¿Transita Cuba hacia la democracia? (III y final)
ALEXIS JARDINES | San Juan | 5 Dic 2014 - 11:34 am.
'Nada le brinda más tranquilidad al Gobierno que el hecho de que sus
adversarios se mantengan a nivel de la sola disidencia, enfrascados en
temas de la realpolitik.'
Con esta tercera y última entrega pretendo hacerme la pregunta acerca
del potencial realmente opositor disponible para empresas de mayor
calado que las reformistas, habida cuenta que no contamos en la Isla con
una oposición stricto sensu.
En cuanto a la casta político-militar instalada en el poder, es obvio
que ya no hay unanimidad entre sus miembros, pero tampoco creo que haya
siquiera unidad de criterios. ¿Cómo se salva la situación? Ya lo hemos
visto, cada vez se permite más y más dentro de la Revolución, con lo que
se sortea el obstáculo potencialmente hostil, se crea una imagen de
aparente pluralidad y, al propio tiempo, se observa y da continuidad al
mandamiento fidelista de Palabras a los intelectuales, que es la única y
verdadera ideología (como se sabe, de matriz totalitaria) del castrismo.
En semejantes circunstancias una oposición real nunca seria reconocida.
Pero si no hay oposición legalizada, el sistema político, por
definición, no puede ser democrático. Consecuentemente, la imposibilidad
de la transición a la democracia es consustancial al proyecto
revolucionario cubano: ningún socialismo totalitario puede transitar a
la democracia sin autodestruirse y esto nadie lo sabe mejor que Raúl
Castro, tras observar detenidamente el desenvolvimiento de lo que Fidel
caracterizó como el "desmerengamiento" de la antigua URSS.
Sin embargo, lo más importante aquí —y hacia donde quiero dirigir la
atención del lector— es que, para legalizar la oposición es necesario
que esta exista primero. Tras el agobio de la vida cotidiana y la
concentración del esfuerzo en la defensa de las libertades y derechos
civiles, el movimiento disidente en Cuba no ha adquirido una dimensión
política. Nada le brinda más tranquilidad al Gobierno cubano que el
hecho de que sus adversarios se mantengan a nivel de la sola disidencia,
enfrascados en temas de la realpolitik: aquello que el Gobierno debería
legalizar en realidad no existe.
Cito a Emilio Ichikawa: "A diferencia de la oposición venezolana, que
sabe lo que quiere, porque eso que quiere es claramente delimitable de
lo que quiere el chavismo, la oposición cubana se diluye sin estrategia
en el mismo momento en que se coteja con el castrismo porque, en el
fondo, comparte con él un núcleo doctrinal: nacionalismo, revolución,
moralismo, justicia distributiva y, en muchos casos, antimperialismo (y
puede que antiamericanismo). El anticastrismo cubano parece más
preocupado por parecer 'balanceado' y 'pacíficamente correcto' que por
ser realmente anticastrismo".
Del capital político para encarar la transición
Si hurgamos, a modo de ejemplo, en los principios básicos de la
socialdemocracia en general encontraremos con sorpresa que esta, por sí
misma, carece de potencial para promover una transición del raulismo
hacia un Estado democrático.
La socialdemocracia se adecua perfectamente al contexto raulista de la
actualización del socialismo toda vez que es una ideología de matriz
marxista y esencialmente reformista, tolerante —además― del mercado y la
propiedad privada. Desde esta perspectiva, en el caso concreto de la
Cuba actual solo cabría acelerar y profundizar los cambios. Actualizar
el socialismo significa, en el código de la socialdemocracia, que el
Estado revolucionario se abra al mercado y a la democracia, pero
manteniendo el control de ambas cosas. El control estatal es
consustancial al pensamiento socialdemócrata. Y aquí ya encontramos una
diferencia radical con la ideología liberal: mercado controlado vs.
mercado libre.
Dicho sea de paso, un detalle muy importante se está pasando por alto en
Cuba entre los defensores del socialismo de mercado, o bien nos están
vendiendo gato por liebre. No existe economía moderna alguna que no sea
de mercado, por consiguiente, el problema antes bien reside en la
libertad y no en el mercado en sí. Hago extensa esta observación también
a los economistas oficialistas a cargo del tema de las reformas. A
menos que creamos que la Cuba de Fidel era un sistema feudal
autoabastecido sin moneda ni intercambios comerciales, es decir, una
economía de trueque, no tiene sentido la afirmación de que el sistema
totalitario se está abriendo paulatinamente a una economía de mercado.
