Publicado el jueves, 05.23.13
Cuba y las perspectivas del cambio
Ariel Hidalgo
La presencia de las Damas de Blanco y otras figuras de la disidencia
interna en la Torre de la Libertad de Miami el pasado 20 de mayo, día
conmemorativo de la independencia de Cuba, fue como una verdadera fiesta
de libertad y marca la nueva tónica de los tiempos tras la apertura a
los viajes –varios líderes disidentes se encuentran en este momento de
visita en el exterior del país–, que se suma a otras medidas semejantes
del raulismo, como libertades al cuentapropismo, a la compraventa de
autos y casas, usufructo de tierras, cooperativización de algunas ramas
empresariales de pequeñas unidades y limitación a los períodos de altos
cargos del Estado (a lo que se añade el nombramiento de Díaz-Canel como
supuesta prueba de relevo generacional).
No obstante, las medidas parecen tener el propósito de abrir válvulas de
escape al descontento general, pues son timoratas, insuficientes y
tardías, y el modelo sigue siendo el mismo: el monopolio estatal sobre
la mayoría de las empresas, las finanzas, el comercio exterior, y los
principales medios de difusión. El gobierno continúa pagando a los
trabajadores, jornales en una moneda devaluada –un salario medio mensual
de 455 pesos cubanos según datos de junio del 2011 de la Oficina
Nacional de Estadísticas, equivalente a 18 dólares mensuales–, mientras
les cobra en tiendas de divisas la mayoría de los productos de primera
necesidad con otra moneda que vale 25 veces más, lo que significa que el
trabajador percibe un salario real de extrema pobreza, uno de los más
bajos del mundo. Y luego se asombran cuando algún deportista o un grupo
de bailarines de ballet, decide quedarse durante algún viaje al
exterior. El argumento para justificar ese bajo salario era que se
compensaba con los subsidios del Estado en el sector público, como la
educación, la atención médica y los bajos precios de los productos de la
libreta de racionamiento –servicios que constituían la única razón para
sostener la existencia de una sociedad socialista–, pero el deterioro y
los recortes de estos servicios se han ido afectando tanto
paulatinamente que el argumento ya no es convincente.
Por otra parte las aperturas no se realizan sustituyendo unos
funcionarios por otros, pues todos saben que son nominados para seguir
estrictamente las pautas marcadas por los "providenciales" líderes. El
sistema electoral, proclamado por la dirigencia como "el más democrático
del mundo", parece más bien una burla, pues mientras los funcionarios
centrales y provinciales designan a los candidatos a diputados de la
Asamblea Nacional, estos diputados son los que eligen a esos mismos
funcionarios, lo cual significa que los dirigentes del partido-Estado no
los elige el pueblo sino que son ellos los que se eligen a sí mismos.
Todo lo anterior significa que la actual política es la de hacer cambios
para no tener que cambiar nada y para amortiguar con falsas
expectativas, la desesperanza general, fuente de posibles explosiones de
protestas que si bien hasta ahora "nunca rebasan los límites del
barrio", esto podría cambiar con el gradual acceso de gran parte de la
población a la moderna tecnología de las comunicaciones. Mientras tanto,
la burocracia permanece agazapada en espera de heredar altos cargos que,
por razones biológicas, quedarán vacantes más pronto que tarde para
luego sumir al país en un pantano de corrupción.
Pero el que la máxima aspiración del ciudadano promedio siga siendo la
emigración significa que no abriga esperanza alguna de cambios reales,
ni de la clase dirigente, ni en una disidencia acorralada por la
represión en los rincones marginales de la sociedad, ni en los
intelectuales de la llamada Nueva Izquierda Cubana, excluida de los
medios oficiales.
La opción ideal –y posible– sería la conformación de una amplia
plataforma cívica integrada por todo el espectro social y político
favorable al cambio democrático que ponga rieles a ese tren que ya se
nos viene encima rugiendo y humeando por la selva, pero ni la disidencia
está preparada para esto, más interesada –con pocas excepciones–, en
atraerse el apoyo de los grupos políticos del exilio que conquistar, con
un discurso más a tono con la realidad, el respaldo de la ciudadanía; ni
la nueva izquierda, con un discurso más coherente, pero incapaz de
conformar una fuerza unida e influyente por su estancamiento en lo que
uno de sus protagonistas ha llamado "diálogo de sordos" entre sus dos
vertientes: socialistas democráticos y libertarios. Es preciso derribar
barreras de prejuicios y anteponer lo más importante antes de que las
ruedas de ese tren nos pasen por encima.
Infoburo@aol.com
http://www.elnuevoherald.com/2013/05/23/1483051/ariel-hidalgo-cuba-y-las-perspectivas.html
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