El orgullo subsidiado
En un principio, los subsidios venezolanos sirvieron para demostrar que
en eso de despilfarrar dinero, Fidel Castro podía superar a todo el
mundo, incluso a sí mismo
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 21/11/2011
A pesar del proclamado orgullo nacional que los cubanos mostramos en las
buenas y en las malas; y de nuestra obsesión por mirar al mundo como una
esfera que gira en torno a nuestros problemas, posiblemente no ha
existido otros país en el mundo que haya sido subsidiado por más tiempo,
y con tantos recursos, como Cuba. Hemos sido, por el 52 % del tiempo en
que existimos como entidad postcolombina, una entidad subsidiada.
La historia comienza en 1582 cuando fuimos incluidos en la lista de
beneficiados del situado novohispano. En este caso los mexicanos estaban
obligados a pagarnos por la seguridad de su comercio con la metrópoli,
al igual que lo hacían con Puerto Rico, La Florida, Las Filipinas y
Santo Domingo. Pero dada la peculiar situación de la Habana en la boca
de la Corriente del Golfo, al costado del estrecho de la Florida y con
una bahía que parecía hecha por la mano de Dios, la capital cubana era,
con mucho, la principal beneficiaria de las transferencias.
Los situados novohispanos eran un lubricante fundamental del desarrollo
comercial de La Habana y de su futura proyección metropolitana, al
volcar sobre su mercado millones de reales que eran usados para pagar
tropas y funcionarios consumidores, contratar servicios y realizar obras
sobrevaloradas. Pero además, La Habana era la receptora y posterior
distribuidora, de todos los situados del Caribe, que devenía así una
suerte de mercado cautivo de la voraz oligarquía capitalina.
Al respecto resulta muy ilustrativa la relación sostenida con los
asentamientos españoles en La Florida, región con la que Cuba ha
sostenido una complicada relación histórica que aún no termina. A pesar
de los esfuerzos tempranos de Menéndez de Avilés, el poblamiento hispano
de la península estaba limitado a un centro militar —San Agustín— y
algunos fortines como San Marcos, San Luis y Pensacola, con suertes
variables y duraciones efímeras. Realmente nunca fue posible el
desarrollo colonial de la zona —los proyectos agrícolas nunca pasaron de
ser parcelas de sobrevivencia— y la persistencia española se debía a su
interés en proteger el paso de las flotas y en contener la expansión
inglesa que ya en 1607 se había establecido en lo que hoy es Virginia.
Desde el principio quedó claro para los estrategas de Madrid que la
sobrevivencia física de los patéticos fortines floridanos dependía de
los suministros desde la Habana. Y para los comerciantes y funcionarios
habaneros ello era una excelente oportunidad para incrementar las
ganancias. Al final era evidente que Florida se había convertido en una
suerte de mercado cautivo, siempre endeudado y siempre transfiriendo
recursos a la oligarquía habanera. En consecuencia, Florida devino uno
de los destinos comerciales coloniales más importantes de Cuba. La Isla
abastecía a la península de comida —producida en su extensa llanura
occidental o reexportada— que Florida solo podía pagar con el importe de
los situados. La Habana era un puerto muy caro para los floridanos, en
comparación con los productos norteamericanos que provenían
principalmente de Charleston. Pero la Habana mantenía el control sobre
productos de alto consumo —vinos, ron, aceites y azúcar— y sobre todo
del dinero proveniente de los situados. Era usual que toda la partida
anual se gastase en la propia ciudad, como pago a bienes y servicios
previamente adquiridos. De manera que los soldados de San Agustín
trabajaban solo por la comida. Los habaneros se ocupaban de sus jornales.
Cuando los situados desaparecieron en 1814, ya la Isla tenía un
desarrollo capitalista suficiente para continuar sola, aunque siempre
con la cuidadosa atención metropolitana. También sucedió durante la
primera república y en los años de la revolución entre 1959 y 1965.
Sin embargo en la etapa postrevolucionaria, y sobre todo desde los 70,
Cuba volvió a ser receptora de subsidios.
En una primera etapa se trató de la entrada privilegiada de Cuba en los
mercados soviéticos hasta 1990. Por dos décadas la Isla recibió
volúmenes altísimos de subvenciones, pero que a diferencia de la época
de los situados, no fueron estimulantes de un desarrollo económico
sostenible.
Ello se debió a dos razones.