El problema real que se oculta aquí es que el mercado tiene que
expandirse y los raulistas temen perder el control. Pero si no se
expande puede ser hasta peor. Es como el lenguaje, se necesita gente que
lo hable por peligroso que sea o se extingue completamente. Y mientras
más gente lo hable, tanto más se enriquece.
Los socialdemócratas son keynesianos por naturaleza y dirigen su mirada
esperanzadora al rol del Estado. En Latinoamérica, se dice que se
pronuncian por la intervención reguladora del Estado en el mercado y por
la planificación. En Cuba, el proyecto socialdemócrata de mayor
envergadura es Consenso Constitucional, que aboga por reformas al
sistema vigente y acepta al Estado socialista-revolucionario como
interlocutor.
Ninguna de estas ideologías —y agrego ahora a la liberal y
democristiana— puede llegar por sí misma a resultados relevantes en el
proceso de transición. Todas necesitan unirse y crear un frente común
que logre sinergia con parte del sector académico e intelectual
oficialista y con parte del propio exilio, dejándoles una puerta abierta
a los propios militantes del PCC, en el entendido de que pudieran
eventualmente cambiar de posicionamiento.
El problema que tenemos es de todos los cubanos y si de algo estoy
seguro es que el régimen no dará un solo paso en lo político a menos que
de ese paso —y solo de él— dependa su sobrevivencia. Situación a la que
jamás se llegara mediante la torpe práctica de anular boletas —como cree
algún que otro cibercubanólogo— dentro de las propias reglas del juego
castrista. Es solo mediante el concurso y el esfuerzo de todos los que
estamos en el mismo barco —y apoyando una vanguardia política— como
podremos lograrlo.
Comprendo que será punto menos que imposible en un país donde toda
esperanza se ha perdido, donde la meta más alta y la mayor ilusión de
cada ciudadano es emigrar. Las razones de ello son igualmente
comprensibles: comenzar a levantar el país desde cero implica un riesgo
y gasto de tiempo que jóvenes y adultos no se pueden dar el lujo de
enfrentar porque en ello les va la vida. El sacrificio que exige ese
despegue no es para nada rentable a corto y mediano plazos.
En semejante situación parece más sensato radicarse en un país donde ya
todo está concebido y funciona, de manera que solo sería llegar a
trabajar y a recibir beneficios. El problema es, pues, más grave de lo
que habíamos pensado: aun operándose la transición a la democracia el
cubano parece estar dispuesto a abandonar la Isla. De modo que las
condiciones de posibilidad de la oposición son realmente precarias. Por
otra parte, las reformas de Raúl —con toda su tibieza― están desbordando
la capacidad de respuesta de la disidencia. No obstante, debemos
comenzar a echar los cimientos de la oposición política y del
pluripartidismo a la par que se trabaja en la expansión y
fortalecimiento de la sociedad civil. De lo contrario la transición será
secuestrada.
Hacia una Concertación opositora
Todos los regímenes comunistas de la Europa oriental cayeron,
mayormente, mediante la combinación de tres factores corrosivos: el
empuje —modesto las más de las veces, pero persistente— de la sociedad
civil; la corrupción generalizada —que arrasó con los valores— y la
actividad opositora fertilizada con el factor intelectual. Cuba no es
una excepción. En nuestro caso —y aunque no sea suficiente— todo ello
está presente, solo que de la manera más gregaria y sectaria que quepa
imaginar. La sociedad civil necesita conciencia política y proyectos
opositores que respaldar. Parte de la disidencia necesita progresar,
madurar y radicalizarse por la vía de una concertación política con
objetivos realmente opositores y de la que pueda brotar el germen del
pluripartidismo. La parte más digna de la intelectualidad cubana debe
abandonar de una vez el vergonzoso pacto de lealtad que tiene con el
Gobierno-Partido desde 1961 y ponerse del lado de la sociedad civil
independiente (no oficialista) a fertilizar con su obra, talento y
prestigio la semilla de la oposición política en Cuba.
No se trata de ignorar o de minimizar el heroico trabajo y el sacrificio
de activistas y disidentes, sino de sembrar la necesaria semilla de la
oposición real, si es que queremos algún día dejar de estar gobernados
por una mafia dinástica y nepotista. Esto es pura física: la capacidad
de maniobra del castrismo es inversamente proporcional al potencial
creativo de sus opositores.
En el Chile de Pinochet la concertación opositora tenía solo 15 minutos
de televisión para promover su campaña. Es cierto que en Cuba no
disponen de tiempo ni de canal televisivo alguno, pero el problema mayor
es que ni siquiera existe una concertación y la disidencia no tiene nada
que ofrecer al respecto. De tener algo al menos podría —y esto no es más
que una ocurrencia— utilizar los famosos paquetes (con más alcance estos
que cualquier canal de la televisión estatal) para deslizar en ellos
aunque fuere una cápsula político-cultural que de ese modo llegaría a
millones de cubanos y, lo más curioso, gracias a licencias otorgadas por
el propio Gobierno. Cuando menos, el Gobierno se vería obligado a
desmontar todo el negocio de la piratería que pasaría, de tal modo, a la
ilegalidad. Y no se olvide que el cuentapropismo no es sino la
legalización del mercado negro.
