La estrategia de Castro, el corto: perfecto manual para el desastre
Domingo, Agosto 18, 2013 | Por Manuel Cuesta Morúa
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org - ¿Tiene Raúl Castro visión de
Estado? La pregunta se impone al analizar sus siete años de gobierno.
Quizá poca gente la haya formulado durante los 46 años anteriores porque
la mayoría de los observadores dan por sentado que Fidel Castro tenía un
gran sentido de Estado. Puesto en perspectiva, no me lo parece. Se puede
ser un animal político y carecer de mirada estratégica hacia un país.
Pero es cierto que la fibra política requerida para renovarse
constantemente en el poder la poseía Fidel Castro.
Mostró la capacidad necesaria para fusionar mito fundacional, sentido de
oportunidad y control social. Y todo pareció políticamente perfecto
cuando logró esconder detrás de esta fusión la brutalidad de su régimen,
su absoluta falta de principios y su incapacidad para una mediana
administración de la hacienda. Pero donde se verifica su carencia de
visión de Estado es en que no deja nada serio, como legado, en los tres
caminos por donde arrancó el mito: el social, el de los valores y en el
de la reconquista de la nación. Al final no supo hacer lo que hacen los
políticos con testa estratégica: reinventarse.
Y los seguidores de Castro, el largo, podrán decir lo que quieran en su
favor, solo demuestran sin embargo que la confusión entre expectativas y
resultados sigue siendo una materia fascinante para dos tipos de
estudios: la mitología y la psicología clínica. Nada tiene que ver con
la realidad.
Leche y marabú
Se esperaba que quien asumiera en el 2006 se diera ante todo un fuerte
baño de realidad. Tan lejos se encuentra Cuba de los sueños
revolucionarios que este baño era una exigencia preliminar para entrarle
a la tarea con frescura y claridad mental. Los asiáticos saben bastante
sobre la relación entre sauna y mente. Y eso parecía haber sucedido
cuando Raúl Castro pronunció, en su discurso del 26 de julio de ese año
en Camagüey, dos palabras triviales: leche y marabú. Indicaban un
retorno limpio a la tierra abandonada y un regreso perfumado a la tierra
como metáfora; después de un régimen aéreo fuertemente grasoso, que
estaba anclado al mundo solo por la retórica y los subsidios extranjeros.
Pero estratégicamente Castro, el corto, un desastre listo para redactar
un manual. Y no me detengo en el inventario de sus reajustes económicos
y sus consecuencias sociales. Se ha dicho bien y bastante en relación
con el fracaso de las llamadas reformas, a pesar de la obstinación
analítica de una serie incombustible de académicos bien situados en los
medios de comunicación, que nunca se dieron (dan) cuenta que en materia
de reformas en Cuba se trata (ba) de correr, no simplemente de moverse.
En este sentido no me interesa juzgar a Raúl Castro por sus propias
palabras: medir al hombre por sus resultados, no por sus esfuerzos.
Sí me detengo en dos estaciones para analizar lo que considero una
preocupante falta de visión de Estado y de propuesta estratégica. Una es
la estación del Mariel y la otra es la estación que viene facilitando la
creciente movilidad hacia la Yuma; entendiendo por Yuma lo que entiende
el pueblo cubano: todo lo de afuera, sean Brasil, Haití o los mismísimos
Estados Unidos.
Platanización de la Isla
Muchos ven en la construcción del puerto del Mariel un soberbio paso
estratégico. Yo veo una platanización portuaria de la isla, por aquello
de las repúblicas bananeras es decir, de plátanos, tal y como nos
representaban en la escuela a la mayoría de los países centroamericanos.
Un poeta social, que recorrió varios puntos de nuestro archipiélago para
sentir su vibración antes de reflejarlos en su poesía, nos supo
describir a la altura de estos tiempos con una síntesis poderosa y a la
vez depresiva: Cuba, la ruina y el puerto.
