, que no siendo homosexual se atrevió a tener como
aspiración situarse "Fuera del juego". De los fusilamientos y juicios
sumarios iniciales —televisados para aleccionamiento general—, y de las
recogidas en masa con cualquier pretexto, a la institución paulatina de
la represión, el camino del infierno ha estado empedrado siempre de
declaradas buenas intenciones. De los fusilamientos al encarcelamiento
de millares de personas, del UMAP al Sidatorio, pasando por la Columna
Juvenil del Centenario, el Ejército Juvenil del Trabajo y el mismísimo
Servicio Militar Obligatorio, podría componerse una lista interminable
del infame tráfico y explotación de esclavos en pleno siglo XX, que
llega a nuestros días con otros nombres. Blancos, negros y mestizos
todos caben. ¡La igualdad o el igualitarismo socialista del reino de
este mundo, como quería Alejo Carpentier para los de la isla, bajo la
advocación siempre generosa de la dinastía Castro! ¡Salve! ¡Aleluya!
Las escuelas en el campo, para mejor salvaguardar las ideas y las
conquistas revolucionarias. La universidad nada más que para los más que
probadamente revolucionarios… La estultez como aspiración y único medio
para realizarse. ¡Una contradicción marxista! O tal vez no. La sociedad
como tabla rasa, o como palimpsesto sin escritura previa. Se descubre
por este rumbo que hasta Solón era cubiche, y marxista. Vamos, que
inventó él sólo todo el asunto. Luego era pariente de Martí y por esta
vía entronca directamente con la dinastía de los Castro. Todo queda en
casa. ¡Unos genios! La historia no es lo que insisten en decirnos las
fuentes enemigas, que naturalmente desconocemos, sino lo que nuestra
educación socialista y revolucionaria nos enseña. ¡Gratuita, universal,
humanística, científico-técnica!
Al comienzo y durante muchas décadas se ametrallaba en el mar a quienes
intentaban escapar, y se hacían las preguntas después, no a los muertos,
sino a los parientes, amigos o conocidos que podían saber algo o no
haber revelado una sospecha. Cuando la caldera se recalentaba al
interior, podía acudirse a salvoconductos masivos como el de Camarioca,
seguido por los vuelos de la libertad, acordados con el gobierno
americano, o mucho más tarde el éxodo del Mariel tras el escándalo de la
Embajada del Perú en La Habana, o la ola de balseros desde todas partes,
pero preferentemente desde Cojimar. ¡Pero no confundir la autorización a
escapar del país con una absoluta tolerancia de los revolucionarios! El
hundimiento de una embarcación cargada de pasajeros en el Río Canimar en
1980, y mucho más tarde la acometida y hundimiento del remolcador 13 de
marzo frente a la Bahía de La Habana, dan cuenta de una determinación
del poder de establecer los límites de su tolerancia. ¡Qué el relajo sea
con orden! No olviden quién sigue teniendo la sartén por el mango.
La revuelta ciudadana: la recuperación paulatina y desesperada de una
sociedad civil; la lucha en defensa de los derechos individuales que va
de Ricardo Boffill a las Damas de Blanco y sus esposos y familiares
encarcelados por hacer oír sus voces dentro y fuera de Cuba… ¿Acaso se
les escucha para dar al menos la impresión de que algo ha cambiado? ¿En
qué consiste el cacareado cambio raulista? El periodismo independiente,
algunos "blogs" y las llamadas "nuevas medidas que autorizan a (algunos)
cubanos a viajar al extranjero", ¿qué cambio verdadero representan?
La serpiente se muerde la cola. Muchos son los que ahora terminan en
Miami o en otros puntos del planeta, por una vía u otra, pero no es
fácil liberarse de la confusión sembrada en sus cabezas por la educación
presuntamente gratuita. Cuando menos, el emperador de marras les parece
una figura anticuada, patética, pero es como Silvio o Pablito, un
recuerdo inseparable de su obsolescencia, perdón, adolescencia.
¡Pobrecito el muy canalla! Tampoco hay porqué alegrarse del mal de
nadie, ni de que se muera pronto ni nada de eso. La gente de aquí que es
mala, muy mala, la verdad. Después de todo, allá no se vive tan mal
nada. Y ahora hasta podemos ir de visita y llevar cosas y hacernos
admirar por los que se tienen que quedar del lado de allá.
Claro que aquí tampoco termina aún la puesta en escena. El raulismo
sagaz quiere seguir pasando página, re-escribiendo con tinta simpática,
él que es tremendo pesa'o, la parte que le toca. Mariela, su hija,
viajera incesante va por el mundo sumando a la causa el concurso de
locas desmemoriadas o ignorantes, y de transexuales a quienes promete
que si hubo penas habrá olvidos porque nada de lo ocurrido, que tampoco
fue tan malo como se dice fuera de Cuba, ocurrió por culpa de su padre o
de su tío. Fueron otros. La vieja sociedad que era MUY, pero QUE MUY
machista. ¿Quién se va a acordar de la apoteósica acogida a Pedrito Rico
de aquella sociedad machista, o de la recepción tributada a la primera
transexual del mundo, una danesa que hasta llegó a actuar en Tropicana?
¿No tuvo el incomparable Bola de Nieve, que además era negro, su propio
programa de televisión antes de que Nat King Cole, que no era
homosexual, pudiera decir lo mismo en los Estados Unidos? ¿Y Luis
Carbonell, el acuarelista de la poesía antillana? ¿No paseó a su negra
Fuló de bata y cola larga por los escenarios de la televisión y los
escenarios cubanos antes de que los Castro llegaran y "mandaran a parar"
con la anuencia y connivencia de Carlos Puebla y sus incondicionales?
¿Tuvieron que enfrentarse alguna vez cualquiera de estos artistas a una
veda por su condición sexual a la hora de viajar a México, Perú o
cualquier otro destino libremente escogido por ellos?
El trayecto de la Revolución ha sido interminable, desastroso,
devastador y lleno de trampas y espejismos. En conclusión, durante esta
larga etapa de nuestra historia que pasa de medio siglo y podríamos
convenir en llamar del fidelato al raulismo, hemos transitado los
cubanos por una agónica e infinita perspectiva de falsos cambios hacia
un empeoramiento inevitable, cuyo final no se divisa claramente aún,
aunque pueda adelantarse con seguridad un estrepitoso derrumbe, en el
mejor de los momentos de esos que de continuo se predicen.
Rolando D. H. Morelli, Ph.D., docente, narrador, poeta y ensayista
cubano exiliado. Ha sido profesor universitario en prestigiosas
universidades norteamericanas. Pertenece al Pen Club de escritores.
Co-fundador y director de las Ediciones La gota de agua. Reside en
Philadelphia.
© Rolando D. H. Morelli
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