Debemos acabar de entender que una cosa es luchar por el poder político
y otra luchar por los derechos y libertades civiles. La oposición
interna —le ha dicho con firmeza recientemente Guillermo Fariñas al
senador Marco Rubio― vela por los cambios verdaderos, que hasta ahora no
han tenido lugar. Es muy cierto. Pero también es cierto que un opositor
no se limita a exigir cambios o reformas del sistema político; exige y
lucha por un remplazo de gobierno porque se ve a sí mismo como
alternativa de poder.
Cada país tiene sus características y —salvando las generalidades― lo
que funcionó en uno, en términos de transición, no necesariamente
funciona para otros. Reducir la actividad opositora a la demanda de
reformas al régimen vigente es darle a los Castro y sus descendientes
justamente lo que ellos necesitan y han plasmado en sus Lineamientos:
tiempo; no tanto para mutar como para convencer al otro de que lo están
haciendo. Tan es así que, con los movimientos tácticos mínimos, están
ganando adeptos incluso dentro del propio exilio y simpatizantes en la
Unión Europea y en la propia Casa Blanca.
Mi preocupación, desde la reforma de la Ley migratoria, ha sido siempre
que los cambios raulistas podrían colmar las expectativas de una
"oposición" que no se interesa por el poder. Aquel fue solo un aviso. Y
esa disidencia con bajo nivel de instrucción —sin conexión no solo con
el cubano de a pie, sino con el mundo académico e intelectual y con la
clase media― e incapaz de trabajar en equipo, no ha sabido capitalizar
los viajes y funciona hoy con la lógica del cuentapropismo: cada cual
con su bodeguita a ver cómo sale adelante. Por otra parte, Raúl tiene ya
graduados de estudios superiores especializados a su batallón de jóvenes
militantes empresarios que, con "nueva" mentalidad, tomarán las riendas
de la economía del país. Pero también tiene a mano, llegado el momento,
su propia "oposición" leal.
En los cálculos del poder totalitario no están, ni estarán los que hoy
conocemos como opositores.
Así, pues, es necesario pensar en términos de una Concertación Política
en la que quepan liberales, socialdemócratas, democristianos, y, por
supuesto, la Nueva Izquierda, con el giro inclusivo que Campos le ha
sabido dar. Razones para priorizar una Concertación sobran, pero basten dos:
1) Ante la imposibilidad de desarrollo a corto y mediano plazos de una
infraestructura pluripartidista hay que unir fuerzas y subordinar los
intereses particulares al objetivo opositor común.
2) Aun si tal infraestructura existiera, la experiencia demuestra que
las concertaciones constituyen la práctica más efectiva de confrontación
a los sistemas totalitarios y autoritarios.
Por supuesto, la necesidad de una concertación política de las
tendencias ideológicas no anula el activismo cívico de la sociedad civil
ni el trabajo de la disidencia. Todo es igualmente importante e
igualmente necesario, pero sin una vanguardia política con alternativa
de gobernabilidad viable para la Cuba futura estaremos entregando el
destino de nuestros hijos a las mismas manos que arruinaron espiritual y
materialmente el de sus abuelos y padres.
¿Transita Cuba? Si, en efecto, pero no a la democracia. Al menos lo que
yo veo es un régimen degradado al autoritarismo solo en apariencia,
porque tras tanto cabildeo ha logrado sortear los más amenazantes
obstáculos manteniendo su núcleo totalitario de partido único. Lo
paradójico de todo esto es que el PCC puede darle a Obama, a la UE, a la
disidencia interna e, incluso, a buena parte de los cubanos que viven en
la más extrema pobreza lo que todos ellos necesitan para sentirse
complacidos. Y esto sin afectar su matriz totalitaria, anclada en
Palabras a los intelectuales y legitimada en el artículo 5 de la
Constitución de la República.
¿Transita Cuba hacia la democracia? (I)
http://www.diariodecuba.com/cuba/1417566290_11591.html
¿Transita Cuba hacia la democracia? (II)
http://www.diariodecuba.com/cuba/1417616079_11601.html
Source: ¿Transita Cuba hacia la democracia? (III y final) | Diario de
Cuba - http://www.diariodecuba.com/cuba/1417775672_11640.html
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