Publicado el domingo, 09.01.13
La estructura económica cubana desalienta la iniciativa
ARMANDO H. PORTELA
AHPORTELA@ELNUEVOHERALD.COM
Los cambios a los que Cuba ha estado sujeta por más de medio siglo han
sido tan radicales y con frecuencia traumáticos que alcanzaron a
modificar la población, los hábitos sociales, los paisajes, la economía
y la concordia entre los cubanos, a tal punto que hoy es un empeño
agónico organizar un juego de pelota entre abuelos por causa de una
ofensa estúpida –hija legítima de la obcecación y el miedo– que dos
azuzados peloteros cometieron hace casi quince años.
La isla ha dejado ir el talento, el conocimiento y la iniciativa de más
de dos millones de habitantes, la mayoría educados y deseosos de
triunfar; ha visto aparecer de la nada la segunda mayor ciudad de
cubanos –Miami, la única próspera y habitable–; perdió un millón de
hectáreas de cañaverales, un área comparable a la antigua provincia de
Pinar del Río, inundó inútilmente valles para tener un agua que persiste
en escasear. También encontró petróleo y llenó de feas torres, malos
olores y pegajosos residuos una bellísima franja costera –de playas y
acantilados, de bosques y plantas únicas en el mundo–, cuyo valor
urbanizable excedía a todo el hidrocarburo extraído y empleado en
alumbrar a duras penas las miserias de ciudades y pueblos que se desmoronan.
Y, como si no fuera suficiente, hoy habla de un brote de cólera con
alucinante naturalidad, como si fuera un producto natural del verano,
las lluvias y las moscas.
Durante los últimos años han cambiado también los pilares de la
economía. La isla de azúcar, café y tabaco ya no existe, y no cambió
precisamente para una isla de industria moderna y tecnología como
machacosamente pedía Leví Marrero.
Todo se sostiene de la manera más precaria que es dable imaginar. Como
los enfermos en coma, se sabe que está viva por la respiración tenue y
el persistente chorro de dinero y mercancías que los cubanos mandan
desde el exterior a sus parientes pobres, con lo que se han convertido
en el verdadero motor de las reformas del gobierno. En veinte años y
partiendo de cero, las remesas se han colocado en el tope de los
ingresos del país, libres de gastos, de inversiones y preocupaciones.
En honor a la verdad, no todo ha ido cuesta abajo desde que hace veinte
años la ex Unión Soviética se quitó de arriba la economía parásita (así
la calificó Solzhenitsin con precisión roñosa) de la isla. Algunos
sectores han florecido y ofrecen las únicas opciones de ingresos y de
empleos apetecibles. El turismo es parte del precario sostén de la
nación, la industria del níquel ha crecido hasta colocarse a la cabeza
de los principales generadores de divisas, la extracción y refinación de
petróleo han prosperado de la mano generosa del fallecido presidente
venezolano Hugo Chavez y de la colaboración con empresas extranjeras,
mientras que la generación de electricidad, después del exasperante
bache de los años del "Período Especial" consiguió reanudar su lento y
poco eficiente crecimiento.
Otra industria –la farmacéutica– que no se muestra en el mapa, también
ha conseguido mejoras, aunque diste mucho de ser la piedra filosofal que
puede cambiar el decorado en casa.
Un vistazo a las grandes inversiones comprometidas, aquellas que en
cierto momento crearon un aura de esperanza, hace levantar las cejas
hasta al más crédulo. La refinería de petróleo de Matanzas, el
oleoducto, la planta de ferroníquel de Moa, la ampliación de la
refinería de Cienfuegos o la reapertura de la de Santiago, todas
dependientes de Venezuela, no inspiran ya la misma confianza que antes
de enfermarse Chavez. El único de los grandes proyectos que parece
saludable es el de la terminal de contenedores de Mariel, una inversión
de $800 millones que más parece apuntar al futuro levantamiento del
embargo comercial de Estados Unidos que a las necesidades del comercio
actual de Cuba.
Tampoco hay un sector que lidere el crecimiento y permita mirar
confiados hacia adelante. El turismo, la más mentada de las industrias
actuales, debe reinvertir en sí misma la mayoría de los ingresos que
genera, y la ganancia debe compartirse con los socios extranjeros.
Traducido al lenguaje del dinero, el turismo deja un dividendo inferior
a los $50 per cápita anuales en Cuba.
El níquel, otro sector potente y favorecido por buenos precios, creció
incluso en los años más oscuros del "Período Especial", pero el gobierno
tuvo que desmantelar recientemente la obsoleta planta de Nicaro, que
aportaba el 15 por ciento de la producción nacional.
La prospección de petróleo en el noroeste de Cuba, que prometía hallar
hasta 20,000 millones de barriles según burócratas de la isla, resultó
un sonado fiasco y las transnacionales participantes, dejando los sueños
a un lado, se marcharon juntas como de una mala fiesta.
Luego de una inversión inicial en Cienfuegos, que logró sacar del fondo
a la refinación de petróleo, la industria ha quedado al 40 por ciento de
lo que producía a fines de los años 80. Las mejoras previstas por ahora
están en los planes solamente y algunas de ellas con pocas posibilidades
reales de terminarse.
Acosada por una deplorable historia de crédito, incapaz de producir
bienes que generen ganancias serias, atenazada por una anquilosada
burocracia que desalienta la iniciativa y la productividad, inútil para
producir alimentos y habituada a falsear la realidad como método de
análisis, Cuba tiene pocas opciones para dar el salto al mundo moderno
mientras persista en mantener el cepo a la libertad y al mercado, que
son en definitiva las únicas vías para cortar la sangría de talentos,
para sanar los paisajes, restablecer la economía y la concordia. Todo lo
demás son espejismos.
Source: "La estructura económica cubana desalienta la iniciativa -
Séptimo Día - ElNuevoHerald.com" -
http://www.elnuevoherald.com/2013/09/01/v-fullstory/1556832/la-estructura-economica-cubana.html
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