Los futuros economistas de Cuba
Miércoles, Mayo 9, 2012 | Por Jorge A. Sanguinetty
MIAMI, Florida, mayo, www.cubanet.org -En la formación de economistas
cubanos el país tiene dos problemas de fondo. Uno es que antes de la
revolución casi no había formación de economistas en Cuba. En la
Universidad de La Habana se estudiaba algo de economía como un apéndice
a la carrera de Ciencias Comerciales.
Posiblemente de ahí que los cubanos no saben distinguir entre un
economista y un contador, lo cual es una profunda muestra de ignorancia.
De hecho, pocos no economistas saben lo que hace un economista,
situación que es común en muchos países pero que llega a su máxima
expresión en Cuba. En los años cincuenta se creó la carrera de economía
en la Universidad de Villanueva de donde creo que se graduó una sola
persona. Había una carrera de economía en la Universidad de Oriente y
creo que otra en la Central de Las Villas. Hasta 1959 muchos de los que
se podían llamar economistas cubanos, formados como tales, se habían
graduado o habían estudiado en universidades extranjeras. El primer
programa integro de formación de economistas de la Universidad de La
Habana se inauguró en 1962, con un programa inicial muy ecléctico que
rápidamente se inundó con materiales marxistas muy ideológicos, por un
lado, y con asignaturas de matemática por otro. Entre ambas concepciones
existían algunas asignaturas improvisadas como evaluación de proyectos,
comercio internacional y contabilidad.
La brecha entre la formación que se estaba impartiendo en La Universidad
y la que se necesitaba en los organizmos del estado para "planificar la
economía" era inmensa, y se hacía ostensible en la Junta Central de
Planificación, dónde yo trabajaba. Posiblemente de la contaminación
ideológica de la carrera, ya formalizada bajo el Instituto Juan Noyola,
parte la percepción generalizada que el estudio de la economía no es más
que el estudio de la ideología imperante que no admite formas de
pensamiento crítico e independiente. De esto hay innumerables anécdotas
ilustrativas.
Los que estaban a cargo del programa de estudios en la Universidad de
La Habana, especialmente Carlos Rafael Rodríguez y el economista
mexicano (que dejó la CEPAL para radicarse en Cuba) Juan Noyola, no
pudieron impedir que el programa se degradara en uno de tipo ideológico,
pero el verdadero problema de fondo (el segundo que apunté arriba) era
que nunca se había desarrollado una teoría económica del socialismo,
sobre la cual fundamentar la práctica y la política de la planificación,
o sea, cómo reemplazar la economía de mercado que Marx llamó
capitalismo. Algunos de los economistas cubanos que han alcanzado algún
renombre y respetabilidad técnica y analítica en la isla, a pesar de las
condiciones académicas imperantes en Cuba, lo han hecho con un gran
esfuerzo y dedicación, pero sus contribuciones se ven restringidas
continuamente. De hecho, no parecen tener una gran influencia en la
política pública del país, ni siquiera en estos tiempos de crisis y de
reformas.
Este enorme vacío conceptual se hizo evidente en Cuba en 1961 cuando
comenzaron los trabajos para formular el Plan Cuatrienal 1962-1965 en
los diversos organizamos del estado. El método de planificación que se
siguió estaba basado en llenar los formularios de las metodologías de
planificación aplicados en algunos países de Europa Central,
transportados y explicados por consultores de esos países residiendo en
La Habana, e implementados por economistas latinoamericanos contratados
por Cuba y por otros funcionarios cubanos que combinaban una cierta
formación con alguna improvisación. Por mal preparado, dicho plan fue
abandonado sigilosamente por el gobierno cubano. En tales circunstancias
las empresas, ya casi todas estatizadas, no tuvieron otra alternativa
que tratar de seguir produciendo lo que habían hecho en el pasado, bajo
nuevas condiciones de administración, suministros, mercados,
financiamiento, etc. Poco a poco, irían recibiendo "directivas"
centrales sobre lo que debían producir, pero la JUCEPLAN no sabía cómo
compatibilizar las metas que el gobierno trazaba (léase Fidel Castro),
con las posibilidades materiales, financieras, organizativas,
administrativas y humanas para hacerlo.
En presencia de todo esto, los economistas que trabajaban en Cuba tenían
poca influencia. Los procesos productivos eran en gran medida caóticos.
Todo el mundo lo sabía, pero nadie podía hablar abiertamente de los
problemas. Muchos funcionarios estaban bien conscientes del origen de la
desorganización económica del país, desorganización que hizo que Cuba
dependiera desde muy temprano de la ayuda soviética para equilibrar la
oferta agregada de bienes y servicios con la demanda agregada, ambas ya
muy distorsionadas por la turbulencia institucional y revolucionaria
predominante.
No se destaca en esta situación una autoridad económica
independientemente de la presencia abrumadora de lo político en las
decisiones del gobierno, todo en la figura de Fidel Castro. Por medio de
su discurso, lo económico se representa por medio de cifras de
producción física. El discurso público y único no incluye valores
expresados en términos monetarios. Fidel Castro jamás habla de
agregados, que tenían que ser expresados en términos de valores. No hay
alternativas que discutir o evaluar. Todas las decisiones aparecen como
que ya están tomadas. Lo económico deja de ser reconocido como parte de
la naturaleza del nuevo orden e intuitivamente el ciudadano espectador
va tomando nota sin entender el significado de lo que es económico.
Existe la carrera de economía como existen muchas otras para tener al
ciudadano ocupado con una expectativa razonable, pero engañosa, de
mejorar en la vida. Pero en realidad no hay un sentido de propósito de
desarrollo económico por parte del gobierno. Su agenda internacionalista
y la mentalidad de estado permanente de sitio no es compatible con una
sociedad donde esa figura abstracta y enigmática del economista tenga
sentido.
Recordemos que en 1968, bajo la llamada Ofensiva Revolucionaria, se
cerraron las escuelas de contabilidad en Cuba porque, como el país
estaba construyendo el comunismo, el dinero no sería necesario y no
había por qué aprender a contarlo y registrar las transacciones
"mercantiles". Esta situación cambia en alguna medida con la catástrofe
que significó la zafra azucarera de 1970 y su secuela. El gobierno
finalmente parece que toma en serio la economía, pero ya el daño está
hecho. A pesar de nuevos esfuerzos Cuba no consigue liberarse de los
susidios soviéticos y aún persiste en construir una economía socialista
que nadie, ni el propio Marx llegó a diseñar.
Cuba está sufriendo ahora el legado de estos disparates acumulados. Por
suerte hay algunos cubanos más alertas, que parecen comprender esta
situación. Ellos representan la base sobre la cual construir una
profesión necesaria para la reconstrucción y democratización del país,
por eso hay que trabajar con ellos, pero hay que hacerlo
inteligentemente, evitando las condiciones que traicionen los objetivos
de largo plazo. Mi experiencia reciente me indica que es posible
trabajar en esa dirección pero se requiere un esfuerzo colectivo (no
monumental), bien concertado, para que tenga frutos.
Jorge A. Sanguinetty, Ph.D. es fundador, Presidente & CEO de DevTech
Systems, Inc.
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