2008-4-22
Por PEDRO MONREAL GONZÁLEZ
En momentos en que la noción de "cambios estructurales" ha
comenzado a ocupar un lugar cada vez más prominente en el discurso
político y en las expectativas ciudadanas resulta conveniente explorar,
aunque sea sucintamente, el entorno y el alcance de tal concepto.
Para empezar, un "cambio estructural" (o reestructuración) de la
economía no es lo mismo que una "reforma" económica. Cuba necesita de
los dos y sin duda ambos conceptos se relacionan, aunque no de cualquier
manera. El primero puede contener al segundo, pero no necesariamente. Es
precisamente en este punto donde se imponen algunas aclaraciones iniciales.
El "cambio estructural" consiste en transformaciones muy complejas que
modifican las bases materiales y organizativas del funcionamiento de la
economía, así como su especialización internacional; requieren de plazos
relativamente dilatados para efectuarse y pueden ir precedidos, o no, de
una "reforma" económica, que es un concepto relativamente más limitado y
que opera a nivel del sistema económico, es decir, que se refiere
específicamente a los cambios que pudieran darse en las instituciones
que definen los mecanismos de coordinación, organización, relaciones de
propiedad, y de retroalimentación de la economía. Una "reforma" puede
requerir de cierto tiempo para rendir sus frutos, pero generalmente esos
plazos son menores que los que se necesitan para completar un "cambio
estructural".
El concepto de "reforma" fue bastante utilizado en Cuba durante la
agitada etapa de cambios de mediados de los 90, pero curiosamente hoy
no parece ser tan mencionado aunque de modo paradójico lo que con mayor
urgencia necesita la economía cubana es una "reforma", antes de intentar
un "cambio estructural" más completo. Para ser preciso: Cuba necesita
"cambios estructurales", de eso no hay dudas, pero deben quedar
despejadas al menos dos cuestiones. Primero, que se trataría de un
proceso de reestructuración entendido en un sentido amplio y que debería
contener, como mínimo, tres tipos de transformaciones: a) redefinición
de las bases materiales de acumulación (por ejemplo, las proporciones
entre el consumo y la inversión; el tamaño relativo y el papel de
diferentes sectores como la agricultura, la industria y los servicios; y
la prioridad concedida a distintas ramas de la economía); b) reinserción
en la economía internacional (por ejemplo, una nueva especialización
internacional); y c) la reforma del sistema económico (por ejemplo, el
papel del mercado, la regulación estatal de las formas de propiedad, y
la organización empresarial).
Segundo, que la reforma del sistema económico debería ser la precursora
de la serie de transformaciones que conforman la reestructuración.
Expresado de un modo más directo: en el caso de Cuba, la reforma es una
condición inicial obligada para poder avanzar posteriormente hacia los
otros cambios estructurales que se requieren. Lo anterior no se limita a
ser una preferencia "técnica". Esta es una consideración que parte de
una apreciación específica acerca de cuál es "el" problema económico de
Cuba.
Una formulación así pudiera parecer algo fuera de lugar pues ciertamente
la sociedad cubana de principios del siglo XXI presenta tantas
dificultades económicas que parecería discutible referirse en singular
al "problema económico" del país. Sin embargo, para poder entender de
forma adecuada la naturaleza de las trabas que hoy obstruyen la
transformación de Cuba en un país desarrollado (el desarrollo: ¡esa, y
no otra debe ser nuestra aspiración!) resulta ineludible la
identificación precisa del "problema económico" de la nación, entendido
éste como el núcleo distintivo de relaciones sociales que determina la
calidad de los procesos económicos de la sociedad en un momento dado.
