Chile y Cuba: dos modelos
By ROBERTO AMPUERO
Este 18 de septiembre Chile conmemora el bicentenario de su
independencia política. Millones de chilenos dejan estos días sus
ciudades o el país para celebrar un desarrollo que los enorgullece y en
el cual confían. Notables los últimos tres decenios de ese país de 16
millones de habitantes, ingreso per cápita de 15,000 dólares y economía
abierta. Después de la traumática polarización nacional bajo Salvador
Allende y la represión bajo Augusto Pinochet --dictadura que asimismo
sentó las bases de la exitosa economía actual--, Chile exhibe hoy logros
en exportaciones, prosperidad material y cultural, reducción
significativa de pobreza y estabilidad, y es visto en la región como un
modelo atractivo.
En el bicentenario del país donde nací no puedo olvidar la isla donde
pasé años cruciales de mi juventud y extraje lecciones para toda la
vida. Desde mediados de los 60 la isla fue un modelo para la izquierda
chilena, visión utópica que se instaló en La Moneda en la administración
de Allende. Cuán equivocados estábamos quienes veíamos en el socialismo
una alternativa lo demuestra el presente: por un lado tenemos un país
con democracia sólida, a punto de convertirse en nación desarrollada, y
por el otro a uno con economía agónica, que reprime, niega las
libertades individuales y exilia a parte de la nación. Los exiliados que
arribamos en Cuba en los setenta aprendimos pronto algo traumático: el
modesto Chile de entonces, que anhelábamos convertir en socialista, era
más democrático, pujante y próspero que el modelo que pretendíamos
imitar. De Cuba un chileno no podía extraer lecciones sobre democracia
ni economía ni derechos humanos.
¿Lo supo también Allende? Allende, que ganó muchas elecciones en su
trayectoria, fue un revolucionario demócrata, y su visión utópica causó
la polarización que nos dividió fatalmente. Pero, a diferencia de
Castro, que nunca ganó elección en buena lid, creía en las elecciones y
en que alcanzaría una mayoría para construir el socialismo. Inquieto por
la sombra que le proyectaba esa alternativa, Castro liquida a su amigo
mediante dos estocadas: en 1971 viaja a Chile en visita de 10 días y
permanece 30, sin que Allende pueda deshacerse de él. Sus maratónicos
discursos alarman a los sectores medios y altos de Chile. Luego Castro
fortalece su apoyo militar al MIR y sectores radicalizados de la Unidad
Popular, creando la oposición de izquierda a Allende. Si la vía de este
era posible o no, no importaba. La misma izquierda procastrista que
exigía la vía armada, la abortaría.
Después, como en el caso de Frank País, Camilo Cienfuegos o el Che
Guevara, Castro se apoderó en beneficio propio de la imagen de Allende,
algo que aún intentan corregir los chilenos. Al obsequiarle el fusil con
que Allende debía defender su revolución pacífica, le obsequió en rigor
el arma con que lo mataría. Bajo Pinochet, Castro continuó interviniendo
en Chile: preparó guerrilleros que debían derrotar al ejército chileno y
construir el socialismo, y que en democracia devinieron combatientes
internacionales, terroristas, delincuentes comunes o desmovilizados. Hoy
Castro no le perdona a la izquierda chilena renovada su escaso
entusiasmo por La Habana y sus condenas de la violación de derechos
humanos en la isla. Para él, son desagradecidos. Tampoco ve con buenos
ojos que los chilenos escogiesen este año sin dramas un presidente de
centroderecha, solidario con los cubanos demócratas. Chile representa
para Castro su peor derrota continental, porque al final el modelo no
era el suyo sino el de un país que se le escapó de las manos. Al
conmemorar nuestro bicentenario, pienso en Cuba y en la inevitabilidad
de que será democrática y próspera nuevamente.
Escritor chileno y académico de la Universidad de Iowa.
http://www.elnuevoherald.com/2010/09/18/804309/roberto-ampuero-chile-y-cuba-dos.html
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