El callo propio, el callo ajeno
Por: Yoani Sánchez | 13 de septiembre de 2013
Entre tantas frases que se repiten una y otra vez en las calles cubanas,
uno de ellas resume con maestría la afectación de los intereses
individuales. Basta decir que le "pisaron el callo" a alguien, para que
sepamos que le han tocado esa parcela de sí mismo que lo hará saltar,
protegerse y pasar a la ofensiva. Sin embargo, ese mismo ciudadano muy
probablemente se quedó en silencio cuando "le pisaron el callo" a otro.
Sólo el dolor propio lo ha hecho reaccionar. Un abecé del comportamiento
humano, pero que en ciertas circunstancias se potencia hasta convertirse
en el egoísmo de ciertos sectores sociales.
Desde hace meses, Raúl Castro ha desatado una fuerte lucha contra las
ilegalidades, la cual ha devenido en rotundo pisotón de callo para
aquellos que hasta ahora tenían "sus pies" a buen recaudo. Miles de
inspectores en las calles, los talonarios de multas gastándose a una
velocidad inusitada y una sensación general de que en cualquier momento
puede llegar la policía. Revendedores, comerciantes de esquina, familias
que hacen remodelaciones en sus casas, trabajadores por cuenta propia y
productores agrícolas, están en el centro de las supervisiones. Nadie se
salva. Vestidos de civil o uniformados, los soldados de esta nueva
batalla refuerzan la sensación de permanente vigilancia.
A diferencia de otras razias anteriores, ésta ha afectado prácticamente
a la totalidad de la población cubana. Hasta el punto en que se comenta
que "el gobierno le ha declarado la guerra al pueblo". Una cruzada que
rompe un pacto social tácito, frágil, pero determinante para la
sobrevivencia del actual sistema. Cierto grado de permisibilidad con la
corrupción, el mercado negro y el desvío de recursos, se ha erigido por
décadas como un mecanismo de control político. Fingirse un adepto
ideológico del régimen ha sido condición indispensable para logra
defalcar, robar y adulterar sin graves represalias. Sin embargo, la
fórmula de gritar un "Patria o Muerte" para alejar a inspectores y
policías ya no está dando tantos resultados. La patada en el callo
alcanza incluso a quienes se declaran públicamente fieles seguidores del
Partido Comunista. Aunque –vale la pena aclarar- no todos los callos son
iguales… a ciertas alturas a nadie le pisan sus pies.
Con esta nueva ofensiva, el gobierno de Raúl Castro se enfrenta a una
impopularidad creciente. Es cierto que al observar las ilegalidades
penalizadas, resultan ética y jurídicamente inaceptables, pero
respetando el estricto código penal cubano nadie podría realmente
subsistir. Tolerar cierto grado de "cimarronaje" o transgresión
constituye parte inseparable del aparato de sometimiento de un
totalitarismo. Entre los gobernantes y los gobernados se establece un
acuerdo sobrentendido que implica ceder impunidad en ambas direcciones.
En un país donde el propio presidente ha debido reconocer que el salario
no es la principal fuente de ingresos, las autoridades saben que apretar
la mano contra los caminos paralelos de la sobrevivencia resulta a la
larga un suicidio político. El contrato -no escrito- donde los
ciudadanos fingen que trabajan mientras los gobernantes fingen que les
pagan, está en crisis. La lucha contra la corrupción y las indisciplinas
ha tocado a un sector dócil políticamente, pero muy amplio numéricamente.
Hace unos días, un vendedor ambulante de dulces y hasta hace poco fiel
seguidor de la política oficial, se acercó a un activista de derechos
humanos. Sin mucho preámbulo le espetó "quiero hacer declaraciones…",
dejando atónito al disidente, quien consideraba al cuentapropista un
hombre del Partido Comunista. Pero los excesivos impuestos y las multas
constantes lo han hecho cambiar de idea. "No me puedo parar en ninguna
esquina a ofrecer mis pastelitos porque los inspectores dicen que como
soy ambulante tengo que moverme todo el tiempo". Parte del absurdo que
prima en cada campaña estatal, se percibe también en estas redadas
contra lo mal hecho.
A Catalina también le "pisaron el callo" cuando la policía le exigió los
papeles del cemento y los ladrillos con los que estaban remodelando su
vivienda. El origen ilegal de todos ellos la llevó a optar por ofrecerle
un pago al oficial para que olvidara el asunto. Porque la lucha contra
las ilegalidades no cuenta con que también los contralores,
fiscalizadores y gendarmes necesitan sobrevivir. Todo tiene un precio.
Saltarse una requisa de sanidad en un negocio de comida rápida le cuesta
a su propietario entre 200 y 300 pesos convertibles. Un inspector del
instituto de la vivienda es conocido como "Johny 1500" por imponer
multas de esa cuantía, con la intención de que el sancionado le ofrezca
una "mordida" de al menos la mitad del monto. La ofensiva anticorrupción
genera nuevas formas de corrupción.
Por el momento, la alarma cunde, los mecanismos de aviso ante posibles
supervisiones y registros se vuelven más sofisticados. Todos se pasan la
voz de alerta cuando a un barrio o un centro de trabajo llegan "los
malos". Así se les llama ya a quienes se presentan armados con
calculadoras, talonarios, cuños y el código penal. Vienen dispuestos a
pisar los callos, muchos callos a la vez. Sin embargo, con cada pisotón
el sistema castrista podría estar perdiendo un par de pies, muchos pies,
donde apoyarse.
Source: "Cuba Libre por Yoani Sánchez >> Blogs EL PAÍS" -
http://blogs.elpais.com/cuba-libre/
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