Sin una comprensión correcta de la naturaleza del subconjunto específico
de relaciones sociales que determinan el impasse actual del proceso de
desarrollo en Cuba (es decir, "el" problema económico), sería improbable
que funcionase una estrategia efectiva de desarrollo nacional, a pesar
de contar con activos productivos (por ejemplo, capital humano) e
indicadores sociales (por ejemplo, altos niveles de educación y salud)
potencialmente favorecedores del desarrollo. Por esa razón, la búsqueda
de una mayor precisión analítica en el contexto de la evaluación de los
problemas económicos actuales de Cuba no es un mero ejercicio
intelectual sino que tiene una clara dimensión práctica por cuanto puede
contribuir a un mejor entendimiento acerca de cómo funciona la economía
y qué cabría esperar –o no esperar-- de ésta y de sus diversos agentes
económicos. En ese sentido, la identificación del "problema económico"
es, sobre todo, un importante paso en el complejo proceso de informar de
modo adecuado el diseño de las políticas económicas.
La cuestión del problema económico se hace evidente cuando nos
formulamos la siguiente pregunta: ¿Pueden los "cambios estructurales"
que demanda la economía cubana edificarse directamente desde el punto de
partida que representa la situación actual?
Las posibles respuestas pueden ser muy dispares, pero en última
instancia se reducen a dos alternativas principales: una respuesta
positiva y otra negativa. Las otras respuestas potenciales son en el
fondo variaciones de grado de esas dos posiciones de contraste.
Por el momento, la visión predominante en Cuba parece corresponderse con
una respuesta positiva que considera que la solución de las dificultades
económicas –que se admite que sería un proceso complejo y dilatado—
puede (y debe) ser el resultado normal de la acción, sobre el entramado
económico actual de Cuba, de ciertas medidas que en general se hayan
acreditadas dentro del instrumental de las políticas económicas y que se
aplicarían de manera "puntual" y gradual (por ejemplo, unificación
monetaria, modificación de la tasa de cambio, ajuste de sistemas
salariales, acciones presupuestarias para reducir subsidios, mecanismos
de precios, políticas sectoriales –particularmente en la agricultura--,
disciplina laboral, reorganización de la administración pública, y
perfeccionamiento de la gestión empresarial, entre otras). La noción
subyacente es que el "sistema económico" existente hoy en el país (que
en esencia es un conjunto de relaciones sociales) resulta apropiado
-aunque necesita de determinados ajustes- y que por tanto es capaz de
proporcionar las funciones económicas básicas que harían operativos los
"cambios estructurales" que pudieran introducirse. El corolario de esa
perspectiva es por tanto que la materialización de los cambios
estructurales no requiere de modificaciones preliminares sustantivas en
el sistema económico del país.
El asunto es que esa visión parece ser, cuando menos, excesivamente
optimista. Por el contrario, los argumentos para una respuesta negativa
están disponibles, resultan convincentes y no deberían ser pasados por
alto. Por una parte, una economía como la cubana debe ser evaluada como
lo que en esencia es: como una economía subdesarrollada que necesita de
una vasta y profunda reestructuración que ponga "patas arriba" el estado
de cosas existente. El proceso de desarrollo no es un mero ejercicio de
perfeccionamiento económico sino un perturbador acto de refundación
económica, social y también política. Obviamente, no se trata de ajustes
puntuales que puedan ser resueltos con instrumentos convencionales de la
política económica. Utilizando una analogía tomada de la horticultura,
pudiera decirse que la economía cubana no es una parcela que requiere de
las labores de un jardinero sino de la fuerza de un bulldozer.
En segundo lugar, son palmarias las evidencias que nos informan respecto
a que la economía cubana no se encuentra encarrilada en estos momentos,
ni parece que en el futuro inmediato, en una senda firme de
"escalamiento" económico que es un componente esencial, aunque no el
único, del proceso de desarrollo, y que consiste básicamente en el
desplazamiento de una parte creciente de la fuerza laboral del país a
través de trayectorias ascendentes de aprendizaje tecnológico y
organizativo que permitirían elevar en verdad el ingreso nacional. Vale
aclarar que la disponibilidad actual de algunas condiciones que
potencialmente facilitarían tal proceso (por ejemplo, el llamado
"capital humano" y el "capital social") no conduce de modo ineludible al
escalamiento por sí solos ni expresan en sí mismos la existencia de ese
proceso. Ambos factores son condiciones necesarias, pero no suficientes
para el proceso de desarrollo. La terca realidad de un país invadido por
el marabú no parece ofrecer dudas acerca del descarrilamiento actual de
la economía nacional respecto a una trayectoria de "escalamiento" económico.
