Monday, March 11, 2013

Cuba sin Chávez

Cuba sin Chávez

El escenario para Cuba es el de un mundo sin Hugo Chávez, pero no sin
Venezuela y su apoyo millonario, al menos por el momento

Alcibíades Hidalgo, Miami | 11/03/2013 8:52 am

Cuba se encuentra ya frente al temido escenario de un mundo sin Hugo
Chávez. En La Habana, afirman las crónicas, los más pesimistas acumulan
velas para enfrentar los venideros cortes de energía que traerían
—quizás tan pronto como en el próximo verano— los insoportables
"apagones" que junto a la "Opción Cero" y otros términos de la neolengua
revolucionaria identificaron el "Período Especial en Tiempo de Paz" que
siguió a la disolución de la Unión Soviética dos décadas atrás.

La amenaza de las vacas flacas, la desaparición del transporte y el
regreso a la era de las bicicletas y las neuropatías, del fin del
subsidio venezolano que constituye un secreto a voces incluso en una
isla de información muy racionada, subyace en las expresiones de dolor,
sinceras o a tono con la propaganda oficial, con las que el cubano de a
pie se refiere a la muerte de un líder extranjero demasiado presente en
su vida pero de bolsillo profundo y generoso.

Por su parte y de cerrado duelo, el gobierno de Raúl Castro hace lo suyo
para alimentar la imagen de este nuevo Che Guevara, que no murió
asesinado en La Higuera, sino de cáncer y demasiada pasión por la
Revolución Bolivariana. El discurso gubernamental asegura también que
Cuba, pese a las circunstancias, resistirá todos los embates y
continuará navegando por el mar de la felicidad que Chávez pidió en
algún momento para su pueblo.

Lo que está en juego en la relación Cuba-Venezuela es la más fuerte
alianza política del continente, sobre la cual descansa el complejo
entramado de unos 300 acuerdos firmados a lo largo de los muchos años de
poder chavista y que constituyen la base económica de la supervivencia
del régimen cubano. En ellos se incluyen, además del esencial suministro
de combustible a precios insólitamente preferenciales, proyectos por más
de 1.300 millones de dólares anuales en intercambios en educación,
deporte, agricultura, comunicaciones, administración de puertos,
cooperación en materia militar y de inteligencia y una infinita lista de
etcéteras.

La Habana es a las claras el socio beneficiado por términos comerciales
de excepcional holgura que, al estilo de la relación con los soviéticos
en su momento, pero todavía menor en volumen, mantienen a flote una
economía atada al capricho político de Fidel Castro durante medio siglo,
que ahora su hermano menor intenta reconstruir sin éxito notable.

Venezuela es por mucho el primer socio comercial de Cuba, con cifras
oficiales de intercambio por encima de los seis mil millones de dólares
por año desde 2010, muy superiores a las de China, Canadá, España,
Brasil y Estados Unidos que ocupan los siguientes puestos. La primera
fuente de divisas para el país es la venta de servicios profesionales,
de los que Caracas aparece como principal cliente, en particular por la
presencia de unos cincuenta mil profesionales de la salud que garantizan
la asistencia médica en los barrios pobres de las ciudades venezolanas,
en el llamado programa Barrio Adentro, uno de los pilares de la política
social del chavismo, que hasta Henrique Capriles Radonski prometió
respetar durante su campaña electoral.

La masiva presencia médica —que ha reducido sustancialmente el nivel de
atención en la propia Isla— paga solo en parte el suministro de unos
92.000 barriles diarios de crudo venezolano, que cubren aproximadamente
la mitad del consumo cubano con un valor de 3.200 millones de dólares
anuales. La diferencia se remite a créditos a 25 años con un 1 % de
interés, que pese a su generosidad correrán seguramente la suerte de la
multimillonaria deuda de Cuba con la ahora disuelta Unión Soviética, que
La Habana ni siquiera reconoce con exactitud.

Los ingresos por remesas familiares, turismo, exportación de níquel y
otros que la economía cubana ofrece en discutibles estadísticas, no
cubrirían siquiera los gastos energéticos a precios del mercado. La
desaparición del segundo mecenas histórico de la revolución cubana,
sería por tanto y solo a causa de este rubro, la ruina definitiva de la
economía insular.

Es ante todo a estas millonarias cifras que forman parte privilegiada
del despilfarro del tesoro nacional de Venezuela que Hugo Chávez se
lleva a la tumba, a las que se refieren quienes apuestan por la
continuidad del castrismo si se mantiene la ayuda o los que aguardan su
desaparición si cesa bruscamente.

En realidad, el pronóstico del futuro inmediato de la Isla puede que
esté a medio camino entre ambas opciones. La marea roja que colmó
Caracas y el funeral del Comandante Presidente, convertido de hecho en
el apoteósico inicio de campaña electoral de su sucesor designado
Nicolás Maduro, indican cuán difícil será para la semiparalizada
oposición venezolana arrebatar el poder a los herederos de Chávez,
beneficiarios de su carismático legado político y financiero.

