Mercantilismo, alboroto y embargo
02/01/2015 2:00 PM 02/01/2015 7:00 PM
Uno de los argumentos repetidos en contra de cualquier medida que busque
reducir las restricciones impuestas por el embargo norteamericano hacia
Cuba es que de esta forma se alienta el mercantilismo impuesto por el
régimen. En realidad, de levantarse el embargo, la tendencia económica
que terminaría imponiéndose sería todo lo contrario.
El capitalismo moderno está fundamentado en la noción de un mercado
libre de mercancías, servicios e ideas. Por contraste, el mercantilismo
fue el sistema económico que dominó en la economía de Europa Occidental
desde el siglo XVI hasta finales del siglo XVIII. Este se fundamentaba
en una política estatal de beneficios mutuos entre la clase mercantil y
un gobierno que buscaba fortalecerse.
El régimen cubano prohíbe a la población el comercio privado, salvo en
lo que se refiere a operaciones limitadas de ventas de artículos
elaborados artesanalmente o producidos en pequeñas cantidades. Es decir,
se permite el trabajo por cuenta propia en ciertas áreas y se han
autorizado —y están en aumento— las empresas familiares, cooperativas y
particulares dedicados a la gestión de servicios. Pero en lo que se
refiere al sector comercial en una escala mayor, no hay intenciones de
autorizarlo.
Se puede tener un taller de reparaciones, una peluquería o un
restaurante propiedad de un individuo, una familia o varios asociados,
pero no un supermercado, ni tampoco lo que se conoce en Cuba como bodega
—un sitio dedicado a la venta de comestibles, que se adquieren en el
comercio mayorista, y por lo general situado en la esquina de una
cuadra. Hay vendedores de alimentos, que cosechan ellos mismos o compran
a campesinos y luego ofertan en la calle, un sitio destinado a este tipo
de actividades o mediante una red de clientes surgida a través del
contacto personal.
Si bien la gestión comercial privada ha logrado cierto desarrollo, sus
limitaciones son muchas. Eso hace que la mayor parte de la producción y
distribución de mercancías continúe en poder de la empresa estatal o de
corporaciones mixtas —con capital e incluso administración privada,
aunque foránea, y participación del Estado, es decir: del gobierno.
Se pueden vender confecciones elaboradas por productores privados, pero
un cubano no puede abrir una tienda de venta de ropa adquirida en el
extranjero. Hay actividades permitidas de momento, pero no plenamente
autorizadas, lo que conlleva un amplio margen donde se confunden la
ilegalidad, el mercado negro y la corrupción. Un extranjero puede abrir
un negocio, siempre y cuando lo autorice el gobierno y esté dispuesto a
asumir los riesgos de llevar a cabo transacciones que durante años le
"dejan hacer" y un día le decomisan la empresa, multan o castigan con la
cárcel por las razones más diversas.
Así que resulta válido afirmar que más que un capitalismo en desarrollo,
lo que el régimen cubano permite de momento es tanto el "timbiriche"
como una forma de mercantilismo propia donde el favoritismo, el
patronazgo y el rentismo se dan la mano de formas diversas y siempre
riesgosas.
En cuanto a las operaciones comerciales de envergadura —donde realmente
están las ganancias sustanciosas y las posibilidades de desarrollo
empresarial— estas se encuentran estrictamente reservadas para el Estado
y sus gobernantes. Cada dólar que ha sido negociado con Cuba, por las
firmas norteamericanas, ha sido tramitado por una entidad que es
propiedad del régimen castrista y operada por éste. En igual sentido, de
incrementarse, el comercio con Estados Unidos será fundamentalmente
mediante empresas estatales de este tipo.
Es cierto que el gobierno cubano practica el mercantilismo económico,
pero hay que agregar que la política del embargo contribuye a ello. Esto
no quiere decir que la eliminación de las restricciones comerciales
implicaría el fin de las prácticas mercantilistas en Cuba, pero sí puede
afirmarse que el embargo brinda un medio ideal para el desarrollo del
mercantilismo.
El recurrir a un embargo es una solución relativamente sencilla para los
gobernantes de cualquier parte del mundo. La justificación perfecta ante
la incapacidad o el deseo de hacer algo mejor. No basta con repetir con
mayor o menor énfasis que funcionaron anteriormente. La época de los
embargos es cosa del pasado. No se puede jugar a la subordinación del
comercio según dictados gubernamentales y decirle al mundo que abra las
fronteras a los productos norteamericanos. Incluso las sanciones
económicas —que no deben confundirse con un embargo— tienen una
efectividad limitada.
En la actualidad el embargo no es una medida que se valora de forma
positiva, en el país donde un mandatario la promulgó en 1962, luego de
tener a buen resguardo una provisión tal de tabacos que le sobreviviría.
Kennedy no vivió lo suficiente para conocer que no era la ley sino el
tabaco lo que dañaba la salud. Ahora el embargo comienza a convertirse
en humo, porque los norteamericanos no quieren quedar fuera del reparto
de puros.
Source: Mercantilismo, alboroto y embargo | El Nuevo Herald El Nuevo
Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/alejandro-armengol/article8832863.html
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