En tercer lugar, algo que es muy relevante para la definición del
"problema económico" de Cuba: el hecho de que la efectividad –y en gran
medida la propia viabilidad- del tipo de transformaciones estructurales
profundas que requiere el país depende de la existencia de ciertas
premisas básicas que deben estar establecidas con anterioridad a las
acciones relativas al "cambio estructural". La más importante de esas
premisas es la existencia de un sistema económico que pueda garantizar
las tres funciones básicas que todo sistema económico debe asegurar: a)
la función de cálculo económico (medición precisa de los resultados
económicos de manera tal que esa medición pueda tener un efecto de
reajuste sobre los procesos económicos, como por ejemplo, cuando el
crecimiento de los precios indica una demanda superior a la oferta y por
tanto se hace necesario un incremento de la producción); b) la función
de estimulación al trabajo; y c) la función de innovación económica
(impulso permanente al mejoramiento de productos y procesos; y capacidad
para la transformación de los retos en oportunidades, y de los problemas
en soluciones).
Cualquier evaluación somera del sistema económico que hoy existe en Cuba
permite identificar con rapidez la existencia de serios problemas en
cada una de esas funciones, pero muy en especial en la última: la
innovación. El propio hecho de que, como norma, la empresa estatal
cubana (la forma predominante de organización empresarial del país) no
haya logrado materializar como una de sus funciones básicas la
innovación económica debería bastar para entender no sólo que el sistema
económico tiene serias fallas de funcionamiento sino que se encuentra en
una especie de "callejón sin salida", en ausencia de una transformación
sustancial.
De muy poco van a servir los mayores precios de acopio de los productos
agropecuarios, los incrementos salariales, un menor número de
ministerios, o la mayor autonomía relativa de las empresas si tales
acciones se introducen en el contexto de un sistema económico que no es
capaz de cumplir esas tres funciones básicas. El punto que debería
entenderse es que el cumplimiento de esas funciones no va a lograrse
mediante exhortaciones ni por generación espontánea. Se necesita de una
reforma económica –vasta, profunda e integral— que permita resolver el
problema, antes de intentar aplicar otros cambios estructurales. En ese
sentido, la reforma económica debería ser percibida como la primera de
las transformaciones estructurales que requiere el país.
En síntesis, el problema económico de Cuba es que el sistema económico
que hoy existe en el país no puede servir como punto de partida para el
desarrollo, es decir, que los mecanismos que conducen al desarrollo (por
ejemplo, los "cambios estructurales") no pueden operar con efectividad
desde la situación actual, y por tanto, al ser un impedimento para el
desarrollo, ese punto de partida debe ser transformado mediante una
reforma económica sustantiva que anteceda al resto de los cambios.
Por supuesto que una reforma económica no es un proceso técnico –aunque
se auxilie del conocimiento especializado-, sino que es sobre todo un
proceso político y la razón de ello no resulta difícil de entender. La
reforma afecta el sistema económico y este es básicamente un conjunto de
relaciones sociales. Las fallas de funcionamiento que se intentan
corregir no se originan esencialmente en procesos periféricos (por
ejemplo, la política internacional, la moral humana, o el calentamiento
global) sino fundamentalmente en el ámbito de relaciones sociales que
han sido construidas desde procesos políticos específicos.
En ese sentido, muchas de las fallas de los sistemas económicos son
auto-infligidas y su posible solución conecta directa, e indirectamente,
con la cuestión del poder. En eso radica la extrema complejidad del
diseño y aplicación de una reforma económica en cualquier parte del
mundo, incluida Cuba, pero el hecho de que sea compleja no anula, en
modo alguno, la necesidad de emprenderla. A fin de cuentas la reforma
económica es el tipo de animal socio-político que debe ser agarrado por
los cuernos si lo que se desea es permanecer en el ruedo.
* Trabajo que aparece en el Dossier de la revista ASCE, 2-2008,
dedicado en esta ocasión a la economía cubana, enviado por
PujolASCENews@aol.com
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