A un lado han quedado las fricciones nada imaginarias entre las
facciones chavistas, ante el objetivo prioritario de conservar el poder.
Con respecto a Cuba ni siquiera el discurso opositor que logró el voto
de casi la mitad de los venezolanos en las recientes elecciones
presidenciales en las que finalmente se impuso Hugo Chávez, se atrevió a
incluir en su programa de gobierno la salida de las decenas de miles de
cubanos que constituyen parte esencial de la alianza forjada entre ambos
países a lo largo de casi tres lustros de poder chavista.

Pese a las presiones por revertir la cada vez más precaria economía
interna, aún con el precio del barril de petróleo por encima de los cien
dólares, a Nicolás Maduro, le sobrarían razones y ganas en el caso de
resultar electo para prolongar la relación de excepción con el gobierno
de los Castro, aunque solo fuera por el simbolismo de seguir el camino
señalado por el Chávez que con su solo dedo lo hizo presidente de Venezuela.

Más adelante se impondrán las realidades económicas del legado chavista,
la inflación cifrada ahora oficialmente en un 22 %, la escasez de
dólares para las importaciones de productos básicos de la vida
cotidiana, los recordatorios de Pekín sobre la necesidad de honrar la
deuda millonaria de los ricos venezolanos con los hermanos chinos, los
resultados de la sistemática depauperación de la industria del petróleo,
la crisis social que ha convertido a Caracas en una ciudad más peligrosa
que Bagdad y sobre todo la evidencia de la diferencia de carisma entre
el gris heredero y el presidente más procaz que recuerde América Latina,
ahora embalsamado en un panteón socialista.

Sólo entonces, podrán entrar en discusión los subsidios a Cuba, pero por
ahora, al iniciarse el último período de cinco años de su gobierno si
Raúl Castro cumple su palabra, el escenario es todavía el de un mundo
sin Hugo Chávez, pero no sin Venezuela y su apoyo millonario, al menos
por el momento.

El verdadero hijo

Pero si Raúl Castro puede encontrar algún alivio en la esperanza de que
el variopinto oficialismo venezolano repetirá a corto plazo una barrida
electoral como la ocurrida en las últimas elecciones para gobernaciones
y alcaldías, en las que el voto popular fue hábilmente manipulado para
enviar un mensaje de aliento al enfermo terminal de Miraflores, en La
Habana hay otro Castro francamente desconsolado.

Si logra interpretar la magnitud de lo ocurrido, Fidel Castro debe con
seguridad estar llorando con lacerante dolor, como apunta el comunicado
oficial cubano sobre la muerte de Hugo Chávez, la desaparición de su más
entrañable heredero político, o mejor aún de su verdadero hijo, como
también lo identificó la prensa oficial.

El carisma, como Raúl Castro aprendió en carne propia, no es
transferible. Ante la falta de vocación por la revolución continental de
su hermano —más preocupado por el vaso de leche que no logra llevar a la
mesa de los niños cubanos pese a las tempranas promesas— el mayor de los
Castro halló casi veinte años atrás en el derrotado teniente coronel
golpista un regalo del cielo, un soñador tan creyente en el mito
castrista como dilapidador de los fondos nacionales, con la tenacidad
propia de un militante y la irresponsabilidad de un nuevo rico.

Con Chávez se va la esperanza del Socialismo del Siglo XXI, esa
entelequia que sustituyó a las variantes europeas de las ideas de Carlos
Marx y que jamás han encontrado sustento práctico en ninguna de las
regiones del planeta. Nicolás Maduro no parece calzar las botas para ese
otro reemplazo y Rafael Correa no logra la bendición de La Habana, no se
sabe si por falta de fondos o de fe en el modelo cubano que Chávez
asimiló como dogma.

Al regreso de Caracas

Cuando regrese de Caracas Raúl Castro tendrá nuevas razones para
preocuparse. En Venezuela se despedirá de un nuevo aliado, el preferido
de La Habana, que tras vencer el reto electoral, deberá probar ante los
suyos que es capaz de imponerse sobre las diferentes corrientes del
chavismo, tan corruptas como interesadas en prolongar el saqueo del
botín, antes que garantizar la supervivencia del experimento cubano.

En la Isla, para el menor de los Castro lo suyo es una apuesta contra el
tiempo en busca de los cambios imprescindibles que otorguen la
eficiencia imposible a un modelo que ni siquiera logra definirse. Las
pocas y tímidas reformas económicas decretadas en cinco años no logran
romper el letargo de la corrupción generalizada, la burocracia oficial y
la indiferencia popular. La lealtad al legado de la revolución no asoma
ya en los jóvenes más preocupados por huir del paraíso prometido que en
lograr inútiles títulos universitarios. Su logro más notable, el permiso
casi libre para entrar y salir del país adquiere ante el fallecimiento
de Chávez (bien previsible para el gobierno cubano) la sospechosa
condición de una estampida migratoria de nuevo tipo como las que Fidel
Castro endilgó a tres administraciones demócratas en otras tantas décadas.

Por si fuera poco, Raúl deberá continuar muy atento a la evolución
ideológica de su presunto heredero Miguel Díaz-Canel, nacido cuando ya
los hermanos Castro desbarataban sin piedad el orden anterior, no vaya a
ser cosa que ese pequeño Gorbachov que muchos líderes socialistas llevan
dentro aparezca cuando ya sea demasiado tarde. Algo que ni la
previsiblemente milagrosa momia del Presidente Comandante podrá impedir.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/cuba-sin-chavez-283422

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