La ciudad timbiriche
LOURDES GÓMEZ | Santiago de Cuba | 19 Mayo 2014 - 9:05 am
La venta privada y el mercado negro se extienden en Santiago de Cuba. En
los barrios pobres no recompensa hacerse 'cuentapropista'.
El fomento del cuentapropismo como panacea económica ha convertido a
Cuba en un país donde se vende desde las viviendas. Ante la falta de
oferta laboral, la opción más frecuente es abrir una cafetería privada.
Y para que la inversión sea mínima, lo más usual es vender desde las
propias puertas o ventanas de las casas.
En la ciudad de Santiago de Cuba, este es el resplandeciente comercio
que atiborra las principales arterias de la ciudad. En un recorrido por
avenidas tan importantes como Garzón, Enramadas o Trocha, se cuentan por
decenas los puestos de vendedores de bisuterías o alimentos ligeros. Al
tratarse de inmuebles insertados entre shoppings y cafeterías en moneda
convertible, sus dueños se aprovechan de la gran concurrencia de público.
A pesar del agobio de los inspectores, son negocios que salen a flote,
al brindar variadas y mejores opciones en moneda nacional que las
cafeterías controladas por el Estado, ubicadas obviamente en locales
amplios y con ofertas baratas, pero donde la variedad, la calidad y la
higiene dejan mucho que desear.
La situación es diametralmente opuesta en las zonas residenciales, sobre
todo en los suburbios pobres de la ciudad, con mucho menos tráfico y un
gran desempleo juvenil. Los vecinos de estos barrios viven un día a día
tortuoso, sumido en el mercado negro y pendiente de la oferta
alimentaria de las bodegas estatales, cada vez más escasa.
A muchos vecinos de estos barrios no les conviene hacerse
cuentapropistas de manera oficial. Los excesivos impuestos y
obligaciones que genera el independizarse del Estado no le son
rentables, prefieren moverse en el vasto mercado negro, alimentado ahora
con las ventajas de las liberalidades que genera el comercio de
mercancías del negocio privado.
Un recorrido por barriadas como Altamira, Marimón, Martí o San Pedrito
deja claro la realidad: puertas o ventanas de casas abiertas, bloqueadas
por pequeñas mesas en las que se exhiben productos, en su mayor parte
comestibles: café, emparedados, bebidas frías, dulces, viandas, cigarros
y ron al por menor, todo expuesto sobre bandejas en diversas pilas.
En barrios como San Pedrito y Chicharrones los vendedores ilegales se
vuelven más atrevidos saliendo de los umbrales de sus casas para plantar
sus vendutas en las aceras. Además, se han vuelto especialistas en
ofertar productos deficitarios de primera necesidad: paquetes de leche,
café y jabón nunca les faltan.
Buscavidas y mercado negro
Uno de ellos es Paco. Tiene 38 años y es técnico medio en gastronomía:
"No trabajo oficialmente desde hace seis años. […] Con los sueldos que
pagan estás obligado a llevarte las cosas del trabajo para venderlas en
la calle, y es más fácil si trabajas en un restaurante o un comedor
obrero. Yo solo continué lo que hacía mientras trabajaba".
Paco se refiere a la reconocida costumbre nacional de suplementar el
sueldo con productos sustraídos de instituciones estatales, la vía de
proveer el mercado negro.
Ahora, Paco vive mayormente de la reventa. Le traen productos y él saca
su ganancia que oscila entre 5 y 10 pesos por venta. Los riesgos son
altos. Son varios los ejemplos de adulteración de mercancías como la
leche —incluso en paquetes perfectamente sellados—, casos en los que los
consumidores han terminado rellenando reclamaciones o en algún hospital.
Según Paco, él no corre un riesgo excesivo de exponerse a la policía:
"Conozco a la gente que me traen las cosas, y nunca me ha pasado nada.
Yo pongo mi banquito en la acera junto a los demás y nos miramos, para
la policía son mis productos de la cuota, tengo hijos en edad de leche y
en mi casa no tomamos café, que me prueben lo contrario".
Paco no contempla la posibilidad de sacar una licencia de
cuentapropista, "hay demasiados vendiendo bocaditos, refrescos, y más
con catres candongueros. Yo seguiré buscándome la vida como todos los días".
Esta es la realidad de los trabajadores subterráneos. La campaña de los
medios estatales sobre las bondades del cuentapropismo no hace efecto en
ellos. Mientras la ciudad se sigue inundando de todo tipo de ventas,
legales o no, la profesión de buscavidas cobra auge, nutriéndose cada
año de los numerosos jóvenes recién graduados de obreros calificados que
se lanzan a la calle.
Este es el panorama económico engendrado por las reformadoras políticas
del régimen que algunos confían mejoren con la nueva Ley de inversiones.
Mientras tanto, el crecimiento del país dependerá de timbiriches y
buscavidas.
Source: La ciudad timbiriche | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1400483123_8633.html
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