No le encuentro ningún sentido estratégico al proyecto de ratificar a
Cuba como Estado rentista que vive de un par de maquiladoras y de la
presunta conexión portuaria entre una potencia y media, los Estados
Unidos; una potencia en ascenso, China y una subpotencia alegre, Brasil.
Desaprovechar las posibilidades económicas que brinda la economía del
conocimiento, para lo que mejor estamos preparados, en función de la
economía ruda del trabajador portuario, explotado y mal pagado, no se
acerca mucho a una visión estratégica de Estado y sí a la de un
hacendado listo para cobrar peaje y derechos de almacén a todos los que
pasen por sus puertos. Sí es que pasan.
Mariel: círculo de la ilusión
Porque, y aquí se completa el círculo de la ilusión, semejante paso
supone dos elementos agregados: un conocimiento profundo de la realidad
interna de los países implicados, y un control eficaz sobre la tentación
de las elites que deciden a fin de que, pese a las circunstancias, no se
olviden de que en Cuba hay un nuevo puerto que se llama Mariel. Y a
juzgar por lo que nos sucedió con la ex Unión Soviética en 1989 y con
Venezuela en 2013 tener información sobre, y formación para procesar, lo
que pasa de verdad en los países que nos conciernen, al menos
económicamente, no es el fuerte de la elite revolucionaria. La ex
potencia socialista se destrozó, Maduro ganó perdiendo, a China solo le
interesa el dinero que aquí no pagan y Planalto, la sede donde se sienta
Rouseff después de Lula, ha estado temblando por estos días.
Recordemos que la inversión en el Mariel fue la gestión de un socio de
aventuras, Lula, que comprometió a un emporio económico brasileño,
Odebrecht, en el supuesto de una hipotética apertura de USA hacia Cuba.
Es como una novia que se viste para casarse sin tener la seguridad de
encontrar al prometido, en este caso exclusivo, que satisfaga su
pretensión nupcial. Una novia que, por encima de todo, se comporta como
no debería hacerlo quien busca un tipo muy especial de pretendiente:
mostrando muy poco de sus posibles atractivos.
De subsidiados a economía de enclave
Nada tiene de estratégico la conversión de una economía subsidiada a una
economía de enclave dentro de las pautas del viejo capitalismo, para un
país que exige a gritos, mejor dicho, con buenos modales, una
remodernización integral en base a la economía del saber. Si se quiere
averiguar por qué el gobierno de Raúl Castro está peleado con esa
asignatura que conocemos como estrategia de Estado imaginemos todo lo
que se puede hacer desde las potencialidades de Cuba para asegurar la
solidez estructural del país, garantizando de paso una gobernabilidad
distendida y relegitimida a quienes tendrían que sucederle sin el
pedigrí de esas montañas que conocemos como Sierra Maestra. El
desarrollo de un puerto no ofrece seguridades en ninguno de los dos
sentidos. Coloca a Díaz-Canel en una situación bien precaria frente a
dos actores: los sectores rentistas, anclados en corporaciones
improductivas, y los ciudadanos, situados al margen de una torta que
solo puede crecer aritméticamente, no en términos exponenciales y agregados.
¿Y la estación hacia la Yuma? Bueno aquí es donde quizá mejor se revela
el divorcio entre el sentido de hacienda y el sentido de Estado. Ya que
la hacienda no da de comer, pues debilitemos las posibilidades de
redefinir al Estado posibilitando la estancia en el exterior de lo que
el lenguaje utilitarista del economicismo llama capital humano.
Realmente me asombra que la reforma migratoria haya tenido tantos
aplausos en todo el mundo. Una vez concedidos los 15 minutos de fama por
la restitución de un derecho que no tenía que desaparecer, debería haber
llegado el análisis serio y sosegado sobre su impacto de mediano y largo
plazos sobre las bases del proyecto de nación y de país ―que no son la
misma cosa.
