Carroza fúnebre
José Hugo Fernández
La Habana 11-03-2011 - 12:47 pm.
Comparadas con la NEP soviética de hace 90 años, las actuales reformas
cubanas resultan mediocres.
En este mes de marzo, justo el día 21, se cumplen 90 años de la
implantación, en la Unión Soviética, de la llamada Nueva Política
Económica (NEP). Es un acontecimiento que nuestros actuales salvadores
del socialismo han de tener muy presente, por más graciosamente que
insistan en la originalidad e independencia de lo que ellos califican
hoy como "el modelo económico cubano".
En realidad, la única diferencia entre aquella Nueva Política Económica
de la URSS y los mediocres y mañosos amagos reformistas que hoy tienen
lugar en Cuba, pesan abiertamente a favor de los soviéticos. Lo cual,
por sí solo, puede dar una idea tanto de la "profundidad" de nuestros
cambios como de su carácter "novedoso".
Estaría de más contar la historia de la NEP, un hecho bien conocido, en
tanto alternativa económica y política de emergencia que debió ser
aplicada en la URSS luego de los estragos de la Primera Guerra Mundial y
la Revolución Rusa, junto a la guerra civil; además, en medio de
circunstancias como la hambruna y las crudezas invernales de 1920 y
1921, que ocasionaron más de dos millones de muertos.
Esta Nueva Política Económica, que fue aprobada en el Décimo Congreso
del Partido Comunista de la URSS, y promulgada por decreto en marzo de
1921, es decir, hace casi un siglo, era en esencia más reformista que
nuestras reformas de hoy. Ello, por supuesto, no quiere decir mucho.
Como tampoco quiere decir mucho (verdaderamente nada) que las actuales
reformas cubanas sean las más importantes que se han introducido aquí
durante la época revolucionaria.
La liberalización de la economía que auspició la susodicha NEP superaba
en mucho los permisos para vender croquetas y para administrar barberías
estatales que nuestros perfeccionadores del socialismo intentan vender
como un modelo económico sui géneris, en pleno siglo XXI.
Otro tanto podría afirmarse acerca del proceso de privatizaciones (por
ejemplo, entre los soviéticos hubo fomento de la pequeña y mediana
empresa privada), o de los permisos para el ejercicio de las profesiones
titulares, o incluso de la apertura de periódicos y revistas
independientes —aunque siempre vigiladas por la censura—, que
prosperaron dentro de aquella vieja experiencia reformista de la URSS.
Quedó dicho ya que al igual que en Cuba, las reformas soviéticas de los
años veinte no obedecían a un proyecto auténtico y consciente para
marchar hacia el progreso. Eran una puerta de auxilio ante la situación
de parálisis económica. No por gusto el propio Lenin justificó aquella
reculada con una frase que no tiene desperdicio: "No somos
suficientemente civilizados para el socialismo".
Ni para el socialismo ni para nada. Y no hacía falta que lo dijera él.
Stalin lo demostraría muy pronto, suprimiendo las reformas para ordenar
el regreso a los inmovilistas y dogmáticos planes quinquenales bajo el
control total del Estado. Al tiempo que Nikolái Ivánovich Bujarin, uno
de los cerebros y fundamental impulsor de la Nueva Etapa Económica,
terminaba como Dios manda, ejecutado.
La moraleja, tanto allá como acá, y aun con casi un siglo de por medio,
indica que dentro del totalitarismo socialista, las reformas, sean más o
menos arriesgadas, no son sino carrozas fúnebres que se dedican a pasear
el muerto, porque es su único objetivo, mientras llega el momento en que
a otros les tocará enterrarlo.
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