Problema de ópticas
Precios exorbitantes obligan a miles de ancianos a andar con los
espejuelos remendados, por falta de dinero
jueves, marzo 27, 2014 | Gladys Linares
LA HABANA, Cuba.- Antonio es un hombre de cerca de 80 años, aunque luce
menos. El único oficio que conoce es el de albañil, en el que es muy
diestro. Asegura que siempre ha trabajado "por su cuenta" y no por
cuenta propia. Con esto quiere decir que no pretende compartir parte de
sus ingresos con el gobierno.
Los espejuelos que lleva tienen una pata hecha por él de alambre
enrollado con tela. No pude resistir la curiosidad y le pregunté por
qué, y él, extrañado, me respondió: "¿Pero usted no sabe que no hay
tornillos ni plaquetas, y mucho menos patas?". Además, agrega que son
los de trabajar, pues tiene otros muy bonitos que le mandó a hacer su
hija en la óptica El Almendares, de la calle Obispo, cuando vino del
extranjero. Le costaron 100 CUC (equivalente al dólar) y se los
entregaron en una hora, y con ellos ve muy bien. "Esa sí es una óptica",
dice Antonio.
Pero la mayoría de los cubanos no puede ni soñar con pagar los
exclusivos servicios de El Almendares. Si acaso tienen suerte, se mandan
a hacer sus espejuelos en la otra moneda. Tal es el caso de Martha, una
maestra jubilada que quedó hemipléjica por un infarto cerebral. Cobra
una mísera pensión de 240 pesos mensuales y no recibe ayuda del
exterior. Martha necesitaba un par de espejuelos nuevos, porque con los
suyos no veía bien. Comenzó por ir al Médico de la Familia para que le
diera la remisión necesaria, y con ésta fue al policlínico a buscar una
cita con el optometrista, la cual le dieron para un mes después.
Una vez que le midió la vista, la optometrista tomó una hoja de papel
gaceta bastante amarilla, la cortó en cuatro partes, les puso el cuño, y
en una de estas improvisadas recetas escribió la graduación que
llevarían los cristales. De ahí Martha se fue a la óptica Valencia, en
La Víbora. Al principio, la empleada no le quiso aceptar aquel papel
amarillento, pero cedió luego de una discusión. Martha debería recoger
los espejuelos en cincuenta días y tuvo que pagar 54 pesos por ellos.
Cuando por fin los recogió, notó que veía borroso. Pensó que se debía a
su principio de cataratas, como le anunció la doctora, o a que la
graduación estaba mal hecha. Regresó al policlínico a ver a la
optometrista, pero cuál no sería su asombro cuando ésta le dijo que en
la óptica le habían copiado mal la orden. En lugar de +175, como decía
la receta, le habían puesto -175. Pese a sus dificultades de locomoción
y a los problemas del transporte, Martha tuvo que regresar a la óptica.
Ahora tendría que esperar otros cincuenta días por los nuevos cristales.
Otra perjudicada por ópticas en moneda no equivalente al dólar es
Rafaela, también impedida física, quien después de ir y venir con
remisiones y turnos y ya con la receta en la mano, llegó a la óptica,
donde había un gran gentío porque habían sacado armaduras. La
recepcionista, visiblemente alterada, la conminó a salir con un gesto,
mientras le decía: "Espere afuera, que yo la llamo".
Pero el tiempo pasaba, y la anciana, cansada de esperar y de ver cómo
personas que no estaban en la cola entraban y escogían armaduras de la
vidriera, se sentó cerca de la empleada. La joven, en un tono bastante
seco, le preguntó: "Señora, ¿usted desea algo?". A lo que Rafaela, casi
con dulzura, le respondió: "No, mijita. Solo estoy observando los
manejos de ustedes, para luego hablar con el presidente de la ACLIFIM"
(asociación oficial para discapacitados físicos).
La reacción de la dependienta no se hizo esperar. Inmediatamente le hizo
la orden, y sin dejarle escoger la armadura, le mostró una y le dijo:
"¿Esta?", que la anciana, apabullada, aceptó.
Cristina, por su parte, ordenó unos espejuelos en otra óptica por el
estilo. Pero como las armaduras cuestan 50 pesos, ella llevó la suya. La
empleada se la aceptó a regañadientes, luego de advertirle que en ese
caso no tendría garantía, y la hizo firmar un papel. Cristina recogió
los espejuelos a los dos meses, pero al llegar a su casa se dio cuenta
de que un cristal estaba ligeramente astillado, además de mal montado,
pues era más grande que la armadura, y se le cayó nada más ponérselo.
Al otro día temprano volvió a la óptica, donde le argumentaron que sus
espejuelos no tenían garantía y le achacaron el problema a la armadura.
Molesta, Cristina entró como Pedro por su casa en busca del
administrador. Para su suerte, había una inspección, y aprovechó para
reclamar delante de ellos. El administrador, sin decir una palabra,
recogió los espejuelos con el cristal roto y le pidió que viniera al
otro día.
Los voceros del gobierno no se cansan de repetir que la asistencia
médica es gratuita, pero la utilizan como un arma de adhesión al régimen
y no como un derecho del pueblo. Argumentan que la seguridad social es
humanista por naturaleza, sin embargo, del 18,3 % de los cubanos, que
somos los mayores de 60 años, la gran mayoría va por ahí con los
espejuelos amarrados con alambre, o con un solo cristal, o entizados con
esparadrapo, porque no tienen dinero para mandarse a hacer un par decoroso.
Sería un buen proyecto para el gobierno subsidiar los espejuelos como
forma de paliar la inmerecida pobreza en la que viven nuestros ancianos.
Source: Problema de ópticas | Cubanet -
http://www.cubanet.org/actualidad/actualidad-destacados/problema-de-opticas/
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