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Raúl Castro
Los criterios del General
Ni las exhortaciones ni la compulsión servirán nunca para aumentar en
Cuba la producción y la productividad
Oscar Espinosa Chepe, La Habana | 10/08/2012 10:27 am
De forma inesperada, al terminar el pobre acto central para celebrar el
59 aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, el 26 de julio en la
ciudad de Guantánamo, el presidente Raúl Castro improvisó unas palabras,
quizás con la intención de dar algo de lustre a la deslucida actividad.
Allí expresó criterios sobre una variedad de temas, pero se refirió en
particular a uno de suma sensibilidad para el pueblo cubano: los salarios.
Al respecto subrayó que: "Mientras no se avance en la producción y la
productividad, empezando por aquellas tareas que están en la mano, que
se pueden lograr, como es la producción de alimentos para ahorrarnos
miles de millones de dólares en importación, no se podrá producir
aumentos salariales". A continuación señaló que "en un momento se les
concedió a los maestros (aumentos) no en la cantidad que hubiéramos
deseado, pero se hizo algo. Los mismos médicos ganan muy poco. Asi
estamos todos…". En realidad, no todos los ciudadanos del país están en
tan malas condiciones, sobre todo quienes hoy ocupan posiciones
políticas, "los primeros entre los iguales".
No obstante, la aseveración del presidente sobre el nexo entre
producción y productividad por una parte, y el nivel de los salarios es
real. Económicamente resulta imposible distribuir lo que no se produce o
no puede adquirirse en el exterior. Elevar los salarios y las pensiones
sin tener en cuenta esta verdad, significaría estimular un proceso
inflacionario más alto que el ya existente por otras razones. Los
miserables ingresos actuales de los trabajadores y los pensionados son
consecuencia de los paupérrimos niveles productivos y de productividad
y, de no resolverse esta vital cuestión, el nivel de vida de la
población no solo no podrá elevarse, sino que continuará la tendencia a
seguir reduciéndose en términos reales. En modo alguno pueden soslayarse
los cambios económicos, tecnológicos y de otro tipo que constantemente
ocurren en el mundo —incluida la dinámica de la productividad—, y que
inevitablemente afectan la realidad nacional.
Pero sí tiene que estar claro que tanto la producción como la
productividad nunca se elevarán a través de exhortaciones ni compulsión.
Únicamente podrá conseguirse con medidas económicas que desaten las
fuerzas productivas, en primer lugar, la liquidación de un sistema
económico, político y social que las mantiene frenadas.
No es con la empresa estatal —supuestamente socialista—, probadamente
ineficiente, que se resolverá el problema, sino con medidas
liberalizadoras que estimulen las iniciativas y den garantías de un
futuro mejor a los cubanos y sus familias, y así puedan aportar
beneficios a la sociedad. Se requieren fuertes reordenamientos en las
empresas estatales, para que por fin sea factible resolver el complicado
asunto de las plantillas infladas y los trabajadores puedan ganar por lo
que realmente hacen. Sin ello, resulta imposible organizar debidamente
los centros de trabajo y establecer una disciplina laboral adecuada,
elementos indispensables para el incremento de la productividad y
subsecuentemente la elevación del salario real que estimule a los
trabajadores a producir. Incluso de esta tarea depende la liquidación
del viejo y nefasto problema de la doble moneda, también consecuencia de
los bajos niveles de producción y productividad, base de la escasez de
todos los artículos y de la necesidad de una moneda adicional para
distribuirlos.
Lamentablemente este proceso va con una lentitud apabullante, mientras
paralelamente se acumulan los problemas y los centros de trabajo siguen
descapitalizándose material y humanamente, en un marco de creciente
corrupción y anarquía. El proceso de reorganización laboral,
originalmente concebido para reubicar 1,3 millón de trabajadores, no
solo se ha incumplido, sino que es incumplible en el marco de un proceso
de fallida actualización diseñado para impedir la concentración de la
propiedad y hacer que la iniciativa individual no salga de los estrechos
marcos de la sobrevivencia. Ello, por supuesto, hace imposible la
creación de los empleos necesarios para dar cabida a las personas que
deben desplazarse del sector estatal, creándose una contradicción
imposible de resolver con las actuales concepciones. Al mismo tiempo
avanza el proceso de descapitalización, con la segura consecuencia del
decrecimiento de la eficiencia productiva en un mundo donde la ciencia y
la tecnología se desarrollan a pasos agigantados.
El presidente hizo énfasis en la producción de alimentos para ahorrar
miles de millones de dólares en importaciones, pero surge la pregunta de
si ello es posible con arados de bueyes, machetes y azadones, sin el
aseguramiento del riego, combustibles, transporte, mecanización,
fertilizantes, pesticidas, insecticidas, semillas de buena calidad y
muchos otros accesorios para la producción agropecuaria. Resulta
evidente que por esa vía habrá que seguir aumentando las importaciones
de alimentos perfectamente producibles nacionalmente y se continuará
desviando enormes cantidades de divisas que podrían utilizarse en
resolver otros problemas. Todo por causa de la tozuda decisión de
mantener un sistema de gestión centralizado, que con sus concepciones
totalitarias ha fracasado en todas partes, y en nuestro país más
estrepitosamente.
Asimismo, no menos pernicioso para el aumento de la producción y la
productividad es el bloqueo que mantiene el régimen sobre el libre flujo
de la información entre los ciudadanos. Un ejemplo es la imposibilidad
de acceder a Internet, lo cual priva a los especialistas de los avances
que día a día surgen en el mundo en todos los campos del saber. Mientras
en muchos países, incluidos los latinoamericanos, desde hace años se
obsequia masivamente computadoras personales a los estudiantes y se
facilita la libre conectividad, con precios bajos en lugares públicos,
incluso en algunos hasta de manera gratuita para motivar la afluencia de
clientes para otros fines sociales o de consumo, en Cuba se mantiene la
prohibición en los hogares y solo se permite restringidamente a personas
seleccionadas o en los cibercafés a costos muy elevados para la mayoría
de la población. A ello se une la carencia de libros, revistas y otros
medios para tener información técnica adecuada, lo cual repercute en la
desactualización de los especialistas en las diversas materias, que en
un contexto de impetuoso desarrollo científico-técnico ocasiona que la
sociedad cubana poco a poco quede a la zaga en un proceso de continuada
decadencia en todos los aspectos de la vida.
Como puede apreciarse, en Cuba el problema del aumento de la producción
y la productividad está ligado a realizar verdaderas transformaciones
económicas, políticas y sociales. Los llamados a aumentarlas sin tomar
medidas concretas no son más que ejercicios fútiles y engañosos. Por ese
camino no solo no se elevarán los salarios sino que continuarán
perdiendo su valor real y, lo que es peor, el país seguirá hundiéndose
en la crisis.
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