Vivir de las remesas
Se siguen confundiendo dos hechos: como reforma económica, la media
reforma migratoria convierte a Cuba en El Salvador del Caribe: a vivir
de las remesas. Y como restitución de derecho, destruye las opciones de
repensar un modelo económico al exportar las mejores y más jóvenes
mentes del país, todo lo que evitó un país como la India. El análisis de
los medios ha desenfocado el problema. Concentra la discusión en
términos políticos superficiales. Dice que el gobierno cubano coloca la
pelota en la cancha del resto del mundo, como si se tratara de un torneo
que en realidad no existe entre Estados ―todos los países dejan salir a
sus ciudadanos y se abrogan el derecho de permitir la entrada de otros
ciudadanos― y oscurece el debate principal: el destino de un país,
envejecido por demás, que pierde a cuenta gotas o a chorro su gente
potencialmente más productiva y creativa, y no reconstruye, por otra
parte, su imagen como nación posible. Este es nuestro principal problema
de seguridad nacional. Y solo tiene un origen: la concentración de la
política en un linaje. Los filósofos de este asunto tienen razón: la
política empieza fuera del sofá de la familia.
Tal problema adquiere una nueva luz, más peligrosa en términos de
seguridad nacional, con una reforma migratoria hacia los cubanos por
parte de los Estados Unidos de mucho más calado que la de Raúl Castro.
La concesión de visas múltiples por cinco años a quienes vivimos en la
isla concede un derecho a extranjeros mayor que el concedido por un
Estado a sus propios nacionales residentes dentro y fuera del país. Esto
es algo penoso. Los cubanos de aquí podemos entrar y salir libremente de
los Estados Unidos durante mucho más tiempo que el que se le concede a
los cubanos para entrar y salir de su país de nacimiento sin renovar el
permiso.
Ciudadanos de dos países
Uno de los resultados que tenemos y sobre el que quiero concentrarme es
el siguiente: los cubanos nos convertimos, en teoría, en ciudadanos
residentes de dos países. Cuba es uno, usted escoge el otro. Un asunto
que va más allá de la transnacionalidad de nuestra condición, muy bien
analizada por Haroldo Dilla, historiador cubano residente en Dominicana,
porque debilita a largo plazo el centro que sirve de eje a la naturaleza
global de la ciudadanía. Los cubanos quedaremos en ese mismo plazo en
una ambivalencia que debilitará las lealtades hacia una nacionalidad que
ya se siente y se vive anémicamente. Una situación extraña y peligrosa
para un país sin solidez.
Si el relato dice que la nueva política norteamericana sirve para
fomentar las relaciones entre cubanos y norteamericanos, y entre cubanos
y cubano-americanos, en realidad vamos a un escenario en el que surgen y
se fortalecen por un lado las relaciones entre cubano-americanos de
hecho, residentes en la isla, y cubano-americanos de jure, residentes en
los Estados Unidos y, por otro, entre norteamericanos y cubanos
residentes en ambas orillas. Solo quedará un núcleo minoritario de
irreductibles que, independientemente de sus signos ideológicos, se
resistirá a partir su nacionalidad en dos, frente a la norteamericana, o
la española, como las referencias fuertes. Retornamos así al circuito
económico y cultural de los Estados Unidos ―de algún modo ya hemos
entrado en el español― del que se suponía habíamos salido hace más o
menos medio siglo. Sin mencionar otros circuitos menores como los de
Jamaica e Italia.
Rendirse ante esta realidad, ocultándose detrás de esa retórica
antiimperialista de aquí-no-se-rinde-nadie, que mantiene engrasada y
quiere "reparar" unas armas obsoletas, es la evidencia de que la
estrategia de Estado nunca ha acompañado a los Castro. ¿Será alguna vez
viable nuestro paradigma como nación? La pregunta no es retórica.
Source: "La estrategia de Castro, el corto: perfecto manual para el
desastre | Cubanet" - http://www.cubanet.org/?p=48064
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