El exilio ante la prueba decisiva
Al exilio le han pedido su tiempo, sus lágrimas y su dinero, porque esta
es sin duda una época difícil, y ahora ni siquiera le dicen que se eche
a un lado
Alejandro Armengol, Miami | 20/10/2014 12:54 pm
Mientras el exilio en Miami continúa empecinado en la bipolaridad
castrismo-anticastrismo, quienes rechazan el régimen en Cuba han
ampliado sus fronteras, abierto nuevas vías al debate y transformado el
panorama opositor.
Esta transformación ha ocurrido tanto en los terrenos del análisis y la
información como en el alcance y la prontitud de las denuncias. Los
cambios obedecen a diversos factores —algunos originados por el propio
gobierno cubano, otros debido al avance tecnológico y en menor medida
gracias a las reducidas modificaciones de actitud hacia el caso cubano
en Washington—, aunque todos coinciden en un denominador común: la
disminución de la influencia del exilio a la hora de dictar pautas
políticas contra el gobierno de la Isla.
Esta evolución puede resumirse en dos aspectos que se complementan: ha
pasado de factor beligerante a fuente de suministro; de motivo de
preocupación para la Plaza de la Revolución a barraca de visitantes.
También hay dos cuestiones básicas que no deben olvidarse. La primera es
que la disminución en la influencia política no se traduce en un
movimiento contrario, sino en señal de estatismo. En este sentido se ha
sumado a la pasividad reinante en la Isla, donde la actitud de espera
define la situación.
La segunda cuestión —e incluso más importante— es que la transformación
demográfica dentro del exilio, que a diario repite la prensa, no trae
como resultado, de forma automática e instantáneo, un cambio político.
Dicho en otras palabras, el fenómeno de los llamados "nuevos votantes"
aún no se ha demostrado en las urnas y es posible que por persistencia e
incluso —hay que reconocerlo— fervor patriótico, de acuerdo a sus
ideales y concepciones, el denominado "exilio histórico" siga
conservando un determinado peso político por un tiempo. Aquí, igual que
en Cuba, la respuesta final está en manos de la biología.
Como parte de este hecho, nada apunta a que no se mantendrá, dentro del
poder legislativo estadounidense, esa tendencia poderosa que apunta al
mantenimiento de un statu quo donde la confrontación y el enfrentamiento
definen el tablero de juego.
Todo ello lleva a que la actual ofensiva —y no hay que negar tampoco que
se está ante una ofensiva en toda regla— en favor de una reformulación
de la política estadounidense hacia La Habana en realidad no aspira a
lograr un levantamiento del embargo, aunque lo proclame, sino a
conseguir un cambio de actitud, otro enfoque y abordaje del problema
cubano. Para ello, además, cuenta con un tiempo limitado: los dos años
finales de mandato del presidente Barack Obama. El objetivo entonces es
aprovechar una ventana, ni más ni menos.
Si de lo que se trata es de lograr un cambio de actitud, que rehúya la
bipolaridad, el todo o nada —es precisamente en esos términos que fue
dictada la Ley Helms-Burton— y los resultados inmediatos, se requiere
entonces un marco de referencia distinto, no solo en la consecución de
los objetivos, tarea propia de los políticos, sino en el análisis de los
propósitos.
Definiciones y términos
Está en primer lugar el problema de las palabras. Las definiciones y los
términos habituales son cada vez menos aptos para establecer posiciones.
No es un fenómeno que afecta solo a la situación cubana, pero que en
esta ciudad se refleja en dos direcciones, tanto en lo relacionado con
la política nacional (estadounidense) como en todo lo que tiene que ver
con la Isla. Dos patrias tienen algunos: Cuba y Miami.
De esta forma, los términos derecha, izquierda, reaccionario,
revolucionario, progresista y conservador han adquirido nuevos matices,
y en ocasiones su empleo emborrona en lugar de aclarar la discusión.
Para comenzar, tenemos a quienes aquí se llenan la boca para afirmar que
son conservadores. Esto equivaldría a decir que obedecen a un
pensamiento que no se sustenta en un conjunto particular de principios
ideológicos, sino más bien en la desconfianza hacia todas las
ideologías. Pero en la práctica no es así.