La primera, a que el propio esquema en que se engarzaban los subsidios,
implicaba la sujeción a un modelo tecnológico —duro y blando— muy
atrasado. La segunda a que los gobernantes cubanos nunca estuvieron
interesados en aprovechar las brechas que, aún dentro del mediocre
modelo soviético, hubieran permitido un terreno más firme para el
desarrollo productivo. En su lugar prefirieron gastar los excedentes en
campañas militares de ultramar, experimentos económicos alucinantes y
—sin lugar a dudas la mejor parte— la expansión de los servicios
sociales. Por ello no es aventurado afirmar que, al menos parcialmente,
la época de los subsidios soviéticos estuvo ligada al incremento de los
gastos sociales y a la generación de un capital humano de alta calidad
que es hoy una variable decisiva en el desarrollo económico nacional.
Cuando desapareció la Unión Soviética y todo parecía perdido, apareció
un cisne negro: Hugo Chávez y sus ambiciones bolivarianas. Es decir, un
gobernante dispuesto a pagar por la revolución continental y con dinero
para hacerlo.
Los subsidios venezolanos —edulcorados con el mito de la venta de
servicios profesionales— han servido para varias cosas. En un principio
sirvieron para demostrar que en eso de despilfarrar dinero, Fidel Castro
podía superar a todo el mundo, incluso a sí mismo. Y que podía hacerlo
armando un discurso incoherente cuyo guión fue aprendido
disciplinadamente y repetido ad nauseam por funcionarios e intelectuales
de la Isla. Los mismos que, con la misma pasión, hoy defienden la
actualización raulista.
Pero superada la fase de los arrebatos seniles del Comandante —no por la
política, sino por la biología— estos subsidios están sirviendo para
pagar inversiones de habilitación económica y para subvencionar algunas
áreas del consumo popular. Lo que a su vez permite mantener los salarios
restringidos y acompañar a la restauración capitalista con tasas de
ganancias muy altas, que causan el alborozo de los inversionistas
extranjeros y la presunción competitiva de nuestros tecnócratas.
Otra historia es lo que ha sucedido a los provisores de los subsidios.
Los historiadores mexicanos están de acuerdo en que entre las razones de
las insatisfacciones que llevaron a la independencia en 1810 estaba la
permanente fuga de recursos hacia el Caribe y las tensiones que estas
originaban en las finanzas coloniales. Creo que también hay acuerdo en
que Estados Unidos no hubiera podido con uno, dos o tres Vietnam (como
predicaba Che Guevara), pero los soviéticos efectivamente no pudieron
con una sola Cuba. Y aunque Chávez tiene dinero suficiente para pagar
los servicios cubanos y de otros aliados, algunos autores han sugerido
que muchos de los problemas económicos de Venezuela se relacionan con la
descapitalización de sectores económicos vitales.
Unos pueden afirmar que nuestra capacidad para lograr que alguien pague
nuestras cuentas fue una suerte y otros que fue una desgracia. Pero
todos sabemos que cuando una sociedad arma su organización en torno a
algún subsidio, y este desaparece, esa sociedad paga un precio muy alto.
Como lo pagamos en los 90, cuando aún estaba Fidel, vivo y parlante,
para explicarle a la gente por quincuagésima vez que tras la crisis
había un mundo superior. Y que todo el que no estuviera de acuerdo podía
callarse o irse del país. Y para que no hubiera quejas, organizaba
estampidas migratorias salvajes como la de 1994.
Hoy, aunque Fidel persiste, no creo que esté en condiciones de convencer
a alguien de algo. Los cubanos de 2011 son muy diferentes a los de 1990.
Los tiempos no parecen apropiados para provocar migraciones salvajes. Y
siempre aparecen indicios de que el chavismo toca fondo, unas veces por
razones biológicas y otras por motivos políticos. Una conjunción fatal
de variables que imagino perturba el sueño del general/presidente y de
sus colaboradores más cercanos en este proceso llamado de actualización
del modelo.
En resumen, hemos sido una Isla que ha pasado parte de su tiempo gozando
los excedentes de algún otro lugar. Hemos pasado la mitad de nuestra
historia moderna gozando de algún subsidio económico motivado
políticamente. Dato que debemos recordar cuando hablemos de nuestras
virtudes como pueblo, sea por el mejor café, los mejores talentos o la
mejor música. Pues al final, aunque tenemos razones para estar
orgullosos de ser cubanos, creo que se trata de un orgullo de alguna
manera subsidiado. En México, Siberia o Maracaibo, alguien ha estado
trabajando para nosotros.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/el-orgullo-subsidiado-270759
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