Mireya y la tragedia de vestirse
Trabaja en una oficina. No tiene nadie afuera que le mande ropa. Ni hija
empatada con extranjero. Un pantalón le cuesta un mes de sueldo, una
blusa, medio mes. No le alcanza para zapatos. Le debe a las once mil
virgenes. Quiere volver a pie de obra. Al menos tendrá para frijoles
miércoles, marzo 25, 2015 | Iris Lourdes Gómez García
LA HABANA, Cuba. — Mireya es una ingeniera que lleva más de 20 años
trabajando a pie de obra. Hace poco decidió buscarse un trabajo en un
ambiente mejor y empezó a trabajar en una inmobiliaria. La verdad que
cuando llegó sintió otro aire. El lugar estaba limpio, bien pintado, con
aire acondicionado y bellos muebles. Las trabajadoras del lugar estaban
muy bien vestidas, a la moda, con vestidos y altos tacones, largas uñas
postizas, largos pelos teñidos y peinados caros.
En un momento determinado escuchó a alguien diciendo: "Es que ella llegó
nueva; a todas les pasa". Supuso que hablaban de ella, y al correr para
el espejo se dio cuenta de que su imagen desentonaba en aquel lugar.
Ella tenía sus propias uñas, su propio pelo, sus zapaticos baratos al
igual que la ropa. Esa tarde, en cuanto volvió para la casa, corrió al
escaparate a ver qué podía hacer por ella misma y descubrió con horror
que para entonar en su nuevo trabajo solo tenía un vestidito "de salir".
Tal vez fue casualidad, pero al día siguiente apareció en su trabajo una
persona que vendía ropa. Ella no tenía dinero, pero el comerciante tenía
la solución: "Te la vendo a plazos". Al cabo de unos meses Mireya
descubrió que estaba trabajando solamente para vestir, y ni siquiera lo
estaba logrando. El sueldo de cada mes le daba para una cartera o un par
de zapatos. Un pantalón vaquero le llevaba un mes y medio de sueldo; y
una blusa, medio mes. ¿Cómo era que sus compañeras, que ganaban
aproximadamente lo mismo, lograban tener aquellas uñas y aquellos
tratamientos de keratina en el pelo?
Se puso a analizar a las demás, una por una. La secretaria, a quien los
visitantes confundían con una gerente, tenía un "novio" extranjero. La
recepcionista estaba casada desde hace muchos años con un sobrecargo de
aviones. Otra tiene un marido taxista y no tiene hijos, por lo que todo
el dinero lo dedica a ella misma. Su jefa, que le lleva unos años, tiene
un hijo en otro país, que le manda paquetes y más paquetes.
Mireya no tiene familia fuera, su única hija estudia en el
preuniversitario y también necesita ropa, zapatos, carteras, maquillaje
y tratamientos para el pelo. Tampoco su esposo es sobrecargo, ni
taxista, ni extranjero. Es un ingeniero igual que ella.
Así, Mireya se dio cuenta del verdadero dilema de las cubanas. Aunque
siempre digan que en los trabajos la mujer tiene los mismos derechos y
beneficios que los hombres, eso no pasa de ser una ficción. Al final,
cada trabajadora está apuntalada por algún hombre o familiar que es
quien en realidad la mantiene.
En Cuba, a ninguna mujer el sueldo le alcanza para vestirse,
maquillarse, perfumarse y quedar lista para la jornada laboral. Muchas
veces ir a trabajar constituye una excusa para arreglarse; la otra
opción sería quedarse encerrada en su vivienda con una bata de casa. Son
muy pocas las cubanas (quizás algunas tenderas o unas pocas otras a las
que "se les pegue algo") que mantienen a su familia o al menos a ellas
mismas.
De nuevo ya Mireya está pensando en cambiar de trabajo. Piensa que el
aire acondicionado y las uñas postizas son muy bonitas, pero vivir sin
la presión de demostrar un nivel económico que no tiene es lo que le va
a devolver su tranquilidad. Solo le falta pagar lo que compró a plazos.
Source: Mireya y la tragedia de vestirse | Cubanet -
http://www.cubanet.org/actualidad/actualidad-destacados/mireya-y-la-tragedia-de-vestirse/
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