En el mejor de los casos, estas personas no necesariamente están a favor
del ancien régime (la dictadura de Batista) y sus iniquidades, ni
tampoco proponen una ideología contrarrevolucionaria, sino que al tiempo
que advierten contra la desestabilización que ha acarreado las políticas
revolucionarias, se declaran a favor de que lo mejor para Cuba hubiera
sido una serie de cambios paulatinos —en muchos casos referidos a las
costumbres y tradiciones, pero también económicos y sociales— que eran
posible alcanzar por otros medios opuestos a la acción política, ya que
ésta terminaría por traer el despotismo.
Ese conservadurismo, que podría llamarse tradicional, es al igual punto
de referencia de la izquierda, también tradicional, a la hora de
identificar al exilio de Miami. Lo que ocurre —y debe repetirse— es que
en realidad tal actitud está casi ausente de esta ciudad.
Lo que con los años ha alcanzado mayor resonancia mediática —en la parte
más vocinglera y visible de la comunidad exiliada— no es el
conservadurismo, sino una actitud ultra reaccionaria.
En muchas ocasiones, en el discurso político y la información
periodística, se asocian los términos conservadores y reaccionarios,
pero no son sinónimos. Mientras que la clásica confrontación entre
liberales[1] y conservadores tiene que ver con los seres humanos y su
relación con la sociedad, la disputa ente revolucionarios y
reaccionarios se refiere a la historia.
Hay dos tipos de reaccionarios, que pueden coincidir en diversos
objetivos, pero difieren fundamentalmente en su actitud hacia el cambio
histórico. Unos añoran el regreso a un estado de perfección que ellos
creen que existía antes de la revolución (la cual puede ser política,
pero también social, económica y cultural). Otros suponen que cualquier
revolución es un hecho que no tiene marcha atrás, pero que la única
respuesta a una transformación tan radical es llevar a cabo otra similar.
Para referirse al segundo grupo, en la actualidad estadounidense no hay
mejor ejemplo que los miembros del Tea Party, unos
contrarrevolucionarios que buscan destruir todas las leyes, principios y
normas que llevaron a la creación de una sociedad con servicios de
seguridad social, asistencia pública y beneficios para los más
necesitados, y volver a la época del capitalismo más salvaje de la
década de 1920, existente antes del establecimiento del New Deal/Fair
Deal de las décadas de 1930 y 1940 y de la puesta en práctica años
después del concepto de la Nueva Frontera/Gran Sociedad de los años 60.
En lo que se refiere a Cuba, en la actualidad es correcto catalogar de
reaccionario al actual mandatario Raúl Castro, cuyas anunciadas reformas
son pocas, superficiales y atrasadas. Pero al mismo tiempo, la parte más
visible del exilio —en lo que respecta a la opinión política— se niega a
adoptar una posición progresista, y ha acogido con beneplácito la
actitud ultraconservadora incendiaria que caracteriza al Tea Party. En
una contradicción política más, estos exiliados adoptan al mismo tiempo
la nostalgia retrógrada y la combatividad de Tea Party. Son
revolucionarios-reaccionarios.
Sin embargo, entre quienes rechazan al régimen en la Isla no está
presente el afán contrarrevolucionario de destruir por completo a la
sociedad existente, ni tampoco la vuelta nostálgica a la Cuba de ayer.
Es por ello que junto con esa ya señalada ofensiva en favor de lograr
una mayor flexibilización del embargo económico —y aquí el objetivo
fundamental es el turismo estadounidense— ya desde antes La Habana
estaba enfrascada también en otra.
Dos ofensivas
Esta segunda ofensiva no la lleva a cabo contra los residentes de la
Isla; no pretende intervenir nada ni nacionalizar negocio alguno; nada
tiene que ver con piruetas ideológicas anteriores, como la construcción
paralela de socialismo y comunismo; tampoco está interesado, en este
caso, en perseguir la bolsa negra y el contrabando. No, lo que quienes
mandan en la Plaza de la Revolución quieren es anular el exilio
moderado, convertirlo en corderito amaestrado y restarle independencia.
Dos factores explican este intento. Uno es que La Habana se siente
cómoda con la bipolaridad política que hasta ahora ha definido al
exilio. Otra es el fracaso de Raúl Castro como proveedor de alimentos y
en general de bienes de consumo para la población.
Si a esto se une la incertidumbre sobre el futuro del suministro de
petróleo venezolano, es lógico que los ojos del gobernante cubano se
vuelvan hacia el norte, Estados Unidos y el exilio de Miami, en busca de
fondos para la supervivencia.
En este sentido es también claro el tan comentado editorial de The New
York Times, que en última instancia encuentra su justificación mayor en
evitar una situación de caos y violencia a 90 millas de las costas de EEUU.
El problema es que el régimen castrista decepciona a diario.
No a los exiliados.
Exilio y supervivencia
Quien se marchó de Cuba —más o menos voluntariamente— trajo la decepción
con su salida. Sin embargo, para los que optaron permanecer en la Isla,
o se han visto obligados a ello, no hay la más remota esperanza de mejoría.
En la actualidad, la ideología del régimen cubano se limita a la
supervivencia. Y es precisamente a esta ideología —a la que se sacrifica
todo no por una cuestión de pureza sino de mando— a la que La Habana
apela para intentar dictar pautas sobre el exilio. No sobre el exilio
histórico, que por regla general ya no tiene familiares en la Isla, sino
sobre quienes han llegado en las dos últimas décadas. A cambio no está
dispuesto a concesiones o cambios, sino a lanzar migajas.
Por supuesto que el esfuerzo ahora no es convertir a los exiliados
moderados en marxistas, comunistas o socialistas —esto quedó atrás y
nunca tuvo mucho sentido en Cuba— sino en nacionalistas. La definición
nacionalista que La Habana aplica en este caso cumple un uso operativo:
subordinación a los dictados de un régimen del que se ha escapado al
llegar al exilio.
En primer lugar hay una farsa legal. Si la actual constitución cubana,
en lo cual sigue las pautas de la Constitución de 1940, no admite la
doble ciudadanía ―y fundamenta que una vez que un cubano adopta una
ciudadanía extranjera pierde automáticamente la cubana―, carece de
sentido jurídico que al mismo tiempo se exija a los que se han
nacionalizado estadounidenses, pero nacieron en Cuba, que tengan que
entrar a la Isla con un pasaporte cubano.
En segundo una mezquindad política. La no satisfacción con la forma de
proceder de un sector del exilio, con algunas de las normas existentes
en el trato del gobierno norteamericano hacia la Isla, o con la
actuación de los congresistas cubanoamericanos, implica necesariamente
el convertirse en coro o cotorra a favor de la libertad de "Los Cincos".
El gobierno cubano no solo ignora la independencia política, sino la
desprecia. No está dispuesto a un diálogo serio y abierto con quienes
viven en el exterior. Se limita a reuniones ocasionales, con mucha
publicidad y pocos resultados.
Sin el exilio
Así que en los términos en que se plantea actualmente toda la discusión
sobre un reordenamiento de la política estadounidense hacia La Habana,
el exilio —y especialmente el exilio de Miami— queda eliminado por
partida doble o triple.
Está eliminado porque en los términos en que aún se define el sector con
mayor poder político y económico marchan a la zaga del momento actual. Y
por ello es que es posible el intento de circunvalación en su contra que
se lleva a cabo, para así dejarlo a un lado. No estamos ante un
enfrentamiento sino ante una exclusión.
Queda a un lado porque lo que sería su definición mejor, como un núcleo
orgánico y realmente conservador en sus fundamentos siempre ha eludido
esa naturaleza, aunque a veces la proclamara, y siempre ha preferido
suscribirse a patrones que le resultan dañinos a sus objetivos, desde el
declarase verdaderos revolucionarios hasta identificarse con las fuerzas
más reaccionarias.
Ha sido desestimado por la incapacidad del sector más moderado a la hora
de establecer una posición independiente, equidistante tanto de
Washington como de La Habana, e incapaz de imponerse en asuntos
concretos y cotidianos.
Para una ciudad donde a veces el clima político alcanza una intensidad
fuera de lo normal, en que puede resultar difícil permanecer ajeno, el
futuro puede deparar una gran frustración para muchos o algunos. Pero no
para todos. Más bien caer de bruces en la realidad. Aunque nadie sabe.
¿Y si Fidel Castro muere esta noche? Creer en ello puede resultar un
buen antídoto ante el desvelo. No se lo recomiendo.
[1] El término liberal está empleado en este artículo en su acepción
clásica de doctrina política y económica, tal y como fue planteada por
John Stuart Mill y se usa en Europa; definió las luchas políticas en
buena parte de los siglos XIX y XX en Latinoamérica; así como
caracterizó en buena medida la contienda política en Cuba durante la
primera mitad del siglo XX. No tiene que ver con esa especie de nombrete
que gustan repetir en la radio de Miami, y en general en la prensa
republicana, donde liberal es sinónimo de socialdemócrata, fabiano,
comunista o el mismo diablo.
Source: El exilio ante la prueba decisiva - Artículos - Opinión - Cuba
Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-exilio-ante-la-prueba-decisiva-320584
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